Fue en septiembre de 1984, cuando la gente que había puesto en marcha hacia cinco años la Librería Víctor Jara, con una buena dosis de ilusión, y con infinitas ganas de hacer cosas, se planteó la creación de una infraestructura capaz de enfrentarse a las múltiples investigaciones y trabajos de creación de su entorno. No fue fácil, aunque ahora librería y editorial discurren por cauces paralelos, con vidas independientes, y ambas gozan de buena salud, incluso en estos tiempos no demasiado felices para esto de editar y vender libros, amparados por ese dios mitológico Amarú, que significa lo infinito para el pueblo Inca.