Anacreónticas (4)
XXXV
Otra canción sobre Eros
Eros una vez de una abeja posada entre las rosas, por no verla, fue picado. En un dedo de la mano viose herido y lanzó un grito. Corriendo y aun volando hasta la bella Afrodita fue a quejarse:
«Perdido estoy, madre, perdido y ya muriendo: culebra minúscula con alas me ha alcanzado, la que llaman abeja los labriegos».
Y ella replicó: «Si ese aguijón, el de la abeja, así te duele, ¿cuánto dolor soportan te imaginas cuantos, Amor, eliges tú por blanco?».
XXXVI
Del avaro
Si por oro la riqueza permitiese prolongar la vida a los mortales, me afanaría en atesorarla, y así llegaran los achaques, un tanto se cobraran y se fuesen.
Si comprar la vida, empero, nos está negado a los humanos, ¿a qué vanamente me lamento, para qué lanzo sollozos? Pues si estamos destinados a la muerte, ¿qué ganancia me reporta el oro?
Para mí, que haya de beber, degustando con mis fieles camaradas dulce vino, y en lechos bien mullidos oficiar los ritos de Afrodita.