Las upupas (abubillas) son pájaros muy ariscos; según creo, porque recuerdan su antigua forma humana y, en especial, porque detestan al sexo femenino, construyen sus nidos en sitios solitarios y en peñascos muy altos. Para que el hombre no se aproxime a sus crías, las upupas cubren sus nidos no con barro, sino con heces humanas, con lo que ponen en fuga y rechazan con el hedor fétido a la criatura que es su enemiga natural.
Cierta vez, este pájaro fue hallado criando a sus polluelos en el sitio más apartado de una fortaleza, en la grieta que el tiempo con su transcurrir había abierto en una piedra. El guardián del fuerte, al ver los pajarillos, tapió el agujero con barro. Cuando la upupa volvió y comprobó que el acceso estaba cerrado, buscó una planta, la acercó al barro e hizo así que se disolviera; la madre llegó hasta sus crías y se marchó otra vez, en busca de comida; el hombre, una vez más, tapó el nido y la upupa se valió de la misma planta para abrirlo. Ocurrió lo mismo por una tercera vez. El guardia de la fortificación, al observar lo que había ocurrido, agarró la planta y no la utilizó con el mismo fin, sino que logró descubrir tesoros que no eran de su pertenencia.
La paloma torcaz tiene fama de poseer la mayor continencia entre los pájaros. Por ejemplo, cuando macho y hembra ya se han apareado y, por decir así, planean formar una familia entre ambos, se unen uno a otro y se guardan fidelidad, sin que ninguno de los dos se atreva a meterse en lecho ajeno. Pero si llevan a cabo alguna aventura amorosa con otros, el resto de sus congéneres se reúne a su alrededor y los machos atacan y matan a los machos y las hembras a las hembras. Aunque esta norma de continencia, que existe entre las palomas, no se mantiene siempre en su castigo: no siempre mueren los dos integrantes de la pareja, ya que al morir el macho, los otros compadecen a su compañera y le permiten alejarse a salvo para llevar sola su viudez.
Claudio Eliano