Por si acaso...
-Pepe -dijo la Condesa
tocando suavemente en el hombro a su marido que dormitaba en un sillón al lado
de la chimenea.
-¿Qué pasa? -dijo él incorporándose.
-¿No vas al club? Son muy cerca de la siete.
-Te agradezco que me hayas despertado; voy a vestirme. Y tú, ¿qué
piensas hacer esta noche?
-Es nuestro turno del Real, y si viene Luisa, iremos un rato. ¿Tú no
vas al palco con nosotras?
-Veré si puedo. Por ahora voy a vestirme.
Media hora después, el Conde, envuelto en su gabán de pieles, se
acomodaba en su berlina, diciendo al
lacayo:
-Al Veloz.
*
Cuando el ruido del carruaje anunció que el Conde se alejaba, alzóse el
portier del salón en que había quedado la bella Condesa, y la cabeza rubia de
una mujer joven asomó por allí.
-¿Se ha ido? -preguntó a media voz.
-Sí, Luisa, entra.
-¿Insistes en tu plan,
-Sí; no hay peligro alguno, y además, Luciano me ha prometido ayudarme.
-¿Lo crees seguro?
-Vaya, y necesario. En toda esta temporada del Real no he conseguido
que me acompañe un solo día al palco por irse al Veloz. ¡Dichoso Veloz! No sé
qué tiene para nuestros maridos. Y después de todo, debe ser muy aburrido. Pero
esta noche sí me acompaña; vaya si me acompaña. Ahora voy a vestirme yo
también.
*
El club estaba lleno. Unos socios jugaban al tresillo o al whist, haciendo
tiempo mientras se abría el comedor. Otros conversaban alegremente en los
salones. Se oyó el timbre del teléfono, y pocos momentos después, un criado
entró preguntando:
-¿El señor Marqués de la
Ensenada ?
-¿El Marqués de la
Ensenada ? -dijo uno.
-Sí, señor -contestó el criado.- Le llaman al teléfono.
-Pero hombre, si el Marqués hace siglos que se murió.
-Llamarán a la calle del Marqués de la Ensenada -dijo otro.
-Señor -contestó el criado,- ya he dicho a la señora que habla que
aquí no hay ningún señor que sea el Marqués de la Ensenada.
-Y ¿qué ha contestado?
-Que eso no me importaba a mí -dijo el criado.- Que yo preguntase por
el Marqués de la En senada,
que ya lo demás no era cuenta mía.
Todo el mundo escuchaba con curiosidad este diálogo, y entre todos,
quizá con más atención, Luciano de Oriz, el más alegre y más bromista de los
socios, que en aquellos momentos conversaba con el Conde.
-Yo creo que eso es un camelo -dijo una voz.
-No -replicó Luciano;- éste es un lío. Eso de Marqués de la Ensenada es nombre convencional. Ya verán
ustedes. Voy a tomar el hilo.
-Pero ¿cómo?
-Nada más fácil. Me acerco al aparato y me hago pasar por el de la Ensenada.
Y sin esperar más, se dirigió rápidamente al
aparato. Pocos minutos después volvía, pudiendo apenas hablar a causa de la
risa.
-¿Qué hubo? ¿Qué hubo? -le preguntaron todos con
interés y rodeándole.
-Pues tiene gracia. Luego que me anuncié como
el Marqués, una voz femenina me preguntó: «¿Eres tú? -Sí. -Ven en seguida,
porque ya se ha ido Pepe.» Oí algo como risas de mujer, y se cortó la comunicación.
Una carcajada general contestó a la relación
de Luciano, y entonces comenzaron los comentarios.
Claro; se reían de Pepe.
-¡Qué gusto, que no me llamo Pepe!
-Pues yo me llamo Pepe, pero no soy casado.
-Pues yo sí; pero mi mujer está en Niza, y desde allí no llama a nadie.
Pero algunas fisonomías se nublaron, y a
poco oyéronse dos o tres coches del club salir precipitadamente.
*
El Conde entró en su casa dc vuelta, y al entregar su gabán al criado,
dijo a la Condesa ,
que apareció en aquellos momentos por allí seguida de Luisa:
-Pensé mejor y he resuelto venir a comer contigo para irnos
después al Real.
-¡Bendito sea Dios, Pepe! ¿Qué santo me habrá hecho este milagro?
Y furtivamente dirigió a Luisa una mirada, en la que podía haberse
leído todo este cuento.
Vicente Riva Palacio