Después de atrapar a una tortuga de tierra, las águilas se ciernen en lo alto para arrojarla contra las rocas; así, roto el caparazón, pueden sacar las carnes y comerlas. Según me han referido, de esta manera perdió la vida Esquilo el eleusino, poeta trágico. Fue así: Esquilo se hallaba sentado en una roca, presumo que reflexionando y escribiendo, tal como tenía por costumbre; su cabeza era completamente calva, sin un solo pelo. Un águila, creyendo que esa calva era una roca, dejó caer sobre ella la tortuga que había apresado. El animal cayó sobre la cabeza del poeta y lo mató.
Ahora he de referirme al carácter maligno de la hiena libia, de la que también me han llegado noticias. Se esconde en lo hondo del bosque, para oír a los leñadores, que se llaman unos a otros y que conversan entre sí. Más tarde, imita las voces oídas y hasta llega a hablar -por más que esto parezca un cuento fantasioso- con un tono semejante al de los hombres, repitiendo los nombres que haya oído; el hombre así llamado se aproxima; la bestia se aparta un poco y vuelve a llamar; el hombre sigue en busca de la voz y cuando la hiena libia lo ha apartado de sus compañeros de trabajo y lo ha aislado, se arroja sobre él y lo mata, con lo que se convierte en su comida quien fuera atrapado por su voz.
Aseguran los mauritanos que sus rebaños engordan gracias a la música y no por lo que pastan; se complacen con las comidas saladas, porque la sal impulsa a las bestias a beber agua. También saben las ovejas que los vientos septentrionales y meridionales, tanto como los carneros que se aparean con ellas, tienen que ver con su preñez. Conocen, asimismo, el carácter favorecedor del viento norte en las pariciones de machos, y saben que un viento sur trae hembras. Así es que una oveja, tras ser cubierta, si quiere tener prole de uno u otro sexo, se ubica en la dirección del viento correspondiente.
Tales de Mileto impuso un castigo a la perversidad de una mula, una perversidad que puso en descubierto con mucha astucia. La mula llevaba una carga de sal y cierta vez, al cruzar un río, resbaló y cayó en el agua, patas arriba. Después de mojarse, la sal se disolvió y la mula se sintió muy feliz al comprobar que la carga era menos pesada. La mula, comprobada ya la diferencia que existe entre la faena dura y la vida fácil, tomó nota de las enseñanzas de la fortuna y comenzó a hacer deliberadamente lo que una vez fuera un hecho involuntario. El mulero no podía utilizar otro camino que no cruzara el río; cuando Tales escuchó la historia de su esclavo, consideró que debía imponer un castigo singular a la perversidad de la milla y ordenó que la cargaran con esponjas y lana. El animal, ajeno a la trampa, se dejó caer como siempre y, mojada la mercadería que llevaba encima de la sal, vio que su ardid la perjudicaba; desde esa ocasión cumplió con su trayecto sin accidentes y, manteniendo firmes sus patas, conservó la sal íntegra.
Claudio Eliano