1
La primera vez que el negrito
Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue en la mañana del tercer o
cuarto día después de la mudanza, cuando llegó gateando hasta la única puerta
de la nueva vivienda y se asomó para mirar hacia la quieta superficie del agua
allá abajo.
Entonces el padre, que acababa de
despertar sobre el montón de sacos vacíos extendidos en el piso, junto a la
mujer semidesnuda que aún dormía, le gritó:
-¡Mire... eche p'adentro!
¡Diantre 'e muchacho desinquieto!
Y Melodía, que no había aprendido
a entender las palabras, pero sí a obedecer los gritos, gateó otra vez hacia
adentro y se quedó silencioso en un rincón, chupándose un dedito porque tenía
hambre.
El hombre se incorporó sobre los
codos. Miró a la mujer que dormía a su lado y la sacudió flojamente por un
brazo. La mujer despertó sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susto. El
hombre rió. Todas las mañanas era igual: la mujer salía del sueño con aquella
expresión de susto que a él le provocaba un regocijo sin maldad. La primera
vez que vio aquella expresión en el rostro de su mujer no fue en ocasión de un
despertar, sino la noche que se acostaron
juntos por primera vez. Quizá por eso a él le hacía gracia verla
despabilarse así todas las mañanas.
El hombre se sentó sobre los
sacos vacíos.
-Bueno -se dirigió entonces a la
mujer-. Cuela el café.
Ella tardó un poco en contestar:
-Ya no queda.
-¿Ah?
-No queda. Se acabó ayer.
Él empezó a decir: «¿Y por qué no
compraste más?», pero se interrumpió cuando vio que en el rostro de su mujer
comenzaba a dibujarse aquella otra expresión, aquella mueca que a él no le
causaba regocijo y que ella sólo hacía cuando él le dirigía preguntas como la
que acababa de truncar ahora. La primera vez que vio aquella expresión en el
rostro de su mujer fue la noche que regresó a la casa borracho y deseoso de
ella, pero la borrachera no lo dejó hacer nada. Tal vez por eso al hombre no le
hacía gracia aquella mueca.
-¿Conque se acabó ayer?
-Ajá.
La mujer se puso de pie y empezó
a meterse el vestido por la cabeza. El hombre, todavía sentado sobre los sacos
vacíos, derrotó su mirada y la fijó durante un rato en los agujeros de su
camiseta.
Melodía, cansado ya de la
insipidez del dedo, se decidió a llorar. El hombre lo miró y le preguntó a la
mujer:
-¿Tampoco hay na pal nene?
-Sí. Conseguí unas hojitas de
guanábana y le gua hacer un guarapillo horita.
-¿Cuántos días va que no toma
leche?
-¿Leche? -la mujer puso un poco
de asombro inconsciente en la voz-. No me acuerdo.
El hombre se levantó y se puso los
pantalones. Después se allegó a la puerta y miró hacia afuera. Le dijo a la
mujer:
-La marea ta alta. Hoy hay que
dir en bote.
Luego miró hacia arriba, hacia el
puente y la carretera. Automóviles, guaguas y camiones pasaban en un desfile
interminable. El hombre observó cómo desde casi todos los vehículos alguien
miraba con extrañeza hacia la casucha enclavada en medio de aquel brazo de mar:
el «caño» sobre cuyas márgenes pantanosas había ido creciendo hacía años el
arrabal. Ese alguien por lo general empezaba a mirar la casucha cuando el
automóvil, la guagua o el camión llegaba a la mitad del puente, y después
seguía mirando, volviendo gradualmente la cabeza hasta que el automóvil, la
guagua o el camión tomaba la curva allá adelante y se perdía de vista. El
hombre se llevó una mano desafiante a la entrepierna y masculló:
-¡Pendejos!
Poco después se metió en el bote
y remó hasta la orilla. De la popa del bote a la puerta de la casa había una
soga larga que permitía a quien quedara en la casa atraer nuevamente el bote
hasta la puerta. De la casa a la orilla había también un puentecito de tablas,
que se cubría con la marea alta.
Ya en tierra, el hombre caminó
hacia la carretera. Se sintió mejor cuando el ruido de los automóviles ahogó el
llanto del negrito en la casucha.
2
La segunda vez que el negrito
Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue poco después del mediodía,
cuando volvió a gatear hasta la puerta y se asomó y miró hacia abajo. Esta vez
el negrito en el fondo del caño le regaló una sonrisa a Melodía. Melodía había
sonreído primero y tomó la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la
suya. Entonces hizo así con su manita, y desde el fondo del caño el otro
negrito también hizo así con su manita. Melodía no pudo reprimir la risa, y le
pareció que también desde allá abajo llegaba el sonido de otra risa. La madre
lo llamó entonces porque el segundo guarapillo de hojas de guanábana ya estaba
listo.
Dos mujeres, de las afortunadas
que vivían en tierra firme, sobre el fango endurecido de las márgenes del caño,
comentaban:
-Hay que velo. Si me lo bieran
contao, biera dicho que era embuste.
-La necesidá, doña. A mí misma,
quién me lo biera dicho, que yo diba llegar aquí. Yo que tenía hasta mi
tierrita...
-Pues nosotros juimos de los
primeros. Casi no bía gente y uno cogía la parte más sequecita, ¿ve? Pero los
que llegan ahora, fíjese, tienen que tirarse al agua, como quien dice. Pero,
bueno... y esa gente, ¿de ónde diantre haberán salío?
-A mí me dijieron que por ai por
Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montón de negros arrimaos. A lo
mejor son desos.
-¡Bendito!... ¿Y usté se ha fijao
en el negrito qué mono? La mujer vino ayer a ver si yo tenía unas hojitas de
algo pa hacerle un guarapillo, y yo le di unas poquitas de guanábana que me
quedaban.
-¡Ay, Virgen, bendito!...
Al atardecer, el hombre estaba
cansado. Le dolía la espalda, pero venía palpando las monedas en el fondo del
bolsillo, haciéndolas sonar, adivinando con el tacto cuál era un vellón, cuál
de diez, cuál una peseta. Bueno, hoy había habido suerte. El blanco que pasó
por el muelle a recoger su mercancía de Nueva York. Y el compañero de trabajo
que le prestó su carretón toda la tarde porque tuvo que salir corriendo a
buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando un pobre más al mundo.
Sí, señor. Se va tirando. Mañana será otro día.
Entró en un colmado y compró café
y arroz y habichuelas y unas latitas de leche evaporada. Pensó en Melodía y
apresuró el paso. Se había venido a pie desde San Juan para ahorrarse los cinco
centavos del pasaje.
3
La tercera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del caño fue al atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez Melodía venía sonriendo antes de asomarse, y le asombró que el otro también se estuviera sonriendo allá abajo. Volvió a hacer así con la manita y el otro volvió a contestar. Entonces Melodía sintió un súbito entusiasmo y un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.
(José Luis González)