La gata que creía ser perro y el perro que creía ser gata
Había una vez un campesino pobre que se llamaba Jan Skiba. Vivía
con su mujer y sus tres hijas en una choza de una sola habitación que tenía el
techo de paja y se encontraba apartada del pueblo. La casa tenía una cama, una
litera, una estufa, pero no había espejo. Un espejo era un lujo para un
campesino pobre. ¿Y para qué iba a necesitar un espejo un campesino? Los
campesinos no sienten curiosidad por su apariencia.
Pero este campesino sí que tenía un perro y una gata. El perro
se llamaba Burek y la gata Kot. Ambos habían nacido la misma semana. Por poca
comida que tuviera el campesino para él y su familia, no permitía que su perro
o su gata pasaran hambre. Como el perro nunca había visto a otro perro y la
gata nunca había visto un gato, y sólo se veían el uno a la otra, el perro
creía que era una gata y la gata pensaba que era un perro. Ciertamente eran muy
diferentes en esencia. El perro ladraba y la gata maullaba. El perro cazaba
conejos y la gata acechaba a los ratones. Pero ¿es necesario que todas las
criaturas sean iguales a sus semejantes? Tampoco las hijas del campesino eran
exactamente iguales. Burek y Kot se llevaban bien, a menudo comían del mismo
plato y trataban de imitarse. Cuando Burek ladraba, Kot intentaba ladrar, y
cuando Kot maullaba, también Burek intentaba maullar. A veces Kot cazaba
conejos y Burek intentaba atrapar un ratón.
Los vendedores ambulantes que compraban cabras, gallinas,
huevos, miel, terneros y todo lo que se podía obtener de los campesinos del
pueblo, nunca llegaban a la pobre choza de Jan Skiba. Sabían que Jan era tan
pobre que no tenía nada para vender. Pero un día un comerciante que se había
extraviado llegó hasta allí. Al entrar sacó sus mercancías y la mujer de Jan
Skiba y sus hijas se encandilaron con las lindas chucherías. El vendedor sacó
de su bolsa cuentas amarillas, perlas falsas, pendientes de latón, anillos,
broches, pañuelos de colores, ligas, y otras baratijas por el estilo. Pero lo
que más entusiasmó a las mujeres de la casa fue un espejo enmarcado en madera.
Preguntaron el precio y el vendedor dijo medio gulden, que para un campesino
pobre era mucho dinero. Poco después, la mujer de Jan Skiba, Marianna, le hizo
una proposición al vendedor. Le pagaría cinco groschen mensuales por el
espejo. El vendedor dudó un momento. El espejo ocupaba demasiado espacio en su
bolsa y siempre existía el peligro de que se rompiera. Por tanto, decidió
aceptar; tomó el primer pago de cinco groschen que le hizo Marianna y dejó el
espejo a la familia. Visitaba la región a menudo y sabía que los Skiba eran
personas honradas. Poco a poco recuperaría su dinero y obtendría además un beneficio.
El espejo causó una conmoción en la choza. Hasta entonces
Marianna y las niñas se habían visto raras veces. Antes de tener el espejo,
sólo habían visto su reflejo en el barril de agua que estaba junto a la
puerta. Ahora podían verse con claridad y comenzaron a encontrarse los
defectos de sus rostros, defectos que nunca antes habían notado. Marianna era
hermosa, pero le faltaba un diente delantero y pensó que esto la afeaba. Una
de las hijas descubrió que su nariz era muy respingona y muy ancha; la segunda,
que su mentón era demasiado largo y puntiagudo; la tercera, que tenía la cara
llena de pecas. También Jan Skiba se echó un vistazo en el espejo y vio con
desagrado sus labios gruesos y sus dientes saltones como los de una liebre.
Ese día, las mujeres de la casa estuvieron tan absortas con el espejo que no
hicieron ni la comida, ni las camas y descuidaron todas las tareas domésticas.
Marianna había oído hablar de un dentista de la gran ciudad que podría
reponerle el diente que le faltaba, pero esas cosas eran caras. Las chicas
trataron de consolarse mutuamente diciéndose que eran lo bastante guapas como
para encontrar pretendientes, pero no volvieron a sentirse tan contentas como
antes. Se sentían humilladas por la vanidad de las señoritas de ciudad. La que
tenía la nariz ancha se la apretaba con los dedos para intentar estrecharla;
la que tenía la barbilla puntiaguda se la empujaba con el puño para acortarla;
la pecosa se preguntaba si en la ciudad habría una pomada que quitara las
pecas. Pero ¿de dónde sacarían el dinero para pagar el billete a la ciudad? ¿Y
el dinero para comprar la pomada? Por primera vez, la familia Skiba sintió
profundamente su pobreza y envidió a los ricos.
Pero no sólo los miembros humanos del hogar eran los únicos
afectados. También el perro y la gata se vieron perturbados por el espejo. La
choza era baja y habían colgado el espejo justo encima del banco. La primera
vez que la gata se subió al banco y se vio en el espejo, quedó terriblemente
perpleja. Nunca antes había visto una criatura semejante. Los bigotes de Kot se
erizaron, comenzó a maullar ante su imagen y levantó la pata, pero la otra
criatura maulló también y también levantó la pata. El perro no tardó en saltar
al banco y, cuando vio al otro perro, la impresión y la rabia lo
descontrolaron. Le ladró al otro perro y le enseñó los dientes, pero el otro
le respondió con los mismos ladridos y también le enseñó los colmillos. Tan
grande fue la conmoción de Burek y Kot que, por primera vez en sus vidas, se
atacaron. Burek mordió a Kot el cuello y Kot le bufó y le arañó la nariz. Ambos
comenzaron a sangrar, y la visión de la sangre los enardeció y casi se matan o
se lesionan gravemente. Los miembros de la familia difícilmente consiguieron
separarlos. Como un perro es más fuerte que una gata, tuvieron que amarrar a
Burek fuera de la casa y estuvo ladrando todo el día y toda la noche. De la
angustia, tanto el perro como la gata dejaron de comer.
Cuando Jan Skiba observó la alteración que el espejo había producido
en la familia, decidió que un espejo no era lo que su familia necesitaba:
-¿Por qué mirarse a uno mismo -dijo-, cuando se puede contemplar
y admirar el cielo, el sol, la luna, las estrellas y la tierra con todos sus
bosques, praderas, ríos y plantas?
Así que descolgó el espejo y lo guardó en el cobertizo de la
leña. Cuando llegó el vendedor en busca de su paga mensual, Jan Skiba le
devolvió el espejo y, en cambio, compró pañuelos y zapatillas para las
mujeres. Una vez desaparecido el espejo, Burek y Kot volvieron a la normalidad.
De nuevo, Burek pensó que era una gata y Kot que era un perro. Pese a todos los
defectos que las chicas se habían descubierto, se casaron muy bien. El cura del
pueblo se enteró de lo ocurrido en casa de Jan Skiba y dijo:
-Un espejo de cristal muestra únicamente la piel del cuerpo. La
verdadera imagen de una persona está en su voluntad de salir adelante, junto
con su familia y, en la medida de lo posible, con todos cuantos están en
contacto con ella. Es ese espejo el que revela el alma de la persona.
Isaac B. Singer
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