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domingo, 10 de mayo de 2020

Museo Cerralbo


Anales

28. Durante el consulado de Paulo Fabio y Lucio Vitelio, después de un largo transcurso de siglos, el ave fénix llegó a Egipto y proporcionó a los sabios indígenas y griegos materia para muchas discusiones sobre tal prodigio. Me interesa exponer ciertas cuestiones en las que están todos de acuerdo y muchas otras más que están dudosas pero que merece la pena conocer: que este animal está consagrado al Sol y que es diferente de las demás aves en su pico y en la variedad de sus plumas, es algo en lo que coinciden todos los que han descrito su forma. Sobre el número de años se dan varias teorías: el más extendido es un intervalo de quinientos años, pero hay quienes aseguran que han de pasar mil cuatrocientos sesenta y uno y que las aves anteriores (aparecidas por primera vez en el reinado de Sesosis, después en el de Amasis, y la última en el de Ptolomeo, que fue el tercer rey procedente de Macedonia), se fueron volando hasta la ciudad llamada Heliópolis, con gran acompañamiento de las demás aves que admiraban su extraña apariencia. Pero su antigüedad está bien poco clara, ya que entre Ptolomeo y Tiberio transcurrieron menos de doscientos cincuenta años, por lo que algunos han creído que este último fénix fue falso, que no procedía de las tierras de los árabes y que no había realizado nada de lo que la antigua memoria afirma. Así, se cuenta que, cuando se le acaban los años de vida y se avecina su muerte, construye un nido en sus tierras y derrama sobre él su energía reproductora de la que nace un nuevo ser, y que la primera tarea de éste cuando ha crecido consiste en enterrar a su padre pero no de cualquier manera; antes al contrario, tomando un trozo de mirra lo transporta durante largos trayectos y, cuando es capaz de aguantar su peso y el vuelo, toma sobre sí el cadáver de su padre, lo lleva hasta el altar del Sol y lo quema. Estos datos son inseguros y están aumentados con otros fabulosos; de todas las maneras, no hay duda de que de vez en cuando esta ave se deja ver en Egipto.

Tácito

Aire libre

Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles...

También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.

Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.

(Blas de Otero)