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lunes, 27 de noviembre de 2017

Cartells Antics





Si no te gusta, no escuches  (1)

Vivían en cierto lugar dos hermanos listos y otro que era tonto. Un día fueron al bosque y quisieron almorzar allí. Echaron legumbres secas en un puchero, lo llenaron de agua fría (así dijo el tonto que se hiciera), pero cuando fueron a ponerlo a la lumbre resultó que no tenían con qué encenderla. 
Por allí cerca había un colmenar. Dijo el hermano mayor: 
-Iré por candela al colmenar. 
Llegó al colmenar y le pidió al viejo que encontró allí: 
-Dame un poco de candela, abuelo. 
-Cántame primero una canción. 
-Yo no sé cantar, abuelo. 
-Bueno, pues baila algo.  
-Tampoco se me da bien. 
-Pues, si no se te da bien bailar, yo no te doy candela. 
Además, como tenía muy mala intención, le arrancó piel de la espalda para un cinturón. 
Conque el hermano mayor volvió sin candela donde los demás. El hermano mediano se enfadó con él y dijo: 
-¡Cuidado que eres! Mira que no haber traído candela... Iré yo a buscarla. 
Allá fue el mediano al colmenar. Llegó y gritó: 
-¡Abuelo! Dame un poco de candela, por favor. 
-Cántame primero una canción, muchacho. 
-No sé cantar. 
-Pues cuéntame un cuento. 
-Es que tampoco sé, abuelo. 
El abuelo agarró y también al hermano mediano le arrancó de la espalda piel para un cinturón. 
Lo mismo que el mayor, volvió el hermano mediano sin candela donde estaban los demás. Los hermanos listos se quedaron mirándose sin saber qué hacer. 
El tonto también estuvo mirándolos un rato, hasta que dijo: 
-Tan listos como sois y no habéis traído candela... -y se marchó él a buscarla. 
Llegó donde el viejo: 
-¿No tendrías un poco de candela que darme, abuelo? -preguntó. 
-Baila algo primero -pidió el viejo. 
-No sé bailar -contestó el tonto. 
-Pues cuéntame un cuento. 
-Eso sí que me va -aseguró el tonto, sentándose sobre una cerca que estaba allí tirada-. Ahora tú siéntate aquí, frente a mí, y no me interrumpas, porque si me interrumpes te arranco de la espalda tiras de piel para tres cinturones. 
El viejo tomó asiento frente al tonto, con la calva al sol. Y tenía una calva muy grande. El tonto carraspeó y empezó: 
-Bueno, abuelo, pues escucha. 
-Te escucho, muchacho. 
-Yo tenía un caballejo pío en el que iba por leña al bosque. Un día monté en él como siempre, con el hacha colgada del cinto. El caballo iba trotando, tras-tras, tras-tras..., y al mismo tiempo iba el hacha pegándole en el lomo, zas-zas, zas-zas..., hasta que le cortó la parte trasera... Escucha, escucha, abuelo -dijo el tonto y le pegó con una varita en la calva. 
-Te escucho, muchacho. 
-Conque así anduve tres años más cabalgando en él sólo con la parte delantera, hasta que un día, de repente, descubrí en un prado la parte trasera de mi caballo que andaba por allí pastando. Corrí, la cacé, la cosí a la parte delantera y todavía anduve así tres años más. Escucha, abuelo, escucha... -y le pegó otra vez con la varita en la calva. 
-Te escucho, muchacho. 
-Anduve así en mi caballo hasta que un día llegué al bosque y vi un roble muy alto. Me puse a trepar por él y así llegué hasta el cielo. Allí vi que el ganado se vendía muy barato y en cambio estaban muy caros los mosquitos y las moscas. Descendí a tierra por el roble, cacé moscas y mosquitos hasta llenar dos sacas, me las eché a la espalda y trepé de nuevo al cielo. Abrí las sacas y me puse a comerciar con la gente que andaba por allí: a cambio de una mosca y un mosquito a mí me daban una vaca y un ternero. Así junté tanto ganado, que ni se podía contar. Conque llevé el rebaño hacia el lugar por donde había subido, y me encontré con que habían talado el roble... 
El tonto hizo una pausa, y luego continuó: 
-Muy preocupado, me puse a pensar en cómo bajaría del cielo, y por fin se me ocurrió hacer una cuerda que llegara hasta el suelo: para ello maté a todos los animales, con sus pieles hice una correa muy larga y empecé a bajar. Fui bajando, bajando... y al final resultó que me faltaba un trozo de correa poco más largo que la altura de tu cabaña... Escucha, escucha, abuelo -y otra vez le pegó con la varita en la calva. 
-Te escucho, muchacho. 
-Para suerte mía, un campesino estaba allí cerca aventando el grano. Con los trozos de paja que subían revoloteando yo trencé una cuerda y la empalmé a la correa. Pero en esto se levantó un vendaval que empezó a zarandearme de un lado para otro... Tan pronto hasta Moscú como hasta Píter... La cuerda de paja no aguantó, se rompió, y el viento me arrojó a un lodazal. Me hundí en el barro hasta el cuello. Sólo me asomaba la cabeza. Yo habría querido salir de allí, pero no era posible porque una pata había hecho su nido en mi cabeza... 
Después de otra pausa, siguió contando el tonto: 
-En esto apareció un jabalí que tenía la querencia de ir al pantano a robar huevos. Como pude, saqué una mano y me agarré al rabo del jabalí. Sí; conforme estaba a mi lado, le eché mano y grité muy fuerte: «¡Arre, arre!». Y el jabalí me sacó del pantano. ¿Me escuchas, abuelo? 
-Te escucho, muchacho. 
El tonto se dio cuenta de que la cosa se ponía fea: había terminado el cuento sin que el viejo le interrumpiera, como era lo prometido. Para sacarle de sus casillas de alguna manera, el tonto empezó otra historia. 
-Mi abuelo, que iba a caballo encima del tuyo... 
-¡No! ¡El que iba a caballo era el mío encima del tuyo! -le interrumpió el viejo. 
Entonces el tonto, que no estaba esperando otra cosa, le derribó boca abajo, le cortó de la espalda tres tiras de piel para cinturones, cogió un poco de candela y volvió donde sus hermanos.  
En seguida encendieron una hoguera y colocaron encima el puchero para hacerse la comida. 
Y se acabó de momento. Cuando ya esté la comida, seguiremos con el cuento. 

Afanasiev