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martes, 18 de junio de 2013

Acantilado

El viaje por mar

Llegó el sexto día de viaje. El barco crujía, se inclinaba a lo largo y a lo ancho, alzándose hacia el oscuro cielo o hundiéndose en el negro abismo. Que el cielo estuviese oscuro y el abismo negro sólo podíamos intuirlo, puesto que a nosotros, los  pasajeros, hacía cinco días que se nos había prohibido salir a cubierta, además, a nadie le hubiera apetecido hacer tal cosa. El salón del restaurante se cerró y los camareros distribuían la comida por los camarotes.Permanecíamos, pues, sentados en los camarotes, o más bien tumbados. Para ser más exactos: sólo yo estaba tumbado, aquejado de unas náuseas que mi compañero, en cambio, parecía no sentir en absoluto. Para imaginar lo violenta que era la tormenta, baste con mencionar lo grande que era mi miedo. Por lo general, las náuseas le hacen a uno completamente indiferente a todo; sin embargo, en aquella ocasión, hasta los mareos me parecían insignificantes frente al miedo a una catástrofe marina.
El hombre con el que me tocó compartir el camarote no estaba mareado ni tenía miedo. Leía tranquilamente un periódico de la semana anterior, aunque lo que podía suceder en cualquier momento debería haberle quitado todo el interés incluso por un periódico de hoy. Sentía admiración por él y finalmente se lo expresé:
-Lo admiro, usted debe de ser muy valiente.
Doblando el periódico, me respondió:
-En absoluto, simplemente no hay nada que temer. 
-Hasta los barcos más perfectos naufragan. Por ejemplo, el Titanic.
-El Titanic sí, pero nosotros no.
-Nuestro barco es más pequeño que el Titanic. 
-Pero a nosotros nos han embotellado.
-¿Es esto una metáfora?
-No, es del todo literal. ¿Ha visto alguna vez un barco en una botella? Algunos, incluso, son veleros con velas izadas... Un artilugio muy ingenioso.
-Lo he visto, ¿y qué?
-La botella está sellada. ¿Y ha visto alguna vez que se hunda una botella sellada, con aire dentro?
-Por supuesto que no, eso sería contrario a las leyes de la física.
-Exacto. Pues nuestro barco y nosotros con él nos encontramos precisamente en una de esas botellas. El hecho en sí no es agradable, pero gracias a ello nunca naufragaremos.
Entendí que su calma era la calma de un loco. Había que fingir, sin embargo, que tomaba en serio sus argumentos. No hay que irritar a los locos.
-No estoy del todo convencido -dije con cautela-. He paseado por la cubierta y no he notado nada.
-No pudo notar nada. La botella es de cristal, y el cristal es transparente.
-¿Y el tapón? Hubiese visto al menos el tapón...
-El tapón es también de cristal, la botella entera es de cristal, está sellada de nacimiento, por así decirlo, por lo tanto ni siquiera se puede hablar de tapón. Esta botella no tiene ninguna salida, y en eso consiste todo el misterio del artefacto, lo que para nosotros, encerrados dentro, como ya he dicho, no resulta del todo agradable.
-¡No, eso no es posible! -exclamé.
-¿Por qué no?
-Porque no es posible una botella tan grande. 
-Por supuesto que no.
-¿Entonces?
-Una botella tan grande no es posible, pero ¿está seguro de que nosotros no somos muy pequeños?
Me quedé en silencio. Y hasta ahora sigo en silencio.

Slawomir Mrozek - "El viaje por mar " - La mosca - Narrativa del Acantilado, nº 92