Arreglo en blanco y negro
La mujer con amapolas de
terciopelo de color rosa prendidas en el cabello teñido de rubio atravesó la
habitación con paso sugerente y danzarín, y cogió el delgado brazo del
anfitrión.
-¡Lo he atrapado! -exclamó-. ¡Ahora no puede escapárseme!
-¡Vaya! ¿Qué tal? -dijo su anfitrión-. ¿Cómo está usted?
-Oh, muy bien -contestó ella-. Estupendamente. Quisiera pedirle un
inmenso favor, ¿lo hará? ¿Verdad que lo hará?
-¿De qué se trata? -preguntó su anfitrión.
-Mire, desearía
conocer a Walter Williams. La
verdad, ese hombre me vuelve loca. ¡Oh! ¡Qué manera de cantar! ¡Cómo canta
esos espirituales! Como le digo a veces a Burton: «Tienes suerte de que Walter
Williams sea un hombre de color. Si no fuera así, tendrías muchos motivos para
estar celoso». Me encantaría conocerlo. Me gustaría decirle que lo he oído
cantar. Por favor, sea usted bueno y preséntemelo.
-Claro que sí -contestó su anfitrión-. Pensaba que ya lo conocía;
damos la fiesta en su honor. Pero ¿dónde está?
-Está ahí, junto a la biblioteca -dijo ella-. Esperemos a que acabe de
hablar con esa gente. Bueno, me parece que es usted maravilloso al dar esta
magnífica fiesta en su honor y ofrecerle la posibilidad de conocer a tantas
personas blancas. Supongo que le estará agradecidísimo.
-Espero que no -contestó el anfitrión.
-Me parece tremendamente generoso por su parte, de verdad. No entiendo
por qué no va a estar bien reunirse con gente de color. Yo no tengo ningún
tipo de prejuicios con esas cosas, ni remotamente. A Burton, en cambio, le
pasa justo lo contrario. Bueno, ya sabe; él es de Virginia, y ya sabe cómo son
allí.
-¿Ha venido esta noche? -preguntó el anfitrión.
-No, no ha podido -contestó-. Esta noche soy la viuda alegre. Al
marcharme, le he dicho: «No sé qué voy a hacer». Él estaba tan cansado que no
podía dar ni un paso. ¡Qué pena!, ¿verdad?
-¡Ah! -dijo el anfitrión.
-Cuando le diga que he conocido a Walter Williams, le dará algo. A
menudo discutimos sobre la gente de color. Me pongo tan nerviosa que le suelto
cualquier cosa. «No seas tonto», le digo. Pero debo decir en favor de Burton
que es mucho más tolerante que muchos de esos del sur. En realidad, le encanta
la gente de color. Por nada del mundo tendría criados blancos. Y, ¿sabe?,
tiene una vieja niñera de color, la típica mammy negra, a la que quiere
muchísimo. Vaya, todavía ahora, cuando va a su casa, pasa por la cocina para
verla. Lo único que dice es que no tiene nada en contra de la gente de color,
siempre que se mantenga en su sitio. No para de hacerles favores, les da ropa y
no sé cuántas cosas más. Eso sí, dice que no se sentaría a la mesa con uno de
ellos por nada del mundo. «¡Oh! Me pones mala con esas cosas», le digo. Soy muy
dura con él, ¿verdad?
-Oh, no, no, no, no -contestó el anfitrión-. No, no.
-Sí, claro que sí -replicó ella-. Ya sé que soy muy dura. ¡Pobre Burton ! Yo, en cambio, no pienso igual que él. No tengo el menor prejuicio
hacia las personas de color. Sin ir más lejos, algunas incluso me encantan. Son
como niños, despreocupados, tranquilos, siempre están cantando, riendo y todo
esto. ¿Conoce a alguien más feliz? Sinceramente: solo con verlas, me echo a
reír. Oh, me gustan, de veras. Mire, me lava la ropa una mujer de color desde
hace años, y le tengo muchísimo cariño. Es todo un personaje. Y mire lo que le
digo: la considero como una amiga. Ni más ni menos. Como le digo a Burton:
«¡Bueno, al fin y al cabo, todos somos seres humanos!». ¿No es verdad?
-Sí -contestó el anfitrión-, naturalmente.
-Por ejemplo, tomemos a ese Walter Williams -dijo ella-. Creo que un hombre como él es un verdadero artista. De verdad. Creo que
merece tener muchísimo éxito. Cielos, me gusta tanto esa música y todo eso que
no me importa de qué color tenga la piel. Sinceramente, creo que si una persona
es artista, nadie debería tener prejuicios que le hicieran rechazar la
oportunidad de conocerla. Eso es exactamente lo que le digo a Burton, ¿le
parece que tengo razón?
-Sí -contestó el anfitrión-. Claro que sí.
-Así pienso yo. La verdad, no puedo entender la estrechez de miras.
¡Vaya!, estoy convencida de que es un privilegio conocer a un hombre como
Walter Williams. De verdad. No tengo ningún prejuicio. ¡Cielos!, también el
Señor lo creó a él, igual que nos creó a nosotros, ¿verdad?
-Claro -contestó el anfitrión-. Naturalmente.
-Eso es lo que yo digo -prosiguió ella-. Oh, cuando tropiezo con gente
que tiene prejuicios en relación con las personas de color, me enfado tanto que
no puedo callarme. Naturalmente, admito que cuando encuentras a un hombre de
color malo, es terrible. Pero, como le digo siempre a Burton, también hay
algunos blancos malos en este mundo, ¿no es verdad?
-Supongo que sí.
-Vaya, me encantaría que un hombre como Walter Williams viniera a mi
casa a cantar alguna vez. Naturalmente, no podría pedírselo por culpa de
Burton, pero no me importaría en absoluto. ¡Oh, cómo canta! Es maravilloso cómo
llevan la música dentro, parece algo innato. Ande, vayamos a verlo y a hablar
con él. Pero, dígame, ¿qué debo hacer cuando me presente? ¿Debo darle la mano o
qué?
-Bueno, haga lo que quiera -dijo el anfitrión.
-Quizá sea lo mejor. Por nada del mundo quisiera que pensara que tengo
prejuicios. Creo que lo mejor será que le dé la mano, como haría con cualquier
otra persona. Eso es lo que haré.
Se dirigieron hacia el negro alto y joven que estaba junto a la
biblioteca. El anfitrión los presentó; el negro se inclinó.
-¿Cómo está usted? -dijo.
La mujer de las amapolas de terciopelo rosa le tendió la mano
extendiendo el brazo de modo ostensible, hasta que el negro la cogió, la
estrechó y la soltó.
-¡Oh!, ¿cómo está usted, señor Williams? -dijo ella-. ¿Qué tal? Ahora
mismo estaba comentando lo mucho que me gusta cómo canta usted. He asistido a
sus conciertos y tenemos discos suyos. ¡Me gustan muchísimo!
Hablaba vocalizando, moviendo los labios cuidadosamente, como si se
dirigiera a un sordo.
-Muy amable -contestó él.
-Esa canción que usted canta, «Water Boy», me encanta. La verdad, no
puedo quitármela de la cabeza. Tengo a mi marido medio loco, me paso el día
tarareándola. El pobre está negro... Bueno, dígame, ¿de dónde saca esas
canciones?
-Bueno -dijo él-, hay tantas...
-Supongo que le debe de gustar mucho cantar esos viejos espirituales
tan preciosos -dijo ella-. Debe de ser estupendo. ¡Oh, me encantan! Bueno, ¿y
qué está haciendo en este momento? ¿Sigue cantando? ¿Por qué no ofrece otro
concierto un día de estos?
-Voy a dar uno el día dieciséis de este mes -contestó.
-Bien, pues iré.
Iré, si puedo. Cuente conmigo. Cielos, aquí viene una multitud de gente para
hablar con usted. ¡Es usted el huésped de honor! ¡Oh!, ¿quién es esa muchacha
vestida de blanco? La he visto en algún sitio.
-Es Katherine Burke -contestó el anfitrión.
-¡Santo cielo! -exclamó-. ¿Katherine Burke? Vaya, parece totalmente
distinta fuera del escenario. Pensaba que era mucho más guapa. No sabía que
fuera tan oscura en realidad. Caramba, si parece casi... ¡Oh!, ¡es una actriz
fantástica!, ¿no cree, señor Williams? ¡Oh, la encuentro maravillosa! ¿Usted
no?
-Sí -contestó.
-Sí, yo también -dijo ella-. Fantástica. ¡Oh, cielos!, debería dar la
oportunidad a alguien más de hablar con el invitado de honor. Bueno, no lo
olvide, señor Williams, asistiré al concierto, si es que puedo. Aplaudiré con
todas mis fuerzas. y si no puedo ir, diré a todos mis conocidos que vayan. ¡No
lo olvide!
-No lo olvidaré -dijo él-. Muchísimas gracias.
El anfitrión la cogió por el brazo y la llevó a la habitación contigua.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó la mujer-. ¡Casi me muero! De verdad, le doy
mi palabra: casi me da algo. ¿Ha oído cómo he estado a punto de meter la pata?
Iba a decir que Katherine Burke parecía casi una negra. Me he callado a tiempo.
¡Oh!, ¿cree que se habrá dado cuenta?
-No lo creo -contestó el anfitrión.
-Bueno, gracias a Dios. Porque por nada del mundo hubiera querido que
se sintiera molesto. Vaya, es encantador. Verdaderamente encantador. Unos
modales encantadores y todo lo demás. Sabe, hay tantas personas de color a las
que les das la mano y se toman el brazo... Pero él no ha intentado hacer nada
de eso. Bueno, él es más sensato, supongo. Es encantador, ¿no cree?
-Sí -contestó el anfitrión.
-Me ha gustado mucho. No tengo ningún prejuicio contra él porque sea un
hombre de color. Me sentía con él tan a mis anchas como con cualquier otra
persona. Pero, sinceramente, me costaba aguantarme la risa: estaba pensando en
Burton. ¡Oh, cuando le cuente a Burton que lo he llamado «señor»!
Dorothy Parker - The New Yorker,
8 de octubre de 1927