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viernes, 26 de abril de 2019

Sant Jordi - 2018 - Mollet del Vallés


Historia de los Animales (10)

Como animales de vigilancia, los perros resultan menos eficaces que los gansos, cosa que fue descubierta por los romanos. En tiempos en que los celtas les estaban haciendo la guerra, lograron obligar a los romanos a retroceder y entraron en la ciudad misma, hasta apoderarse de todo, con excepción de la colina del Capitolio, que no lograban escalar, dado que todos los accesos que se mostraban fáciles para los sitiadores estaban protegidos por algún sistema defensivo. En tal ocasión el guardián de la colina era el cónsul Marco Manlio, encargado de vigilarla; este hombre llegó a otorgar a su propio hijo una corona de laurel por su valor, pero lo sentenció a muerte porque había abandonado su puesto.
Cuando los celtas comprobaron que la colina no les resultaba accesible por ningún punto, acordaron que esperarían hasta bien entrada la noche, para lanzarse contra los sitiados mientras éstos se hallaran descansando. Creían que podrían escalar la colina por un sitio que carecía de vigilancia y de protección, puesto que para los romanos no parecería posible que el ataque galo proviniera de ese lugar. Esto habría terminado en que Manlio y la ciudadela jupiterina fueran capturados de un modo vergonzoso, si por casualidad no hubiera habido allí unos gansos muy chillones.
Los perros se abalanzaron sobre la comida que se les ofrecía y se mantuvieron en silencio, pero los gansos -que siempre están ocupados en su garrulería cuando se les proporciona alimento- despertaron con su alharaca a Manlio y a los soldados que estaban junto a él.
Por esta razón todavía hoy cada año los perros, en Roma, son sometidos a la pena de muerte, como castigo por aquella vieja traición; por el contrario, un ganso es llevado en una litera entre pompa y boato, en ciertos días.

Un gallo llamado Centauro se prendó del copero real del soberano Nicomedes, de Bitinia, según narra Filón. Asimismo, una graja quedó prendada de un mancebo apuesto. También tengo noticia de que ciertas abejas suelen enamorarse, aunque casi todas se muestran bastante mesuradas. 

Cerca de Epidamno, en el Mar de Jonia, junto a la comarca de los taulantios, se tiende la tierra llamada Isla de Atenea, donde viven muchos pescadores. En esa isla hay un lago en cuyas aguas habitan cardúmenes de caballas. Los pescadores les proporcionan comida, porque entre unos y otras hay un pacto de paz; los peces disfrutan de libertad y no sufren ningún ataque, así es que llegan a una edad avanzada y algunos ejemplares son muy viejos. No comen gratuitamente, ni devuelven de un modo ingrato el alimento que se les brinda, porque después de recibir su ración de manos de los pescadores, ellas mismas se lanzan a sus incursiones de caza por propia voluntad, como si desearan pagar su comida.
Así es que salen del puerto y van en busca de caballas ajenas al lugar; una vez que las encuentran, organizadas en grupos o en filas de batalla, se acercan a nado, porque son peces de igual familia y de igual índole. Las forasteras no huyen; tampoco lo hacen las del puerto, que acompañan a las visitantes. Más tarde, las caballas amaestradas cercan a las otras, cierran filas y las apresan en medio de su formación, sin dejarlas huir, porque quieren beneficiar a sus protectores: a cambio de saciar su apetito, proporcionan grandes banquetes a los hombres; los pescadores se acercan y recogen a las prisioneras entre las que se produce gran mortandad; las caballas amaestradas regresan al lago y entran en sus cuevas, a la espera de su ración de la tarde.
Los pescadores traen la comida, porque necesitan de ayuda en la pesca y de buenas amigas. Y así se repite todos los días.

Claudio Eliano