Como los animales hicieron su primer tambor
Un día, bajo un mango que se
alzaba a orillas de un pequeño estanque, muchos animales charlaban
pacíficamente. Pero el león estaba aburrido. Sacudió la espesa melena, se
levantó, dejó escapar un suave rugido para atraer la atención y comenzó a
hablar:
-Estoy cansado de charla. Debemos
movernos. Yo sugiero que organicemos una danza.
-Pero ¿cómo podemos danzar
-preguntó el leopardo acariciando delicadamente una de sus manchas negras- si
no tenemos ningún instrumento musical?
Todos los animales se sintieron
vivamente interesados y comenzaron a hablar a la vez. La lechuza, que todos
pensaban estaba dormida sobre una rama, abrió un ojo y dijo con voz suave, pero
a la vez con energía:
-¡Callad!
La lechuza era un pájaro viejo y
muy sabio, que siempre estaba ensimismado en profundos pensamientos. Por eso
incluso el mono, al que le gustaba mucho el parloteo, se calló. La lechuza
cerró otra vez el ojo, y tanto tiempo estuvo con los ojos cerrados, que muchos animales
creyeron que se había dormido. Pero de repente abrió los dos ojos, con lo cual
sorprendió de tal modo a un camaleón, que éste cambió su color verde en negro a
consecuencia del susto.
-Necesitamos un instrumento
musical -dijo la lechuza, y rápidamente cerró de nuevo los dos ojos y, como
muchos sabios, no dijo nada más.
Luego siguió una larga discusión
y, al fin, los animales decidieron hacer un instrumento nuevo, al que llamarían
«tambor». El elefante marchó y al poco tiempo regresó con un tronco de árbol
hueco de unos tres pies de largo.
-Y ahora, ¿cómo hacemos para
tener una piel con que tapar el extremo abierto? -preguntó la serpiente-.
Porque aunque yo de cuando en cuando cambio de piel, ésta es demasiado seca
para ponerla en el tambor.
Hubo una nueva discusión y, al
final, se decidió que cada animal entregara un trozo de su oreja. A algunos
animales -como el conejo, que no era demasiado valiente- no les agradó esta
decisión; pero fueron cobardes y no lo dijeron. Así, que cada animal cortó un
trozo de su oreja, excepto el ratón, al que consideraron demasiado pequeño.
Pero cuando juntaron todos los trozos, no bastaban para tapar el hueco del
tronco.
-Por favor dijo el ratón-, dejad
que ponga yo un trozo de mi oreja.
-¿Qué tonterías dices?
-interrumpió la hiena-. Si el corpulento elefante no puede dar bastante piel,
¿cómo podrás tú?
La tortuga intervino también en
la disputa.
-Yo también me opongo. ¿Quién
vería bien un trozo de la sucia oreja del ratón en un tambor nuevo y tan fino?
Y así todos los animales
estuvieron discutiendo largo rato; pero, al fin, permitieron al ratón que
entregara un trozo de su oreja. Ante la sorpresa de todos, el trozo fue
suficiente para completar el tambor.
Ya tenían el tambor, pero les
faltaba uno que supiera tocarlo. El elefante fue el primero al que se le
permitió probar, por haber dado más piel que ninguno de los otros animales;
pero tocaba con tanta fuerza, que casi rompió el tambor. A todos los animales
se les permitió probar, pero ninguno sabía tocar bien. Por fin, sólo quedaba el
ratón. De nuevo los animales se opusieron, pero terminaron por dejarle probar.
El ratón tocaba muy bien y pronto los animales danzaban felices.
Poco a poco, sin dejar de danzar,
se fueron internando en el bosque. Llamaron a un ciego y a un leproso, que
pasaban por allí, y les encargaron que cuidaran del ratón y del tambor. También
dijeron al cocodrilo que no se escondiera en el fondo del estanque, sino que
flotara en la superficie y vigilara.
Los animales siguieron danzando y
alejándose. El leproso no pudo reprimir el deseo de unirse a la alegre danza.
Dijo al cocodrilo que cuidara del ratón y del tambor y se marchó. Pero el
cocodrilo sintió también deseos de danzar; dijo al ciego que vigilara y se
alejó. El ratón seguía tocando tan bien, que, finalmente, el ciego no pudo
estarse quieto: dio un salto y se alejó danzando. Cuando se vio solo, el ratón
cogió el tambor y corrió a casa del jefe.
Pronto los animales comenzaron a
regresar, pero no encontraron señales del tambor ni del ratón.
-¿Dónde está nuestro tambor?
-preguntaron al leproso.
El leproso dijo que había dejado
en su puesto de vigilante al cocodrilo. Los animales cogieron palos y golpearon
al leproso.
-¿Dónde está el tambor? -preguntó
el leproso al cocodrilo.
El cocodrilo respondió que lo
había dejado al cuidado del ciego. El leproso cogió un palo y golpeó al
cocodrilo.
-¿Dónde está el tambor? -preguntó
el cocodrilo al ciego.
Naturalmente, el ciego no sabía
dónde estaba el tambor y por ello recibió también una buena tanda de palos. Los
animales regresaron tristes a sus casas.
Entre tanto, los hijos del jefe
habían encontrado el tambor y lo utilizaban como juguete. El ratón regresó a su
casa y se quedó en ella escondido.
Así, aunque los animales hicieron
el primer tambor, el ratón se lo dio a los hombres, que desde entonces lo han guardado
y no han cesado de tocarlo.
(Ghana - En torno al fuego en las noches
de África)