Esto sucedió
durante una visita mía a Bagdad, en 1928.
En esa época,
yo era corresponsal en el Oriente Medio de la cadena de diarios Ullstein, y me
habían enviado para informar sobre una de las crisis habituales de gobierno en
el Irak. Al llegar, solicité una entrevista con el rey Feisal Ibn Hussein. Me
recibió Tahsin Bey, el ayudante del rey, con un deslumbrante uniforme blanco;
lo habían puesto al tanto de mi llegada que, como correspondía al
representante de la cadena de periódicos más importante de Europa, también
había sido anunciada en los diarios locales. Tahsin Bey me recibió amablemente;
pero cada vez que yo abordaba el tema de la política, o de mi audiencia con Su
Majestad, mi interlocutor desviaba la conversación y con una sonrisa amistosa
me preguntaba qué estudian los muchachos en los colegios europeos. Después de
las tazas rituales de café dulce y amargo, y de una conversación que
languidecía tristemente, se puso de pie y dio fin a la entrevista con esta
pregunta:
-Y ahora,
¿cuándo tendremos el honor de recibir la visita de su señor padre?
Evidentemente,
creía que el representante de Ullstein debía ser un señor respetable, maduro,
que había enviado a su hijo para que lo precediera con una visita de cortesía.
Demostré estar a la altura de la situación, respondiendo con una urbana
reverencia:
-Mon pere, c'est moi.
(Arthur Koestler - La flecha en el azul)