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miércoles, 10 de enero de 2018

París




Un episodio en la vida de Turgueniev

Cazaba en Rusia, donde recibió la hospitalidad de unos molineros. Como la región le gustaba, resolvió quedarse allí algún tiempo. Pronto advirtió que la molinera lo miraba, y, tras algunos días de rústica y delicada galantería, se convirtió en su amante. Era una bella muchacha rubia, limpia, fina, casada con un patán. Tenía en el corazón esa distinción de las mujeres que comprenden de forma intuitiva todos los aspectos sutiles del sentimiento, sin jamás haber probado nada.
Él nos narró su encuentro en el granero de paja, que se agitaba con un temblor continuo por la gruesa rueda siempre girando, sus besos en la cocina mientras que, inclinada ante el fuego, hacía de cenar a los hombres, y la primera mirada que tenía para él cuando regresaba de cazar, después de un día de correrías en los altos matorrales.
Pero tuvo que irse una semana a Moscú, y le preguntó a su amiga qué quería que le trajese de la ciudad. Ella no quiso nada. Él le ofreció un vestido, joyas, collares, una piel, ese gran lujo de los rusos.
Ella se negó.
Él se apenaba, desconociendo lo que se proponía. Por fin él le hizo comprender que le provocaría un gran disgusto rechazando su ofrecimiento. Entonces ella dijo:
-¡Bien! Tráigame un jabón.
-¡Un jabón! ¿Qué clase de jabón?
-Un jabón fino, un jabón con olor a flores, como esos de las damas de la ciudad.
Muy sorprendido, él no comprendía el motivo de esta extraña petición.
-¿Para qué quieres un jabón? -le preguntó.
-Para lavarme las manos y que usted me las bese, como hace con las damas.

Guy de Maupassant