Una de las últimas veces que estuve en un café fue un domingo
de verano, lo recuerdo bien, porque casi todo el mundo iba en mangas de camisa
y sin corbata, y pensé: tal vez no sea domingo, como yo creía, y el hecho de
que pensara exactamente eso hace que me acuerde. Me senté a una mesa en medio
del local, a mi alrededor había mucha gente tomando canapés y bollos, pero
casi todas las mesas estaban ocupadas por una sola persona. Daba una gran
impresión de soledad, y como llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, no me
habría importado intercambiar unas cuantas palabras con alguien. Estuve
meditando un buen rato sobre cómo hacerlo, pero cuanto más estudiaba las caras
a mi alrededor, más difícil me parecía, era como si nadie tuviera mirada, desde
luego el mundo se ha vuelto muy deprimente. Pero ya había tenido la idea de
que sería agradable que alguien me dirigiera un par de palabras, de modo que
seguí pensando, pues es lo único que sirve. Al cabo de un rato supe lo que
haría. Dejé caer mi cartera al suelo fingiendo que no me daba cuenta. Quedó
tirada junto a mi silla, completamente visible a la gente que estaba sentada
cerca, y vi que muchos la miraban de reojo. Yo había pensado que tal vez una o
dos personas se levantarían a recogerla y me la darían, pues soy un anciano, o
al menos me gritarían, por ejemplo: «Se le ha caído la cartera». Si uno dejara
de albergar esperanzas, se ahorraría un montón de decepciones. Estuve unos
cuantos minutos mirando de reojo y esperando, y al final hice como si de
repente me hubiera dado cuenta de que se me había caído. No me atreví a esperar
más, pues me entró miedo de que alguno de aquellos mirones se abalanzara de
pronto sobre la cartera y desapareciera con ella. Nadie podía estar
completamente seguro de que no contuviera un montón de dinero, pues a veces
los viejos no son pobres, incluso puede que sean ricos, así es el mundo, el que
roba en la juventud o en los mejores años de su vida tendrá su recompensa en su
vejez.
Así se ha vuelto la gente en los cafés, eso sí que lo
aprendí, se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo
antes de morir.
Kjell
Askildsen