El ánima de Souto de Lires
Yo conocí a Souto de Lires allá por el año treinta. Tendría él veinte cumplidos. Se llamaba Manuel Berdia González. Su padre era el dueño del molino de Lires. Manuel nació con la cabeza ladeada, el brazo derecho algo más corto que el izquierdo y el pie izquierdo vuelto. Al defecto de la cabeza no le daba importancia. Por entonces había comprado un sombrero gris en Mondoñedo, que tras ciertas labores en la horma lograba ponerlo de frente, es decir, en la vertical del cuerpo, aunque llevase la cabeza virada hacia la derecha. A la cortedad del brazo diestro tampoco le concedía mucha atención. Estimaba, incluso, que para cavar, la escopeta y la guitarra, resultaba más cómodo. Quería que yo escribiese algo en «Vallibria» -el periódico de mi ciudad, que dirigía Trapero Pardo, y en el que debutamos Aquilino Iglesia Alvariño, José Ramón Santeiro, Dionisio Gamallo Fierros, Días Jácome y servidor, entre otros-, respecto a las ventajas del brazo derecho más corto.
Habiendo estudiado la cortedad del brazo izquierdo de Guillermo II de Alemania, llegó a la conclusión de que aquél sí que era un defecto. En cambio lo que lo traía disgustado era lo del pie.
-Non mo merezo, home! -me dijo un día.
Lo curioso es que cuando fue a reconocimiento médico para el servicio militar, llevaba ciertas esperanzas de que lo dieran por útil.
-A cabalo -decía-, non se nota, e pra estar ó pé dun cañón tamén sirvo.
Le dieron inútil total. Una moza de Sandiás le dio calabazas, eso que los Souto de Lires tenían fama de ricos. Entonces, Manuel comenzó a amurriarse, a andar solo por el monte, a pasar semanas en cama. Su pie vuelto era un ataque del orden cósmico, físico y moral. Expulsando Yahvé a Adán y Eva del Paraíso les habían dicho que ganarían el pan con el sudor de su frente, pero no que habría cojos en su descendencia. ¿Y si no lo dijo, pero lo pensó? ¡Vaya chiste! Filosofando, Souto de Lires llegó a un franco ateísmo. Por entonces se le pusieron unos dolores en el pecho que no le dejaban dormir. Los médicos no le acertaban, y Manuel Berdia, alias Souto de Lires, se moría. Llamaron al cura del Seixo, quien tuvo con el enfermo largas conversaciones. Parece ser que quedaron en que en el otro mundo no hay distinciones corporales mayormente, y las cojeras no las hay, o si las hay no se ven. Creo que el señor cura del Seixo, salvando las dificultades, llegó a citar a Orígenes, quien opina que los cuerpos de los bienaventurados en la Gloria toman forma esférica, ya que el estado de suma perfección exige la perfecta forma, y la más perfecta, desde Pitágoras y Platón, es la esfera. Souto se confesó y comulgó. Estaba muy tranquilo. Le dijo a su padre que cuando lo enterrasen que le metiesen en el bolsillo de la chaqueta veinte duros, que a lo mejor había fotógrafo en ultratumba y podía retratarse sin cojera. Ya se arreglaría para mandar dos copias, una para el cura del Seixo y otra para la moza de Sandiás. Y un día cualquiera a media tarde, otoño era y volaban las hojas secas en el camino que lleva al molino de Lires, Manuel se murió.
Pasaron dos o tres años. Era por el San Martiño y el señor cura del Seixo iba al patrón a Texeiro. De una nabega que había a la izquierda del camino, vino un cuervo a posarse en medio del sendero, a dos varas del clérigo. Don Perfecto Illade lo miró con atención porque aquel cuervo le recordaba a alguien. Sí, a Manuel Berdia, a Souto de Lires. Tenía la cabeza ladeada, el ala derecha más corta que la izquierda y la pata izquierda vuelta.
-Qué fas por aquí, home? -le preguntó el cura.
-Voando non hai coxos! -respondió el cuervo.
Y se fue batiendo las alas hacia la carballeira de Mestas. En todo el país se comentó que el ánima de Manuel andaba por allí.
(Alvaro Cunqueiro)