A la hetera Dóride
Dóride arrancó un solo cabello de su melena dorada
y como a los prisioneros de guerra ató mis manos.
Al principio me reía, creyendo que me sacudiría
fácilmente la atadura de la deseable Dóride.
Al no tener fuerzas para romperla, comencé a gemir
como si estuviera encadenado por trabas de bronce.
Y ahora, tres veces malhadado, pendo de un hilo,
llevado con rienda corta adonde mi dueña me arrastra.
Paulo
A una muchacha
Puede que los sufrimientos del castigo de Tántalo
en el Aqueronte sean más livianos que mis dolores,
pues, a la vista de tu belleza, no se le prohibía unir sus labios
a tus labios, más delicados que los capullos de rosa.
Tántalo llora sin razón: la roca suspendida sobre su cabeza
teme, pero no puede morir otra vez.
Pero a mí, que estoy vivo, me consume la pasión
y estoy cerca de la muerte por agotamiento.
Paulo