

-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces,
Sancho -dijo don Quijote-, que
eres muy grande hablador y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas
de agudo; mas, para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero
que me oyas un breve cuento. Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y
rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, rollizo
y de buen tomo; alcanzólo a saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por
vía de fraternal reprehensión: "Maravillado estoy, señora, y no sin mucha
causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra
merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como
fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos
teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir:
Éste quiero, aquéste no quiero". Mas ella le respondió, con mucho donáire
y desenvoltura:
»"Vuestra
merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que
yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece; pues para lo que yo le
quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles". Así que, Sancho,
por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso tanto vale como la más alta princesa
de la tierra.
(Primera parte - Cap. XXV)