El consejo del rabino
Hace mucho tiempo vivía en Palestina un sastre judío muy pobre llamado Moisés. Como era muy pobre, Moisés tenía que vivir y trabajar en un cuartito con su mujer Sara y sus tres revoltosos niños, Benjamín, José y Raquel. Había tal ruido y confusión en el cuartito que a Moisés le resultaba muy difícil realizar su trabajo. Los niños caían contra su mesa, arrugaban los tejidos y se pinchaban los dedos con los alfileres y las agujas. A veces, Sara le gritaba porque siempre tropezaba con él cuando quería limpiar o guisar. La vida era muy dura y Moisés se sentía cada vez más desgraciado.
Hace mucho tiempo vivía en Palestina un sastre judío muy pobre llamado Moisés. Como era muy pobre, Moisés tenía que vivir y trabajar en un cuartito con su mujer Sara y sus tres revoltosos niños, Benjamín, José y Raquel. Había tal ruido y confusión en el cuartito que a Moisés le resultaba muy difícil realizar su trabajo. Los niños caían contra su mesa, arrugaban los tejidos y se pinchaban los dedos con los alfileres y las agujas. A veces, Sara le gritaba porque siempre tropezaba con él cuando quería limpiar o guisar. La vida era muy dura y Moisés se sentía cada vez más desgraciado.
Así pues, un día decidió ir a consultar con el rabino, un gran rabino judío lleno de sabiduría. Moisés se endosó su mejor traje y se dirigió a la sinagoga (el templo donde oran los judíos) y allí abrió su corazón al rabino. Dijo al erudito sacerdote lo difícil que resultaba para él vivir y trabajar en una habitación tan pequeña, con tanta gente. El rabino le escuchó con atención y, luego, acariciándose su larga barba negra, preguntó: "Moisés, ¿tienes un gallo?". "No", repuso Moisés. "Entonces, que te lo presten y llévalo a vivir contigo. Dentro de una semana, vuelve a verme", le aconsejó el sabio rabino.
Una semana más tarde, regresó Moisés a la sinagoga; su aspecto era aún más triste. "El gallo canta de madrugada y nos despierta demasiado temprano. Y toda la habitación está llena de sus excrementos", se lamentó.
El rabino le escuchó y luego le preguntó: "Moisés, ¿tienes un gato?". "No", contestó Moisés. "Entonces que te presten uno y mantenlo en tu habitación. Vuelve dentro de una semana", le aconsejó el sabio rabino.
Cuando al cabo de una semana volvió Moisés, aún se mostraba más desalentado. "El gato y el gallo se pelean todo el día, -se quejó-. Y el gato ha arañado a Raquel, que se ha pasado dos horas llorando". Pero el rabino se limitó a decir a Moisés que le prestaran un perro y que volviera a la semana siguiente.
Cuando al terminar la semana Moisés acudió de nuevo a la sinagoga, el rabino pudo comprobar al ver las profundas ojeras de Moisés, que éste no había dormido mucho. "¿Cómo van las cosas?", preguntó. El pobre Moisés se echó a llorar: "¡Espantosamente, sabio rabino, de peor en peor!" -gritó-. Ahora ya comprendo por qué la gente dice lo de pelearse como perros y gatos. No tenemos un momento de paz. El gato y el perro se pasan la noche y el día persiguiéndose por toda la habitación. El perro ladra mientras el gallo canta, y el gato maya y los niños lloran y disputan. Mi Sara está tan furiosa conmigo por haber llevado todos esos animales que apenas me dirige la palabra".
El rabino escuchaba atentamente y, por último, dijo: "Moisés, ¿puedes pedir prestado un burro?". A Moisés le hubiese gustado decir que no podía; pero Abraham, su vecino, tenía un burro y Moisés siempre iba con la verdad por delante. "Sí que puedo -contestó-, pero, por favor, no haga que me lo lleve a la habitación".
El rabino se limitó a sonreír amablemente y le envió a buscar el burro.
En realidad, Moisés presentaba un triste aspecto al volver una semana después. El burro le había dado una coz en el muslo, el perro le había mordido el brazo y el gato le había arañado la cara. El burro ocupaba toda la habitación, de manera que Moisés no tenía sitio para trabajar. El rabino escuchó atentamente toda aquella relación de infortunios y, luego, dijo: "Moisés, devuelve el burro y ven a verme dentro de una semana".
Una semana después, Moisés apareció con un aspecto mucho más animado. "¿Cómo van las cosas?", indagó el rabino. "Podían ir peor -repuso Moisés-. El gato y el perro aún siguen peleándose y haciendo ruido, pero, al menos, hay sitio en la habitación y ya no está allí el burro para pegarme coces". "Devuelve el perro -dijo el rabino-, y vuelve a verme cuando haya pasado una semana".
Cuando Moisés regresó al cabo de una semana presentaba un aspecto mucho más descansado.Las cosas habían mejorado mucho. "Bien es verdad que el gallo y el gato aún siguen peleándose y atormentando a los niños -dijo Moisés-. Pero, al menos, ya no está el perro para poder morderme".
Entonces el rabino le dijo que devolviera el gallo y el gato, y que volviera a verlo al cabo de una semana.
Una semana después, Moisés llegó, presuroso, a la sinagoga. Parecía otro hombre. "¿Cómo van las cosas, preguntó el rabino. "Todo va muy bien -contestó Moisés-. Soy un hombre afortunado porque tengo tres hijos guapos y saludables, una mujer excelente que es una cocinera y una madre estupenda, y una habitación muy agradable para vivir y trabajar. ¿Qué más puede pedir un hombre a la vida?"
El rabino tras escuchar a Moisés sonrió. "Moisés -dijo acariciándose la barba-, has aprendido una de las lecciones más importante de la vida... La de sentirse satisfecho con la propia suerte. Jamás olvides esta lección, hijo mío, que las bendiciones de Dios te acompañen".