De Pánope a Eutíbulo Eutíbulo, cuando tú me tomaste por esposa, yo no era una mujer marginada ni de oscuro origen, sino, por el contrario, el fruto de unos dignos progenitores. Mi padre era Sóstenes, del demo de Estiria, y mi madre, Demófile. Ellos concertaron contigo un compromiso matrimonial de su hija y heredera para la procreación de hijos legítimos. Pero tú, por darle gusto a la vista y por haberte entregado a todo género de placeres amorosos, me has deshonrado a mí y a nuestras hijas, Galene y Talasión, y te has enamorado de una extranjera procedente de Hermíone, a quien acogió el Pireo para desgracia de sus amantes. Los jóvenes ribereños la cortejan y unos tras otros le ofrecen regalos. Ella los acoge en su casa y los devora a la manera de Caribdis. Tú, por saberte a poco los dones propios de un pescador, ni le llevas ni quieres darle boquerones o salmonetes, sino que, deseando desplazar a codazos a tus rivales, le envías redecillas milesias, un manto siciliano y, por si fuera poco, algún objeto de oro, ya que tienes constancia de que eres demasiado maduro para ella y de que estás casado desde hace muchos años, así como de que eres el padre de unas hijas que no son precisamente unas niñas pequeñas.
Por consiguiente, abandona tu comportamiento arrogante y deja de ser un libertino y un mujeriego. En caso contrario, has de saber que me marcharé a casa de mi padre, quien, por supuesto, no me mirará con malos ojos y, por lo demás, te denunciará ante la justicia por malos tratos.
Alcifrón