Donde comienza a florecer la rosa
El viejo
jardinero poseía una infinita variedad de rosas. Haciendo el papel de los
abejorros, llevaba el polen de una flor a otra, efectuando el cruzamiento entre
los ejemplares más diversos. De esta manera, obtenían nuevas y nuevas
variedades, que amaba con verdadera pasión y que despertaban la envidia de los
que no sabían imitar a los abejorros.
Como nunca
regalaba una flor, adquirió fama de hombre egoísta y malo. Una hermosa señora
que fue a visitarlo, volvió asimismo con las manos vacías repitiendo las
palabras que le dijera el jardinero. Desde entonces, además de egoísta y malo,
le tuvieron por loco y nadie volvió a ocuparse de él.
«Es usted tan
bella, señora -le había dicho el jardinero- que le regalaría gustoso todas las rosas de mi jardín; pero, a pesar de mis años, aún no sé
dónde comienza una rosa a ser
rosa, para cortar justamente allí y separar una flor entera y viva. Se ríe
usted de mí; ¡eh! no se ría, yo se lo ruego.»
Y el viejo
jardinero llevó a la bella señora ante el rosal que florecía la variedad más
extraña: un capullo encarnado, como un corazón abandonado entre espinas.
«Vea usted, señora
-decía el jardinero, y sus dedos viejos y sabios acariciaban la flor- yo he
seguido el curso del florecimiento de la rosa. Estos pétalos rojos salen del
cáliz como las llamas de una hoguera pequeñita. ¿Y es posible separar una
llama y conservarla ardiendo? El cáliz se adelgaza y se funde insensiblemente
en el largo pedúnculo, y éste, a su vez, penetra en la rama, sin que nadie
pueda precisar cuándo termina el uno y comienza la otra. He visto que el tronco
empalidece poco a poco al internarse en el suelo y que las raíces están unidas a la tierra por el agua que sube.
»¿Cómo
separar una rosa y regalarla si no sé dónde ella comienza? Regalaría una corola
desprendida violentamente y usted sabe, señora, cuán poco viven las cosas
mutiladas.
»Cuando llega
octubre y observo que los capullos hinchados se abren, yo, que he tratado de
saber dónde comienza a florecer
la rosa, nunca me atrevo a decir:
mis rosales florecen; siempre
exclamo: ¡la tierra está florida, bendita sea!
»Cuando
joven, yo era rico, fuerte, hermoso y bueno. Cuatro mujeres me amaron en
aquella época.
»La
primera amaba mi riqueza. En manos de aquella mujer desenfrenada, se desvaneció
rápidamente mi fortuna.
»La segunda
amaba mi fuerza. Me hizo luchar y vencer a mis rivales, y en seguida agotó mis
energías con sus caricias.
»La tercera
amaba mi belleza. No cesaba de
besarme prodigándome los dictados más lisonjeros. Terminó mi belleza con la
juventud e igualmente el amor de esa mujer.
»La cuarta
amaba mi bondad y se valió de ella en su propio beneficio. Conocí, por fin, su
hipocresía y la abandoné.
»En aquella época, señora, era yo un rosal que
tenía cuatro rosas. Cuatro
mujeres cortaron cada cual la suya. Pero
si el rosal alcanza cien primaveras, la rosa alcanza una tan sólo. Fue así cómo
aquellas pobres flores, al deshojarse, se deshojaron para siempre.
Desde
entonces no sale una flor de mi jardín. Y a todo el que me visita le digo: ¿Cuándo dejarás de
entusiasmarte con los hechos aislados? Si eres capaz de limitar alguno, anda
y corta allí donde comienza a florecer la rosa.»
Pedro Prado