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domingo, 10 de abril de 2016

Segovia



¿Quieres ser emperador?

En aquella época, Heian Kyo, que significa «Capital de la paz y la tranquilidad», era un lugar encantador en el que residía Su Majestad el emperador. Nobles señores vestidos de rojo, túnica color cereza y pantalón púrpura, nobles damas de ropas impresionantes, de colores incesantemente nuevos, rivalizaban en las justas de amor y las adivinanzas. Las fiestas suntuosas se sucedían inesperadamente en los palacios y mansiones, amados de magníficas estatuas.
Los músicos acompañaban en las orillas del lago de las Ocho Virtudes a los amantes del claro de luna. Los templos estaban construidos de maderas preciosas, adornados de nácar, incrustados de piedras preciosas, y las ceremonias rituales daban pie a fastos sin igual en todo el imperio.
***
El emperador Saga era un hombre ya de edad, algo cansado de todo aquel perpetuo festejar. Una pena secreta lo carcomía. No tenía hijos. A menudo se ausentaba de la corte e iba con unos cuantos siervos fieles y discretos a casa de un eremita, un monje zen. Éste vivía no lejos de la capital, en una simple cabaña de ramas, cerca de una pagoda en ruinas. Sentado en un tronco de árbol, Saga observaba al monje rezar, meditar, cortar madera, y el brillo del hacha al ritmo de sus golpes bajo el sol.
«Contemplo desde hace años cómo vives, Ryoben; eres activo, enérgico, generoso y sabio. Yo me estoy haciendo viejo, y no tengo hijos. ¿Quieres sucederme? ¿Quieres ser Emperador?»
A aquella pregunta asombrosa, el monje no respondió palabra.
«Imagínate, Ryoben, los placeres, la riqueza, el poder absoluto, el derecho de vida y muerte sobre todo cuanto respira en este país. Podrías hacer construir aquí un palacio, o un templo de cien pagodas, difundir el Zen, extender su influencia. ¿No te tienta?»
Entonces Ryoben dejó el hacha, se recompuso las ropas y dijo:
«Voy a ir a la orilla del río a lavarme los oídos manchados por vuestras palabras».
Se fue al río, donde se encontró a un campesino que solía acudir allí con su vaca para que ésta bebiese.
«¿A esta hora te lavas las orejas?
-Sí, me las han ensuciado las palabras del Emperador. Me ha propuesto que lo suceda y suba al trono.
-¡Comprendo que te laves! -dijo el campesino-, y en estas condiciones no voy a dejar que la vaca beba de esta agua contaminada».
* * *
Provocación, impertinencia, la gran risa liberadora del Zen. Para el monje es lo mismo el gran señor y el pobre desgraciado, el león y el gusano. El Zen, que no desea nada y que no posee nada, es la libertad perfecta. 
Henri Brunel - Los más bellos cuentos zen


Ésta va a petición de Pepi para alegrarle el alma