Blogs que sigo

miércoles, 21 de febrero de 2018

Amarè


Harisarman

En cierto poblado vivía un Bracmán llamado Harisarman. Era pobre y tonto, lo cual le impedía conseguir un trabajo con el cual poder alimentar a sus numerosos hijos. Así, para conseguir algún sustento iba pidiendo limosna de casa en casa.
Un día llegó a una importante ciudad y quiso su suerte que entrase al servicio de un hombre muy rico, llamado Estuladata. Sus hijos guardaron los ganados del dueño, y su mujer cuidó de preparar las comidas. En cuanto a él, vivió cerca de la casa de su patrón y se ocupó del cuidado de sus propiedades.
Un día celebróse una gran fiesta en la casa, en ocasión del casamiento de una hija de Estuladata, a la misma asistieron todos los amigos del potentado. Harisarman tenía la confianza de poderse hinchar de cosas buenas; pero nadie en la casa se acordó de él ni de su familia.
Esto le molestó mucho, y aquella noche al acostarse, le dijo a su mujer:
– Es a causa de mi pobreza y estupidez que me tratan de esta manera. Voy a fingir que poseo un poder mágico, y así Estuladata me respetará. En cuanto se te presente una ocasión, dile que tengo poderes mágicos.
Reflexionando sobre esto, pasó gran parte de la noche, y al fin, cercana ya el alba, levantóse de la cama y cogió el caballo del cuñado de Estuladata y lo escondió a cierta distancia de la casa.
A la mañana siguiente, los amigos del novio no pudieron encontrar el caballo por más que buscaron, y mientras Estuladata ordenaba a sus criados que buscaran en todas direcciones hasta encontrar el caballo y el ladrón, la mujer de Harisarman fue a verle, diciéndole:
– Mi marido está muy versado en la Astrología y en las ciencias mágicas. Estoy segura de que podría devolveros el caballo. ¿Por qué no vais a interrogarle?
Al oír esto, Estuladata mandó llamar a Harisarman, quien dijo:
– Ayer fui olvidado, pero ahora que han robado el caballo os acordáis de mí.
– Me olvidé de ti, perdóname -dijo humildemente Estuladata.- Te pido por favor que me digas quién ha robado el caballo de mi yerno, y dónde está.
Harisarman asintió en silencio y marcó unas líneas en el suelo, donde se sentó a reflexionar. Al cabo de un rato de permanecer sumido en fingidas meditaciones, dijo:
– El caballo ha sido dejado por los ladrones en el bosquecillo que hay a una legua de aquí. Lo han colocado allí para trasladarlo a otro lugar en cuanto anochezca.
Al escuchar estas palabras, los criados de Estuladata se dirigieron al sitio indicado y regresaron con el caballo, alabando grandemente la sabiduría de Harisarman, a quien calificaron de sabio y le concedieron infinidad de honores.
Pasó el tiempo y llegó un día en que del palacio del Rajá se llevaron gran cantidad de joyas de oro y plata. Como no se pudo encontrar el ladrón, el Rajá mandó llamar a Harisarman, cuyo conocimiento de los ciencias ocultas era conocido en toda la población.
– Mañana os contestaré a vuestra pregunta -dijo Harisarman al verse ante el soberano.
Su único deseo era ganar tiempo, en la esperanza de que sucediera algún milagro.
El Rajá ordenó que le prepararan una habitación en el palacio y Harisarman se trasladó a ella, lleno de pesar por haber pretendido conocer lo que ignoraba.
Una de las sirvientas del palacio, llamada Lenua, era quien, con ayuda de su hermano, había robado las joyas. Alarmada por la presencia de Harisarman, fue a medianoche a escuchar por la cerradura de la habitación del falso mago. Este se hallaba en aquellos momentos maldiciendo su lengua, con la que había formulado la mentira de que era práctico en las ciencias mágicas.
– ¿Qué has hecho, lengua, qué has hecho? ¡Malvada, pronto recibirás por entero el castigo que te mereces!
Lenua, que oyó estas palabras, creyó que Harisarman decía Lenua en vez de lengua, y loca de terror por haber sido descubierta, entró en la estancia y postrándose ante el sabio mago, le dijo con voz entrecortada:
– Bracmán, yo soy Lenua a quien habéis descubierto. Soy la ladrona del tesoro, que escondí en el jardín de palacio, debajo de un granado. Os pido por favor que no me descubráis y aceptéis la pequeña cantidad de oro que tengo.
Al oír esto Harisarman replicó vivamente:
– Retírate; sé todo lo que me dices; conozco el presente, pasado y futuro; pero no te denunciaré, porque eres una miserable criatura que ha implorado mi protección. Sin embargo, es necesario que me entregues todo el oro que tienes en tu poder.
La criada aceptó muy agradecida y se retiró de la habitación, dejando a Harisarman grandemente asombrado.
– El Destino es inquebrantable -se dijo.- Está decidido que yo sea un sabio mago y a pesar de haber estado a dos pasos de la muerte, he salido bien librado. Mientras maldecía mi lengua, la ladrona Lenua se ha arrojado a mis pies, suplicándome que no la descubra. ¡Cuántos delitos hace descubrir el miedo!
Con estos pensamientos, Harisarman pasó alegremente la noche, y cuando al llegar la mañana fue conducido ante el Rajá hizo unos cuantos movimientos extraños y al fin declaró haber descubierto que lo robado se encontraba en el jardín, debajo del único granado que en él había. Declaró también que el ladrón había huido con parte de lo robado.
Tanta admiración produjo al soberano la sabiduría de Harisarman, que le entregó en soberanía, diversos pueblos del reino.
Pero un ministro llamado Devajnanin susurró al oído del Rajá:
– ¿Cómo es posible que un simple Bracmán posea un poder mágico que sólo se obtiene después de muchos años de estudios? Tened la seguridad de que ese hombre está de acuerdo con los ladrones y todo lo que ha hecho ha sido valerse de los informes que le han dado. Antes de entregarle esos pueblos, será mejor que lo pongáis de nuevo a prueba.
El Rajá quedó convencido por las cuerdas palabras de su ministro, y cogiendo una taza de porcelana la llenó de agua, metiendo en ella una cría de ranas. La cubrió luego con un paño y se la presentó a Harisarman, pidiéndole dijese lo que había allí dentro.
Al oír esto, el Bracmán cerró los ojos, pensando que había llegado su última hora, y recordando lo que le decía su padre cuando hacía algo malo, murmuró:
– ¡Dónde te has metido, renacuajo!
El Rajá y los cortesanos prorrumpieron en aplausos al oír estas palabras del Bracmán, ya que en un momento había adivinado el contenido de la taza. El soberano añadió otros pueblos a los que ya le había donado, además, un saco de rupias y una hermosa sombrilla.
Y así, gracias a la costumbre de su padre de llamarle renacuajo, Harisarman se convirtió en uno de los hombres más ricos de la India.

Anónimo, cuentos de la India