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lunes, 2 de marzo de 2015

Arbres monumentals de La Garriga

                     

Lo que sucedió al árbol de la Mentira

La Mentira y la Verdad se juntaron una vez, y cuando habían pasado ya un tiempo juntas, la Mentira, que es muy inquieta, dijo a la Verdad que deberían plantar un árbol para poder gozar de sus frutos y sentarse a su sombra cuando hiciera calor. La Verdad, como la cosa era fácil y grata, aprobó el proyecto.
Cuando el árbol estuvo plantado y empezó a brotar, la Mentira dijo a la Verdad que lo mejor sería repartirlo. A la Verdad le pareció muy bien. La Mentira, demostrando con diversos sofismas que como la raíz del árbol le conserva la vida es su parte mejor, aconsejó a la Verdad que eligiera las raíces, que están bajo tierra; ella correría el riesgo de quedarse con las ramas, que aún habían de salir, y que por estar encima de la tierra podían ser arrancadas, o cortadas por los hombres, o roídas por los animales, o estropeadas por los pájaros, o quemadas por el sol, o heladas por el frío, peligros de los cuales quedaban libres las raíces del árbol. Al oír la Verdad todas estas razones, como es muy crédula y confiada y no tiene malicia, les dio entero crédito y se persuadió de que era cierto lo que le decía la Mentira y que le aconsejaba que se quedara con la mejor parte; por eso tomó para sí la raíz y se quedó satisfecha con ella. La Mentira se puso muy contenta al ver el engaño de que había hecho víctima a su compañera, diciéndole unas mentiras tan bien fundadas y con tanta apariencia de verdad.
Convenido el reparto, la Verdad se metió donde están las raíces, que había elegido, y la Mentira se quedó sobre el haz de la tierra, junto con los hombres. El árbol empezó a crecer y a echar grandes ramas y hojas muy anchas, que daban mucha sombra y flores muy hermosas, de color viva y grato a la vista. Cuando las gentes vieron aquel árbol tan hermoso fueron a gozar de su sombra y sus flores, de tan bello color; la mayoría de ellas se sentían atraídas hasta tal punto que ya no querían moverse de allí; aun los que estaban en otros sitios se decían unos a otros que si querían descanso y alegría se fueran a poner a la sombra del árbol de la Mentira. Ésta, que es muy lisonjera y que sabe mucho, les hacía pasar muy buenos ratos a los que se juntaban allí y les enseñaba lo que sabía. A las gentes les gustaba mucho aprender aquel arte. De este modo se atrajo a la mayoría de las personas, pues a los unos enseñaba mentiras sencillas, a los más ingeniosos mentiras dobles y a los sabios mentiras triples.
Debéis saber que mentira sencilla es cuando uno le dice a otro: "Don Fulano, yo haré tal cosa por vos", sin pensar hacerla. Mentira doble es cuando un hombre presta juramento, entrega rehenes, autoriza a otro a pactar por él, y mientras da tales seguridades piensa la manera de no cumplir lo que promete. La mentira triple, muy eficaz y de la que nos libramos muy difícilmente, es la del que miente con la verdad.
Sabía la Mentira tanto de esto y sabía enseñarlo tan bien a los que se juntaban a la sombra del árbol que, habiéndola aprendido, lograban los hombres la mayoría de las cosas que deseaban y no encontraban a nadie que lo ignorara a quien no sometiesen a su voluntad, en parte atrayéndolos con la hermosura del árbol y en parte por medio del arte que les había enseñado la Mentira. Con esto la Mentira era muy considerada por todas las gentes, que se disputaban sus favores; de tal manera que el que lograba menos privanza y sabía menos de su arte era menos estimado, e incluso él mismo se tenía en poco.
Gozando la Mentira de tanta popularidad, la triste y desgraciada de la Verdad estaba bajo tierra, sin que nadie supiera de ella ni se preocupara de irla a buscar. Viendo que no le quedaba para mantenerse más que las raíces del árbol que había elegido por consejo de la Mentira, se puso a roerlas y a alimentarse de ellas. Aunque el árbol tenía fuertes ramas y anchas hojas, que daban mucha sombra y multitud de flores de hermoso color, antes de que pudiera dar fruto fueron sus raíces comidas por la Verdad. Cuando todas hubieron desaparecido, estando la Mentira a la sombra del árbol con las gentes que aprendían su arte, vino un viento y sopló con tal fuerza que, como el árbol no tenía raíces, cayó sobre la Mentira, a la que lesionó gravemente, mientras sus discípulos fueron muertos o malheridos. Entonces, por el hueco que ocupaba el tronco salió la Verdad, que estaba escondida, y al llegar a la superficie vio que la Mentira y todos los que a ella se habían juntado estaban maltrechos y arrepentidos de haber aprendido y haber puesto en práctica lo que la Mentira les había enseñado.

Conde Lucanor

Para que le cantes a tu hijo, nuestro nieto.