Desván del Lector es una librería que nace desde los sueños de dos
personas apasionadas por el mundo de la lectura. Hacen lo que les gusta y por
eso lo hacen bien, buscan ante todo que quedes satisfecho con el servicio
recibido. Su objetivo es que navegando en su web encuentres aquel
libro que buscas, necesitas o bien te sorprende despertando tu interés.
Nostalgia e Innovación, es la combinación perfecta que ofrece la librería
donde encontrarás una amplia y extensa combinación de libro tradicional en
papel y el libro electrónico, para todas las edades.
Cachorros
de bóxer de todos los colores
«Fawaz
Hasanin», te dirá con voz suave al presentarse. En cuanto lo veas, te caerá
bien, porque Fawaz Hasanin es un tipo simpático. También es bastante coqueto,
como lo demuestran su cabello untado con vaselina y el tupé, al estilo Anwar
Wagdi, que corona su cabeza. Por no hablar del ancho cinturón de cuero que ciñe
su voluminosa panza, con una hebilla de latón que forma la palabra inglesa
love, o de esos relucientes zapatos de punta afilada y tacón alto que tanto le
gustan. Aunque todas esas cosas pasaron de moda hace más de veinte años -cuando
Fawaz era joven—, él todavía las sigue llevando y, a veces, se queda pasmado
ante su propia elegancia. Así por ejemplo, mientras charla contigo puedes
descubrirlo mirándose la hebilla del cinturón o la puntera del zapato, admirado
y orgulloso. Fawaz Hasanin también es muy educado, tanto que en ocasiones te
hace sentir incómodo, pues se pasa de cortés. Si te ve por la calle, corre a
saludarte, inclinándose ante ti hasta arquear la espalda, como si le encantara
doblar ese enorme cuerpo y achicarse por respeto a tu honorable persona. Tiene
la costumbre de hablar en susurros, bajando la vista mientras sus gruesos
labios forman un círculo, semejante al pico de un inocente gorrión. ¿Acaso
puede caer mal Fawaz?
Pues
bien, a pesar de toda su amabilidad y dulzura, la respuesta a esa pregunta
podrían dártela los vecinos del callejón del Azúcar y el Limón, ya que Fawaz
suele parar en el café que hay en esa angosta callejuela. Ellos han visto a
Fawaz pelearse con navajas y lanzar sillas. En esas ocasiones, se prepara
mostrando los dientes y clavando una mirada ardiente en su oponente, y luego
comienza el combate soltando una lluvia de insultos, por lo general referidos a
la vida privada de la madre de su rival. Los vecinos nunca se olvidarán del día
en que Fawaz se peleó con el suboficial Abdel Ghani, al término de una partida
de cartas en la que apostaban dinero. Aquella tarde, Fawaz reunió a los
chavales del callejón y se plantaron bajo la casa de Abdel Ghani, junto a las
vías del tren. Empezó a cantar con voz alta y ronca y los muchachos repitieron
entre risas sus versos: «Señorita suboficial, gordo asqueroso, eres un
zampabollos cagón». Ese es el Fawaz que conocen en el callejón. Pero no lo
saben todo de él, porque nadie tiene ni idea de a qué se dedica. A veces
aparece con dinero, pero casi siempre está sin blanca.
Una
mañana, Fawaz estaba sentado en el café tomándose un té con leche y fumando el
narguile como de costumbre, cuando pasó por delante un chaval con un cachorro
en el hombro. El muchacho iba descalzo y llevaba una chilaba vieja y andrajosa.
El perrito tenía el pelo negro y suave y era muy bonito, y llevaba un collar
rojo con un cascabel.
—Chaval,
ven aquí —le gritó Fawaz, pues una idea surgió en su cabeza.
El chico
se acercó mirándolo asustado.
—¿De
dónde has sacado ese chucho? -le preguntó Fawaz con voz grave.
—Lo
encontré en el barrio de Maadi.
—No lo
encontraste, lo has robado. Te vas a enterar —gritó Fawaz, y le plantó un
tortazo tan fuerte que el perro se cayó patas arriba.
Fawaz
agarró al animal y lo levantó. Era muy raro, le colgaba la tripa, tenía las
patas cortas y la cara como aplastada. Fue al puesto de kebab de la esquina a
buscarle un hueso y luego se sentó a fumar la pipa y a pensar qué demonios
podía hacer con aquel bicho.
El perro
era de Maadi, un barrio lujoso, así que valdría una pasta. Había oído que por
un bóxer se podían llegar a pagar cien libras. Tras reflexionar sobre el
asunto, Fawaz encontró la solución. Al cabo de dos días, publicó un anuncio en Al-Ahram
que decía: «Se venden cachorros de bóxer, de todos los colores», seguido del
número de teléfono del café.
Por la
mañana, Fawaz se sentó junto al teléfono del café y se dedicó a responder las
llamadas y a dar a los interesados su dirección en el callejón del Azúcar y el
Limón. Antes del mediodía apareció el primer comprador. Un enorme Mercedes
negro entró en el callejón y de él se apeó un hombre canoso de aspecto
respetable. Tendría unos sesenta años y llevaba un abrigo negro de velarte.
Tenía el rostro colorado como los ingleses y, a primera vista, a Fawaz le
pareció extranjero. Corrió hacia él y lo recibió con extremada cortesía. Lo
invitó a sentarse y le pidió un té con leche, pero no le ofreció su narguile.
Luego se volvió hacia él, sonriendo y bajando la vista, y formando un círculo
con los labios dijo:
—¿Qué
puedo hacer por usted?
—Caballero,
he venido por el anuncio de los perros.
Fawaz se
relajó al oír la palabra «caballero». Se levantó y pasados unos instantes
regresó con el perro, al que había atado detrás de la barra del café. El hombre
lo examinó con atención antes de cogerlo y juguetear con él, acariciándolo con
mano experta, mientras Fawaz no paraba de hablar:
—Este
perro, señor, es el único que me queda. Ya he vendido tres. Como bien sabrá,
los bóxer son muy codiciados hoy en día. Mucha gente quiere uno y no lo
encuentra.
En un
gesto instintivo, Fawaz cogió la mano del hombre y añadió:
—Le juro
por Dios que usted me parece buena persona, creo que este bóxer tiene que ser
suyo... ¿Qué me dice?
El
hombre sonrió y dijo muy tranquilo:
—Gracias,
pero este perro no es un bóxer.
—¿Qué?
—exclamó Fawaz, incrédulo, mirando a su alrededor como si buscara a alguien que
lo defendiera ante tamaña injusticia— Pero ¿qué dice, señor? Este perro es un
bóxer de pura raza. Mírelo bien y verá. Le digo que es un bóxer. ¿No lo ve?
El
hombre sonrió. Parecía bastante convencido de lo que decía.
-Caballero,
los bóxer no son así. Llevo cuarenta años criando perros.
-Entonces,
¿de qué raza es este? —refunfuñó Fawaz, rindiéndose finalmente y maldiciendo en
su interior al hombre y al perro juntos.
Las
veinte libras que se había gastado en el anuncio empezaron a molestarle y a
pellizcarle en la conciencia.
—Esto es
un pequinés.
-Bueno,
pues da igual lo que sea. ¿Cuánto paga por él? —dijo Fawaz, enfadado y
dispuesto a deshacerse del perro a cualquier precio.
El
hombre permaneció callado un instante, contemplando al animal con cariño. El
perro, como si en cierto modo se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, se
puso a dar saltitos ante el hombre, acercando el hocico a él para lamerle la
cara.
—Te doy
trescientas libras.
Tal fue
la sorpresa de Fawaz que le costó un rato asimilar la cifra. Después levantó la
voz, protestando:
—¡Ay,
señor! ¿Será posible? ¿Un... —no le salía el nombre del condenado bicho- perro
de pura raza como este por solo trescientas libras? ¡Si vale por lo menos
seiscientas!
Tras un
rato de regateo, el hombre sacó trescientas cincuenta libras de la cartera.
Fawaz contó rápidamente los billetes, los dobló con cuidado y se los guardó en
el bolsillo del pantalón. El hombre se marchó con el perrito en el hombro y el
rostro radiante de alegría. Fawaz lo acompañó hasta el coche, se inclinó para
despedirse y desapareció.
A partir
de aquel día, Fawaz Hasanin dejó de frecuentar el café y el callejón. Nadie
sabe por qué. Ayer unos chavales del callejón contaron que lo habían visto por
la mañana recorriendo el barrio de Maadi, asomándose a los jardines de las
casas, y que en cuanto veía un perro, sacaba un hueso de un maletín que
llevaba, sus labios formaban un círculo y con voz dulce llamaba al animal:
«¡Perrito! Ven aquí, perrito...».
(Alaa Al-Aswany)