Blogs que sigo

sábado, 14 de marzo de 2015

Capellades (2)



Donde comienza a florecer la rosa          

El viejo jardinero poseía una infinita variedad de rosas. Haciendo el papel de los abejorros, llevaba el polen de una flor a otra, efectuando el cruzamiento entre los ejemplares más diversos. De esta manera, obtenían nuevas y nuevas variedades, que amaba con verdadera pasión y que despertaban la envidia de los que no sabían imitar a los abejorros.
Como nunca regalaba una flor, adquirió fama de hombre egoísta y malo. Una hermosa señora que fue a visitarlo, volvió asimismo con las manos vacías repitiendo las palabras que le dijera el jardinero. Desde entonces, además de egoísta y malo, le tuvieron por loco y nadie volvió a ocuparse de él.
«Es usted tan bella, señora -le había dicho el jardinero- que le regalaría gustoso todas las rosas de mi jardín; pero, a pesar de mis años, aún no sé dónde comienza una rosa a ser rosa, para cortar justamente allí y separar una flor entera y viva. Se ríe usted de mí; ¡eh! no se ría, yo se lo ruego.»
Y el viejo jardinero llevó a la bella señora ante el rosal que florecía la variedad más extraña: un capullo encarnado, como un corazón abandonado entre espinas.
«Vea usted, señora -decía el jardinero, y sus dedos viejos y sabios acariciaban la flor- yo he seguido el curso del florecimiento de la rosa. Estos pétalos rojos salen del cáliz como las llamas de una hoguera peque­ñita. ¿Y es posible separar una llama y conservarla ar­diendo? El cáliz se adelgaza y se funde insensiblemente en el largo pedúnculo, y éste, a su vez, penetra en la rama, sin que nadie pueda precisar cuándo termina el uno y comienza la otra. He visto que el tronco empa­lidece poco a poco al internarse en el suelo y que las raíces están unidas a la tierra por el agua que sube.
»¿Cómo separar una rosa y regalarla si no sé dónde ella comienza? Regalaría una corola desprendida violen­tamente y usted sabe, señora, cuán poco viven las cosas mutiladas.
»Cuando llega octubre y observo que los capullos hin­chados se abren, yo, que he tratado de saber dónde comienza a florecer la rosa, nunca me atrevo a decir: mis rosales florecen; siempre exclamo: ¡la tierra está florida, bendita sea!
»Cuando joven, yo era rico, fuerte, hermoso y bue­no. Cuatro mujeres me amaron en aquella época.
»La primera amaba mi riqueza. En manos de aquella mujer desenfrenada, se desvaneció rápidamente mi fortuna.
»La segunda amaba mi fuerza. Me hizo luchar y vencer a mis rivales, y en seguida agotó mis energías con sus caricias.
»La tercera amaba mi belleza. No cesaba de besar­me prodigándome los dictados más lisonjeros. Terminó mi belleza con la juventud e igualmente el amor de esa mujer.
»La cuarta amaba mi bondad y se valió de ella en su propio beneficio. Conocí, por fin, su hipocresía y la abandoné.
»En aquella época, señora, era yo un rosal que tenía cuatro rosas. Cuatro mujeres cortaron cada cual la suya.  Pero si el rosal alcanza cien primaveras, la rosa alcanza una tan sólo. Fue así cómo aquellas pobres flores, al des­hojarse, se deshojaron para siempre.
Desde entonces no sale una flor de mi jardín. Y a todo  el que me visita le digo: ¿Cuándo dejarás de entu­siasmarte con los hechos aislados? Si eres capaz de limitar alguno,­ anda y corta allí donde comienza a florecer la rosa.»
Pedro Prado