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viernes, 6 de junio de 2014

Stefano Fristachi

 




Stefano Fristachi nació en Florencia en 1981. Después de terminar la escuela secundaria viajó recorriendo gran parte de Europa, Brasil y África del Norte sin una cámara. Luego estudió fotografía durante tres años en la Academia Libre de Bellas Artes de Florencia (L.A.B.A). Más tarde, trabajó en fotografía de moda, en cine y se especializó en fotoperiodismo en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC). Ahora tiene un grupo musical y se dedica a la venta ambulante de sus propias fotografías.
“Vivo entre la fotografía y la música. Vendo puntos de libro con mis fotografías impresas y a la vez me salen otros trabajos, ya que es una forma de hacerse publicidad a uno mismo. Vendo mis puntos de libro también con el objetivo de estimular la lectura. Me gustaría que la gente leyera más. Los puntos de libro no tienen un precio fijo, yo pido la voluntad, para ir acorde con mi intención de hacer crecer el mundo cultural con respecto al mundo material. La gente en general contesta muy bien. Soy feliz, porque me reconocen. Hay gente que ha estado interesada en mis fotos, gente que me ha dicho que ha empezado a leer, otra que me ha contactado para hacer algo. Veo que funciona y me siento muy gratificado. Me mantiene vivo”.

El brazo que no pudo alcanzar la luna  

Cuando la tierra estaba naciendo, el brazo, el pie y la boca eran seres independientes. Pero eran buenos amigos y salían con frecuencia a pasear juntos. Un día pasaron junto a una charca cuyas aguas tenían fama de siniestras: el que osaba entrar en ellas no volvía a salir.
La boca vio un pez precioso, y, como no tenía arco ni flechas, pidió al brazo sus armas. Disparó, pero no hizo blanco, y la flecha desapareció en el fondo de la charca. El brazo sabía que quien entrase en la charca estaba perdido, pero en su interior odiaba a la boca y se alegró de poder hacerla morir.
-¡Por tu culpa he perdido mi flecha! -dijo-. Entra y sácamela.
-Perdona -respondió la boca-; iré a casa, contaré lo sucedido a mi madre, y mi familia te pagará la flecha. Ya sabes que en esta charca no puedo entrar.
-¡Pues tienes que entrar! -insistió el brazo-; yo quiero mi flecha, no tu dinero.
-Vamos antes a la aldea -suplicó la boca-; después hablaremos.
Y volvieron juntos a la aldea. Todos los parientes de la boca acudieron a casa del brazo y le pidieron perdón diciendo que le pagarían bien la flecha perdida. Pero el brazo se mantuvo terco: quería su flecha y estaba en su derecho. Viendo que era inútil suplicar, la boca dijo:
-Está bien; iré a la charca y buscaré tu flecha.
Marchó a la charca y entró en el agua. Cuando llegó al fondo encontró una aldea muy grande. Un diablo de aspecto espantoso salió a su encuentro y le dijo:
-¿Por qué has bajado hasta aquí? ¿No sabes que nosotros matamos a todos los que caen al fondo de esta charca? Nadie ha vuelto a la orilla. ¿Qué buscabas aquí?
-He perdido la flecha del brazo y he venido a buscarla -respondió la boca.         
-El diablo, dándose cuenta de que la boca era una pobre criatura a la que habían engañado haciéndole entrar en la charca para que la matasen, puso cara más amable y dijo:
-Si es así, te dejaré volver. Anda a aquella casa; allí encontrarás la flecha y otras muchas cosas. Puedes llevarte lo que quieras como recuerdo.
La boca entró en la casa y vio muchas lunas (entonces no había aún luna en el cielo). Cogió su flecha y una de las lunas, se la mostró al viejo diablo y dijo:
-Esto es lo que más me gusta.
-Bien; llévatela -respondió el diablo.
Cuando la boca salió de la charca era de noche, y observó que su luna lucía más que la mejor lámpara. Podía verlo todo, de cerca y de lejos, como si fuera de día. A la mañana siguiente fue a casa del brazo.
-Aquí tienes tu flecha -dijo-. ¿Pensabas que me matarían en la charca? Pues ya ves que no; y el diablo me ha hecho el regalo más precioso que podía soñar.
Cuando, ya anochecido, la gente se reunió para danzar, la boca acudió con su lámpara y la colocó en el suelo: toda la plaza de la aldea quedó iluminada. Al ver aquella maravilla, el brazo quiso cogerla, pero la lámpara alzó el vuelo y se posó en lo alto de una cabaña.
-¡Que se escapa mi lámpara! -gritó la boca-. ¡Corre y cógemela!
El brazo subió a la cabaña; pero, al intentar coger la lámpara, ésta salió otra vez volando y fue subiendo, subiendo, hasta detenerse en medio del cielo. Su luz iluminó a toda la tierra, y desde entonces, cuando hay luna, los hombres ven también de noche. Pero la boca se puso furiosa.
-¡Devuélveme mi lámpara! -gritaba al brazo.
El brazo le pidió perdón, pero la boca exigía su lámpara. Acudió todo el clan del brazo y ofreció a la boca mucho, mucho dinero. Pero en vano: la boca quería su lámpara. Los ancianos de la aldea sentenciaron que el brazo, por no devolver la luna, sería esclavo de la boca. Y así continúan las cosas hasta hoy. ¿No debe el brazo cultivar la tierra, recoger frutos y cazar en el bosque para que la boca pueda comer?

(Anónimo de Costa de Marfil - En torno al fuego en las noches de África)