-¿Sabéis una cosa? ¡Estamos equivocados! -exclamó George.- No
debemos pensar en lo que podríamos llevar sino en lo que necesitaremos...
De vez en cuando, nuestro buen amigo George tiene rachas de
inteligencia y sentido común realmente sorprendentes; a esto llamo poseer la
perfecta sabiduría, y no precisamente por la excursión que nos ocupa, sino por
lo que se refiere al viaje por el río de la vida.
¡Cuánta gente carga su barca, poniéndola en peligro de volcar, con
una serie de cosas absurdas que consideran necesarias al placer y comodidad del
viaje y que, en realidad, sólo son lastres inútiles! ¡Cómo amontonan, casi
hasta cubrir los mástiles, elegantes trajes y grandes cajas, criados inútiles,
colecciones de "amigos" -personajes vestidos a la última moda- que no
tienen el menor afecto por su anfitrión, que a su vez les paga con la misma
moneda!; con aburridas fiestas, en las que nadie se divierte, con etiquetas y
modas con pretensiones y ridícula ostentación y con el temor al qué dirán -¡el
más pesado y absurdo de todos los lastres!- con placeres enervantes y múltiples
vaciedades que, semejantes a la corona de hierro llevada por los criminales de
la Edad Media, oprimen la doliente cabeza de quien los posee.
¡Todo es lastre, hombre, todo es lastre! Échalo por la borda, sin
contemplaciones, alegremente. Eso es lo que hace la barca tan dura de
maniobrar, lo que puede llegar a hacerte desfallecer bajo la enorme tensión
nerviosa de patronearla tan cargada. Eso es lo que convierte tu travesía en
algo infinitamente peligroso, que no te permite un momento de despreocupación
ni te da tiempo para contemplar las nubes que juegan en el cielo, ni los
resplandecientes rayos de sol que irisan los remolinos de los riachuelos, ni
como los grandes árboles, que crecen en ambas orillas, se miran en las claras
aguas, ni admirar los bosques con sus sinfonías de verdes y dorados, ni los
lirios, vestidos de blanco y amarillo, ni los junquillos y las orquídeas
salvajes ni los azules nomeolvides. ¡Echa todo eso, por la borda hombrecito! Que
tu barca de la vida vaya ligera, cargada sólo con lo necesario: un hogar
plácido y sencillos placeres, uno o dos amigos dignos de ese nombre, alguien
que te quiera y a quien querer, un gato, un perro y unas pipas, lo suficiente
para comer y cubrirte y un poquitín más de lo suficiente para beber -¡la sed
suele ser peligrosa!- De esa manera te será más fácil gobernar tu barca, no
tendrás tantos riesgos de volcar y, si así fuera, tampoco tendría gran importancia;
la mercancía de calidad no se encoge con la humedad. Tendrás tiempo de soñar y
trabajar, de contemplar la luminosa claridad de la vida y escuchar la música
eolia que las manos del Creador tañen con las cuerdas de los corazones de los
hombres; podrás... ¡Perdón, perdón, me olvidaba...!
Jerome K. Jerome - Tres hombres en una barca
Marcapaginasporuntubo dedica esta entrada a María Rosa Bordón