La montaña crujiente
Erase una vez un abuelito y una abuelita que vivían solitos en una casita. Cada día el abuelito se iba a trabajar en el campo, y mientras sembraba arroz cantaba:
“Un grano, y de él miles.”
Cada día también venía después de el abuelito un tejón, que cantaba:
“Un grano y uno solo. Y todos me los comeré.”
Y cuando el viejecito volvía al campo el día siguiente, veía que no le quedaba ni un solo grano. Por culpa de esto, los abuelitos vivían pobremente.
Un día el abuelito, al ver que otra vez el tejón se había comido todo, se enfadó tanto que decidió atrapar al tejón. El abuelito empezó a sembrar y cantar, como siempre, hasta que por fin llegó el tejón. De repente, el abuelito dio un salto, y en un abrir y cerrar de ojos atrapó al tejón malo y le ató con una cuerda fuerte.
Cuando el abuelito llego a casa con su prisionero, le dijo a la abuelita: “Abuelita, ven y mira lo que cogí hoy. Calienta la cazuela y haznos un buen cocido de tejón.” y el abuelito volvió al campo.
La abuelita empezó a moler arroz para hacer galletas para la cena.
El tejón, que era muy taimado, le dijo a la abuela: “Abuelita, mira que eso de moler arroz, usted solita, a sus añitos, deberá ser mucho trabajo. ¿Por qué no me desata para poder darle una mano?” La abuela vacilo, pensando que el abuelito se enfadaría. Pero él tejón insistía tanto como quería ayudarla que, al fin, la abuelita decidió dejarle suelto para un poquito. A lo primero el tejón fingió ayudarla y cogió el mano de mortero; pero en vez de moler arroz le dio un bastazo a la abuelita sobre la cabeza y se fugó corriendo. Cuando el viejecito llegó a casa y encontró a la viejecita ya muerta, se puso a llorar. Una liebre, viéndole llorar, le pregunto el por qué de sus lagrimas, y el viejecito le contó su historia. “Vale, yo me vengar por ti.” dijo la liebre, y se fue hacia las montañas.
La liebre se puso a recoger leña. Después de un rato, el tejón se acerco y le preguntó que qué hacía. “Este invierno va a ser muy frío, y me estoy preparando,” le contesto. El tejón pensó que esto era una buena idea y empezó a ayudar a la liebre. Pronto, tenían un buen montón de leña. Se montaron la leña sobre la espalda y empezaron a bajar la montaña. A medio camino, la liebre empezó a quejarse: “¡Como pesa! ¡Ay, como pesa!” El tejón, para ayudar a su nuevo amigo tanto como para no oírle quejar todo el tiempo, tomó todo la leña de la liebre y se la puso sobre su propia espalda. Al seguir el camino, la liebre, quien caminaba detrás del tejón, comenzó a chocar unas piedras sobre la leña para que se prendiera en fuego.
Cuando el tejón le preguntó que qué era ese ruido, la liebre le contestó que ésta era la Montaña Crujiente, y que el sonido era de los pájaros pegando a loas árboles con los picos. Por fin la leña empezó a quemarse, y al oír las llamas del fuego el tejón le preguntó otra vez a su nuevo amigo lo que era.
“Ese sonido es el llanto de los pájaros, y por eso también le llaman a esta montaña la Montaña de los Pájaros que Llantan.” Al quemarle la piel, el tejón comenzó a gritar pero la liebre se escapó corriendo.
El día siguiente, la liebre se puso esta vez a recoger pimientos rojos para hacer picante. AL verlo el tejón, éste se enfado y le chilló que por su culpa la espalda se le había quedado horriblemente quemada.
La liebre se hizo el tonto y le contestó:
“Las liebres de la Montaña Crujiente son las liebres de la Montaña Crujiente.
Los de la Montaña de los Pimientos son los de la Montaña de los Pimientos.
No s é de lo que hablas.”
El tejón pensó que éso tenía razón. Le pidió en vez a la liebre si por acaso tenía alguna medicina para las quemaduras.
“Vaya suerte, ahora mismo la estoy preparando”, le dijo la liebre al tejón y empezó a cubrirle la espalda con la pimienta. Al principio el tejón no sentía nada, pero poco a poco la pimienta le dejó en peor dolor que antes. En ese momento, la liebre corrió y se escapó otra vez.
El día siguiente la liebre se fue a la montaña de nuevo. Esta vez empezó a cortar árboles, pare hacerse un barco. El tejón llegó, la espalda doliéndole muchísimo, chillándole a la liebre que por culpa de su medicina casi se murió ayer en la montaña de los Pimientos.
La liebre, como si nunca le hubiera conocido, contesto:
“Las liebres de la Montaña de los Pimientos son las liebres de la Montaña de los Pimientos.
Las de la Montana de los Cedros son las de la Montaña de los Cedros.
¿Tú quien eres?”
O la liebre era buen actor o el tejón era bastante crédulo, la cosa es que otra vez el tejón se creyó lo que la liebre le decía. Al enterarse de que la liebre planeaba hacerse un barco, le pregunto por qué.
Cuando la liebre le dijo que era para ir de pesca en el río, el tejón quiso un barco también. “Bueno, yo me hago el barco de color blanco por que la piel la tengo blanca. Tú, ya que tienes pelo marrón, te vendría mejor hacer el barco de tierra.”, le explicó la liebre al tejón. Cada uno acabó de construirse su propio barco y se fueron juntos al río. Ya en el agua, el barco de tierra del badger comenzó a disolverse. En muy poco tiempo, el tejón se encontró hundiéndose en el agua. Se ahogaba y gritaba:”¡Socorro, socorro, ayudame!” Pero la liebre, impasible, le dijo: “Recuerdate ahora de la pobre abuelita que murió por tu culpa,” y le abandonó.
La liebre se fue al abuelito. Le anunció que el tejón estaba muerto. Pero en vez de alegrarse el viejecito se entristeció. Pensó que la muerte del tejón no le devolvería la abuelita, y que la venganza no valía para nada.
Anónimo - Japón