Tipo de organización: Federación
Misión / Objetivos: La FERS es
una asociación de Derecho Pontificio, con personalidad jurídica propia,
integrada por los Superiores Mayores de los Institutos de Vida Consagrada y
Sociedades de Vida Apostólica, dedicados, en España, parcial o totalmente a
actividades sanitarias y asistenciales relacionadas con el mundo
socio-sanitario. Como organismo eclesial se rige por las normas del Derecho
Canónico y por sus propios Estatutos.
Se dedica a: Ayuda humanitaria, Voluntariado,
Cooperación al desarrollo, Voluntariado ONG, Atención a enfermos y sus familias,
ONG Sida
La matrona de Éfeso
Había una vez en Éfeso una matrona conocida por su virtud
que provocaba la curiosidad incluso de las mujeres de las zonas aledañas. Pues
bien, cuando su marido murió, no le bastó, como se acostumbra, seguir el
cortejo con los cabellos despeinados y golpearse los senos desnudos a la vista
del público, sino que tras acompañar al difunto al mismo sepulcro y depositar
el cuerpo en un hipogeo al estilo griego, se instaló allí para velarlo y
llorarlo noche y día.
Ni sus padres ni sus allegados lograron disuadirla de su
aflicción y del afán de dejarse morir de hambre. Los mismos magistrados, por
último, también tuvieron que dejarla después de ser rechazados.
Todo el mundo se lamentaba por esta mujer singularmente
ejemplar, que ya llevaba cinco días sin probar alimento. La acompañaba en su
duelo una esclava fidelísima que mezclaba sus lágrimas con las de ella y se
encargaba de encender la lámpara mortuoria cada vez que bajaba.
En la ciudad entera sólo se hablaba de ella. Los hombres de
toda condición confesaban no conocer otro ejemplo más brillante de virtud y
amor.
En esos días el gobernador de la provincia había condenado
a unos ladrones a ser crucificados cerca de la capilla donde la matrona lloraba
al reciente cadáver.
Un soldado hacía la guardia ante las cruces para impedir el
robo o la sepultura de algún cuerpo. A la caída de la noche, notó una luz
bastante viva, que refulgía entre las tumbas, y los gemidos de la inconsolable
viuda. Según el muy humano defecto de la curiosidad, quiso saber quién estaba
allí o qué sucedía, y bajó a la cripta.
Al contemplar a tan hermosa mujer, su primera reacción fue
quedar paralizado de miedo como si hubiera encontrado algún fantasma o alguna
aparición infernal. Pero cayó en la cuenta de lo que realmente pasaba al ver el
cuerpo del muerto y al observar las lágrimas y el rostro arañado de la mujer,
es decir, que ésta no podía soportar la pérdida de su marido pues todavía lo
deseaba.
Enseguida trajo al monumento su frugal cena y se puso a
exhortar a la desconsolada a acabar con su inútil tristeza y aliviar su pecho
de gemidos que a nada conducían; que todos tenemos el mismo fin y la misma
última morada, decía. Le desplegó, en resumen, todos los argumentos con los
que se curan las úlceras del alma.
Exasperada la mujer con consuelo tan imprevisto, se golpeó
con más vehemencia el pecho, y extendía sobre el inanimado cuerpo los cabellos
que se arrancaba. El soldado no cejó en su empeño y con igual persuasión trató
de hacer comer a la triste joven.
La primera en tender una mano vencida a la amabilidad de la
propuesta fue la esclava, provocada por el aroma del vino. No bien acabó de
reconfortarse con la bebida y el alimento, se puso a atacar la resistencia de
su ama, con estas palabras:
-¿De qué te servirá todo esto si el hambre acaba contigo,
si te entierras viva, si entregas tu alma inocente antes que el destino lo haya
decidido? «¿Crees, por ventura, que las cenizas o los manes sepultos lo
advierten?». ¿Es que no quieres volver a vivir? ¿Quieres perseverar en este mujeril
capricho en vez de gozar de los favores de la luz cuanto te sea lícito? La
vista misma de este cadáver te debe persuadir a vivir.
Nadie escucha con desgana una invitación persuasiva para
comer o para vivir. Al final, nuestra mujer, agotada por un ayuno de varios
días, hizo treguas con su constancia y se atracó de comida con no menos avidez
que la primera en rendirse, su esclava.
Vosotros conocéis seguramente las tentaciones que muy a
menudo vienen con el estómago lleno... El soldado, usando la misma seducción
con la que logró hacer que la matrona le tomara gusto a la vida, se lanzó esta
vez al asedio de su castidad.
El joven no carecía de belleza ni de elocuencia a los ojos
de la pudorosa viuda. La esclava le servía de alcahueta repitiendo a cada
instante:
-«¿Vas a combatir ahora un amor que te agrada?».
¿Para qué alargarme más? La mujer rompió también el ayuno
concerniente a esa parte del cuerpo, y nuestro persuasivo soldado salió
victorioso en ambas pruebas.
Se acostaron juntos, por consiguiente, no sólo aquella noche,
que fue la de su boda, sino también al día siguiente y al tercero. Las puertas
de la cripta, por supuesto, las habían cerrado para que cualquiera, conocido o
desconocido, que viniere al sepulcro, creyese que la castísima esposa había
expirado sobre el cuerpo de su marido.
Con esto, el soldado estaba encantado de la belleza de la
mujer y de la seguridad del sitio. Compraba en el mercado todo lo bueno que sus
recursos le permitían y, tan pronto caía la noche, lo llevaba a la tumba.
Aconteció que los padres de uno de los crucificados, al ver
la custodia relajada, desclavaron y bajaron de noche a su hijo para rendirle el
último servicio.
Mientras tanto, el soldado encomendado a la guardia continuaba
divirtiéndose. Cuando al día siguiente vio una cruz sin cadáver, temeroso del
castigo que le esperaba, fue a contarle a la mujer lo sucedido.
-¡Pero no voy a esperar la sentencia del juez! -exclamó él- Con esta espada
haré justicia conmigo mismo por mi negligencia. Prepárame, pues, un sitio para
morir, y que este fatal sepulcro sirva a la vez para tu amante y para tu marido.
No menos compasiva que honesta, la mujer le respondió:
-No permitan los dioses que tenga yo que presenciar los
funerales de los dos hombres que más he querido. ¡Prefiero colgar al muerto
que dejar morir al vivo!
Y sin desdecirse, le ordenó sacar del féretro el cuerpo de
su marido y clavarlo en la cruz que se presentaba vacía.
El soldado ejecutó la brillante idea de la sagacísima mujer,
y al día siguiente la gente se preguntaba toda maravillada cómo un muerto
había podido colocarse en la cruz.
(Petronio)