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domingo, 5 de julio de 2015

dÉpoca - El misterio del carruaje








En el café

Una de las últimas veces que estuve en un café fue un do­mingo de verano, lo recuerdo bien, porque casi todo el mundo iba en mangas de camisa y sin corbata, y pensé: tal vez no sea domingo, como yo creía, y el hecho de que pen­sara exactamente eso hace que me acuerde. Me senté a una mesa en medio del local, a mi alrededor había mucha gen­te tomando canapés y bollos, pero casi todas las mesas es­taban ocupadas por una sola persona. Daba una gran impre­sión de soledad, y como llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, no me habría importado intercambiar unas cuan­tas palabras con alguien. Estuve meditando un buen rato sobre cómo hacerlo, pero cuanto más estudiaba las caras a mi alrededor, más difícil me parecía, era como si nadie tuviera mirada, desde luego el mundo se ha vuelto muy de­primente. Pero ya había tenido la idea de que sería agra­dable que alguien me dirigiera un par de palabras, de modo que seguí pensando, pues es lo único que sirve. Al cabo de un rato supe lo que haría. Dejé caer mi cartera al suelo fin­giendo que no me daba cuenta. Quedó tirada junto a mi silla, completamente visible a la gente que estaba sentada cerca, y vi que muchos la miraban de reojo. Yo había pensado que tal vez una o dos personas se levantarían a recogerla y me la darían, pues soy un anciano, o al menos me gritarían, por ejemplo: «Se le ha caído la cartera». Si uno dejara de alber­gar esperanzas, se ahorraría un montón de decepciones. Estuve unos cuantos minutos mirando de reojo y esperando, y al final hice como si de repente me hubiera dado cuenta de que se me había caído. No me atreví a esperar más, pues me entró miedo de que alguno de aquellos mirones se aba­lanzara de pronto sobre la cartera y desapareciera con ella. Nadie podía estar completamente seguro de que no contu­viera un montón de dinero, pues a veces los viejos no son pobres, incluso puede que sean ricos, así es el mundo, el que roba en la juventud o en los mejores años de su vida tendrá su recompensa en su vejez.
Así se ha vuelto la gente en los cafés, eso sí que lo apren­dí, se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir.
Kjell Askildsen