(Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, España, 1983) Pintor, escultor, grabador y ceramista español.
Afín a los principios del surrealismo, firmó el Manifiesto (1924) e incorporó a su obra inquietudes propias de dicho movimiento, como el jeroglífico y el signo caligráfico (El carnaval del arlequín). La otra gran influencia de la época vendría de la mano de P. Klee, del que recogería el gusto por la configuración lineal y la recreación de atmósferas etéreas y matizados campos cromáticos.
En las décadas de 1950 y 1960 realizó varios murales de gran tamaño para localizaciones tan diversas como la sede de la Unesco en París, la Universidad de Harvard o el aeropuerto de Barcelona; a partir de ese momento y hasta el final de su carrera alternaría la obra pública de gran tamaño (Dona i ocell, escultura), con el intimismo de sus bronces, collages y tapices. En 1975 se inauguró en Barcelona la Fundación Miró, cuyo edificio diseñó su gran amigo Josep Lluís Sert.
La carne de la lengua (Cuento Swahili)
A Susie Morgenstern
Hubo una vez en otro tiempo un rey rico y poderoso y una reina; una
reina delgada, pálida y triste. No tenía apetito alguno, ni por los alimentos
ni por la vida. El rey la observaba y no sabía cómo devolver la redondez al
cuerpo que la reina había poseído años atrás.
Un día, mientras el rey miraba por la ventana de su palacio, vio pasar
por el jardín una mujer que respiraba vitalidad, una mujer bien plantada, de
hermosas carnes, de cuerpo generoso y mirada radiante. El rey reconoció en esa
mujer a la esposa del jardinero y quedó estupefacto. Su propia esposa tenía
todo lo que pudiera soñar, todo lo que una mujer pudiera desear y aun así,
estaba flaca como un clavo herrumbroso. El jardinero, en cambio, no ganaba más
de lo necesario para el sustento diario y tenía una mujer de formas
abundantes...
El rey salió de su palacio al encuentro del jardinero, hablándole de
este modo:
-Tu mujer está resplandeciente y la mía delgada al punto que parece
enferma. Dime cómo, de qué manera, alimentas a tu esposa.
-Yo -respondió el jardinero- alimento todos los días a mi mujer con la
carne de la lengua.
-¿Eso es todo?
-Sí señor, eso es todo.
El rey entró precipitadamente al palacio en busca de su cocinero, a
quién ordenó:
-Me vas a preparar un banquete a base de lenguas de todo tipo,
sazonadas de todas las maneras posibles. ¡Quiero una gama de sabores que sea
digna de los paladares más exigentes!
Al día siguiente, las mesas estaban cubiertas con toda suerte de platos
con lenguas de buey, de ternera, lenguas de carnero, de conejo, de alondra, de
gorrión y de garza real. Lenguas tostadas, cocidas, asadas, rellenas, hervidas,
además de salsas confeccionadas con especias del mundo entero.
El rey fue en busca de la reina y la acompañó, orgulloso de sí, hasta
el salón de banquetes. La invitó a servirse de los manjares, pero la
desdichada, a la vista de todas las lenguas, bañadas en jugos de colores
extraños, sintió náuseas y se retiró inmediatamente a su habitación.
El rey, despechado, acudió nuevamente a su jardinero y le dijo:
-¡Tú te llevarás a mi esposa, la reina, a tu casa por seis meses, y la
tuya vendrá a vivir al palacio!
Los deseos de los reyes son órdenes. Así, a la mañana siguiente, se
hizo el intercambio.
Hay que dejar correr el tiempo en la vida... en los cuentos, son suficientes
dos palabras. He aquí que los seis meses pasan volando.
La reina regresó al palacio resplandeciente, con sus formas redondeadas
y riéndole a la vida. En cuanto a la mujer del jardinero, era apenas la sombra
de lo que fue. Estaba delgada y gris, su mirada estaba apagada y tenía un
rostro que ya no sabía sonreír.
El rey, que no comprendió nada, pidió a las mujeres que le explicasen
cómo era posible tanta transformación.
-Cuando mi marido regresa en la tarde -dijo la esposa del jardinero-
está siempre de buen humor. Durante la cena, me va contando su jornada: las
flores que han abierto sus pétalos, los arbustos que retoñaron, las frutas que
maduraron, la luna llena en medio de la noche. Cuando termina de cenar, toca
música y canta, cuenta historias y me recita poesía. Las veladas con él tienen
la savia del paraíso.
-Así es -afirmó la reina-. Siempre tiene una bella historia o una
palabra dulce que ofrecer y así embellecer la vida. Da, en fin, lo mejor de sí
mismo, ¡la carne de la lengua!
Nadie sabe si el rey comprendió verdaderamente.
Algunos dicen que desde ese día, las dos mujeres escogieron vivir con
el jardinero. Otros, más optimistas, dicen que el rey aprendió a contar
hermosos relatos... y que su reina vivió muy contenta el resto de sus días.
(Praline Gay Para)