Con una corona de flores confeccionada por mí, me dirigía al túmulo de Fedrias, del demo de Alópece, para depositarla allí. Mas he aquí que de repente, surge un grupo de jóvenes insolentes, confabulados contra mí. Dicho grupo estaba de común acuerdo con Mosquión.
Pues bien, desde que yo perdí a Fedrias, de feliz memoria, no ha dejado de importunarme y de pretenderme. Pero yo lo rechacé, en parte, por compasión hacia mis hijos pequeños y, en parte, por tener ante mis ojos la noble imagen de Fedrias. Ni por un momento pensé que me aguardaba una unión forzada y que me iba a encontrar con un lecho nupcial en medio del bosque. En efecto; habiéndome llevado a un lugar totalmente cubierto por el espeso follaje de la arboleda, allí, en medio de flores y de hojas... me da vergüenza, querida amiga, contar lo que me obligó a soportar. Y ahora tengo un esposo impuesto por la violencia y, aunque es sin mi consentimiento, sin embargo lo tengo. Cosa hermosa es ser inexperto de lo que no se desea, en cambio, aquel a quien esto no le ocurre, se ve obligado a ocultar su desgracia.
Alcifrón