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sábado, 20 de abril de 2019

Capgrossos de Terrassa





Historia de los Animales (7)

Entre los animales también existe la facultad de la memoria, que es en ellos un don congénito, no adquirido ni por los ejercicios ni por las enseñanzas de algunos impostores que, llenos de vanidad, se dicen inventores de tales métodos. El siguiente relato es testimonio de esta afirmación.
Cierto Androcles, que para su desdicha era esclavo, huyó de la casa de su amo, un senador de Roma; la fuga se debió a una falta cometida por el esclavo, ignoro si grave o no. Androcles llegó hasta Libia, donde trataba de mantenerse lejos de las ciudades, cuyo lugar de asiento sólo señalaba gracias a las estrellas, como se suele decir; a continuación se encaminó hacia el desierto. Abrumado por el fuego ardiente del sol, se refugió con gusto bajo una roca hueca, para descansar. Pero aquélla era la cueva de un león.
El león regresó por fin de su expedición de caza con una herida que le había producido una fuerte espina; al hallar al joven en su cueva, lo miró con ojos de esperanza, movió la cola y le presentó la pata: con todos los medios a su alcance le pedía que le quitase la espina. En un primer momento, Androcles se apartó, aterrado; pero al comprobar que la fiera se mostraba mansa y al ver la herida, le quitó la espina, motivo del dolor, y así también liberó al león de sus males.
Feliz de haber sido curado, el animal devolvió los cuidados al esclavo: le brindó un trato hospitalario y compartió con él su caza. Según su costumbre, la fiera comía su comida cruda y el hombre la cocinaba. Así ambos tenían una mesa común, si bien cada uno la disfrutaba de acuerdo con las preferencias de su naturaleza.
A lo largo de tres años Androcles convivió con la fiera. Mas, dado que le había crecido demasiado el pelo, se vio afectado por una picazón cruel, cosa que lo decidió a dejar al león y entregarse a su destino. Tiempo después, fue prendido cuando andaba sin rumbo; sus captores, al saber quién era su amo, lo entregaron maniatado a aquel senador romano. Éste decidió castigar al esclavo por la falta antigua entregándolo a las fieras, para que fuese devorado. Pero, entre tanto, el león libio fue capturado por un grupo de cazadores libios, quienes lo llevaron al circo, cuando el esclavo condenado a muerte, aquel mismo hombre que había compartido el albergue y la comida del animal, iba a cumplir la pena.
Androcles no reconoció al león, pero éste supo de inmediato de quién se trataba y, meneando la cola, le dio muestras de cariño y se echó a sus pies. Por último, Androcles reconoció a la fiera y se abrazó a ella como quien ve a un gran amigo tras una ausencia prolongada, mostrándole su afecto.
Semejante escena parecía ser obra de un mago, de modo que fue echado a la arena un leopardo; cuando este animal se arrojó contra Androcles, el león se lanzó a defender a su benefactor, aquel hombre con el que había compartido su comida, y no tardó en hacer pedazos al leopardo.
El público del circo estaba atónito y el ciudadano que había organizado el espectáculo hizo que Androcles se acercara para explicarse. Al oír la historia, que se difundió de inmediato entre la muchedumbre, todos los concurrentes pidieron a gritos que se diera libertad al esclavo y a la fiera. 
Es decir, que la memoria es una facultad congénita entre los animales. 

Esos perros que se ufanan de ser hijos de un tigre desprecian dar caza a los ciervos o perseguir a los jabalíes, aunque se arrojan contra los leones, con lo cual queda demostrada su estirpe. En presencia de Alejandro, los cazadores indios pusieron a prueba el arrojo de sus perros y para ello dejaron en libertad un ciervo, ante el cual el perro permaneció indiferente, después soltaron un jabalí y el perro no se movió; a continuación hicieron lo mismo con un oso, bestia que no produjo efecto en el perro; pero cuando fue soltado un león, tan pronto como lo hubo visto, «sintió que se le recrudecía la cólera» y, al comprobar que estaba frente a un adversario de cuidado, no dudó ni permaneció quieto, sino que se arrojó contra la fiera, la apresó con una garra vigorosa y se ensañó hasta ahogarla. A continuación, el indio que había preparado esta prueba para el soberano y que sabía hasta qué punto podía soportar el dolor aquel perro, ordenó que le cortaran la cola; así se hizo y el animal no se alteró para nada. Luego, el indio dio orden de que le cercenaran una pata; se ejecutó la orden y el perro se mantuvo firme como antes y no se movió, como si la pata cortada fuese de otro perro y no de él. Le cortaron otra pata y el perro no abandonaba su presa; también fue cercenada la tercera pata y el animal continuaba aguantando; le cortaron la cuarta y el perro todavía pensaba en atacar. Por último lo degollaron, pero los dientes del perro siguieron hincados en su presa, en tanto que la cabeza quedó apoyada sobre el cuerpo del león, a pesar de que el perro había muerto ya.
Alejandro se mostró dolido y emocionado por la muerte de aquel perro que demostrara su entereza, probando que no era un cobarde, y que pereciera por motivo de su valor. Al ver la aflicción del soberano, el indio le ofreció como presente otros cuatro animales de la misma condición que el muerto. Alejandro los aceptó con gusto y, a su vez, obsequió al indio con largueza; con aquellos cuatro perros, el hijo de Filipo atenuó el dolor que le ocasionara la muerte del primero.

Claudio Eliano