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viernes, 22 de mayo de 2020

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Utopías del Mundo Antiguo                                                                                                                                                                                        Entonces, en efecto, aquel mar era transitable, y tenía delante del estrecho, al que llamáis en vuestra lengua «columnas de Heracles», una isla  que era mayor que Libia y Asia juntas, desde la que los viajeros de entonces podían pasar a las otras islas, y de las islas a todo el continente que se encontraba enfrente y rodeaba al verdadero océano. Porque todas las zonas que se encuentran en el interior del estrecho que dijimos se parecen a un puerto dotado de una entrada estrecha; aquél, en cambio, era un auténtico mar, y la tierra que lo rodeaba todo alrededor de verdad merecía plenamente el nombre de continente. En esta isla Atlántida había surgido, de una confederación de reyes, una potencia grande y admirable, a cuyo dominio estaba sometida.                                                                                                                                                                                    Habiendo sobrevenido, en una época posterior, terremotos e inundaciones extraordinarias, que acontecieron en un único día y una noche funestos, la totalidad de vuestro estamento militar se hundió bajo tierra, y la isla Atlántida, de igual manera, desapareció hundida en el mar: por esta razón en nuestros tiempos el mar por aquella zona es intransitable e inescrutable, pues obstaculiza la marcha el barro, que se encuentra a muy poca profundidad, que produjo la isla al asentarse.

El oricalco, del que ahora no tenemos más que el nombre -entonces, además, del nombre, existía el propio producto del oricalco, extraído de la tierra en muchos lugares de la isla, y era, con la excepción del oro, el metal más precioso de los de entonces-. 

El buen régimen

Otra historia judía cuenta que un hombre de avanzada edad, que se sentía muy cansado, pidió hora con un médico de renombre. 
El médico le toma la tensión, le examina los ojos, los pulmones, la garganta. Le hizo un electrocardiograma, un encefalograma y otras pruebas y análisis. Cuando se conocieron los resultados, el médico llama al paciente, verifica algunos detalles, escribía durante un cuarto de hora largo unas líneas en una hoja de papel  blanco y finalmente dijo: 
-Lo he apuntado todo aquí. A partir de hoy, no volverá a fumar ni a beber una sola gota de alcohol, bajo ningún pretexto. Suprimirá el azúcar y todas las grasas, incluso el aceite de girasol. También suprimirá las patatas, las judías y todas las féculas en general. Se abstendrá de hacer el amor. Esto es lo que puede comer: ensalada y puerros hervidos, sin condimento alguno, unos pocos nabos al vapor, manzanas al horno, evidentemente sin azúcar y, dos veces por semana, cien gramos de carne magra a la parrilla. Para acabar, una vez a la semana podrá comer un yogur natural y un  trozo de pez hervido, sin aceite ni mantequilla. Si no sigue mis instrucciones, le doy tres meses de vida.  
-Y, si las sigo -pregunta el hombre-, ¿puedo esperar vivir más tiempo? 
-No -dijo el médico-. Pero el tiempo le parecerá más largo.