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lunes, 20 de mayo de 2019

Col·leccionisme de Tardor




Historia (4)

95. Contra los mosquitos, que allí los hay en gran número, han ideado lo siguiente: a aquellos que viven más allá de los pantanos les son útiles las torres, a las cuales suben para dormir. Pues a causa de los vientos, los mosquitos no pueden volar alto. Los que viven en la misma región de los pantanos, han ideado lo siguiente como sustitución de las torres: cada uno de ellos dispone de una gran red, con la cual durante el día pesca peces. Por la noche usa de ella así: la coloca de modo que envuelva la cama en que él descansa, se escurre por debajo de la red y duerme envuelto de esta manera. Si uno duerme arropado por su vestido o por una sábana los mosquitos le pican a través de la tela; a través de la red, ni siquiera lo intentan.

97. Pero cuando el Nilo inunda el país solo las ciudades sobresalen del agua, muy parecidas a las islas del mar Egeo. Pues el resto del país de Egipto se convierte en mar y sólo las ciudades emergen de él.

111. Me contaron los sacerdotes que a la muerte de Sesostris heredó el reino su hijo Ferón, de quien no se puede señalar ninguna campaña militar, pues, explican, le ocurrió que perdió la vista por el siguiente motivo: la corriente del río había crecido de una manera realmente exorbitante, dieciocho codos, e inundó los cultivos. Sopló el viento y el río levantó oleaje. Y dicen que este rey, presa de un ataque de locura, tomó una lanza y la arrojó contra los remolinos del río. E inmediatamente enfermó de los ojos y quedó ciego. Llevaba ya diez años de ceguera, y en el onceno le llegó un oráculo procedente de la ciudad de Buto: para él el tiempo del castigo ya había transcurrido y recobraría la vista cuando se hubiera lavado los ojos con la orina de una mujer que hubiera tenido comercio sexual sólo con su marido, y que no hubiera tenido experiencias con ningún otro hombre. Y la primera prueba él la hizo con su propia mujer. Luego, como no recuperó la vista, fue probando sucesivamente. 

121. Este rey gozó de riquezas inmensas en dinero; de los reyes que le sucedieron ninguno logró superarle, ni tan siquiera acercársele. Pero él deseó poner sus riquezas a buen recaudo. Para ello mandó construir un edificio de piedra, una de cuyas paredes estaba pegada a la parte exterior de su palacio. Sin embargo, el constructor, de manera muy astuta, ideó lo que sigue: de las piedras, dispuso una que pudiera ser removida sin esfuerzo del muro por dos hombres, e incluso por uno. Listo ya el edificio, el rey amontonó en él sus riquezas. Al cabo de un tiempo, el constructor, que estaba ya en las postrimerías de su vida, llamó a dos hijos que tenía y les explicó que durante la construcción de la cámara del tesoro real había tenido providencia de ellos, para que siempre dispusieran abundantemente de medios de vida. Después de haberles explicado con detalle lo que tenía que ver con la remoción de la piedra, les indicó la situación de ésta. Y añadió que, si guardaban el secreto, los administradores de las riquezas del rey serían ellos. Tras la muerte del constructor sus hijos no difirieron mucho la cosa, sino que se pusieron manos a la obra. Se aproximaron de noche al palacio real, localizaron la piedra en el edificio, la removieron con suma facilidad y se llevaron de allí muchos tesoros.
Cuando el rey, casualmente, abrió la cámara, advirtió que en los vasos faltaba algo de sus tesoros. Pero no podía inculpar a nadie, pues los sellos estaban intactos y el edificio estaba totalmente cerrado. Pero abrió el edificio por segunda y por tercera vez, y vio que sus tesoros cada vez disminuían, porque los ladrones no habían cesado de robar. De modo que hizo lo siguiente: mandó disponer unos cepos y colocarlos alrededor de los vasos que contenían los tesoros. Cuando los ladrones, igual que en las noches anteriores, se llegaron y uno de los dos se escurrió dentro y se encaminaba derecho hacia la vasija, cayó en el cepo. Cuando advirtió el enorme infortunio que se le echaba encima, llamó inmediatamente a su hermano, le explicó su situación y le exigió que se metiera dentro lo más pronto posible y que le cortara la cabeza, para evitar que él mismo, si era visto y reconocido, le aniquilara al propio tiempo que a él, a su hermano. Este encontró que su hermano tenía razón, le hizo caso y le obedeció. Luego repuso la piedra y regresó a su casa con la cabeza de su hermano.
Al día siguiente, al rayar el alba, el rey entró en el edificio y se llevó un gran susto cuando vio en el cepo al cuerpo descabezado del ladrón y el edificio intacto, pues no tenía ni entrada ni salida. En su perplejidad, he aquí lo que hizo: mandó colgar en el muro el cuerpo del ladrón y puso allí guardianes con la orden de detener y de conducir a su presencia a cualquiera que vieran llorar o lamentarse en alta voz. Cuando el cadáver ya colgaba de allí, su madre lo aguantó muy mal y encargó al hijo superviviente que, fuere como fuere, se las ingeniara para bajar de allí el cuerpo de su hermano y llevárselo a ella. Le amenazó con que si no lo hacía acudiría al rey y le denunciaría que era él quien retenía sus tesoros.
La madre, pues, estaba hecha un basilisco y él no lograba, a pesar de sus muchas palabras, hacerla cambiar de parecer, por lo que ideó lo que sigue: se procuró una reata de asnos, llenó de vino unos odres y los cargó sobre los asnos, a los que arreó adelante. Cuando llegó a las proximidades del lugar de los guardianes, tiró de dos o tres de los odres, que estaban atados unos a otros, para que el vino se derramara. El vino corrió y él empezó a darse puñadas en la cabeza y a pegar grandes gritos, como si de verdad no supiera a cuál de los asnos debía dirigirse primero. Cuando los guardianes vieron derramarse aquella gran cantidad de vino corrieron todos a la par hacia el camino, cada uno con un jarro y recogieron el vino que se vertía. El hermano fingió cólera y los increpó duramente, pero cuando los guardianes le consolaron él simuló dejarse apaciguar y desdecirse de su enfado. Acabó por empujar él mismo a los asnos fuera del camino y los cargó de nuevo. Pero intercambió más palabras con los custodios y alguno se chanceó de él y le hizo reír. Y él les regaló un odre, los guardianes se reclinaron en aquel lugar tal como estaban, pensando sólo en beber, y le tomaron a él como un compañero más: le invitaron a que se quedara con ellos y bebiera. Él les hizo caso y se quedó allí. Desde entonces le trataron cordialmente, y él les regaló un segundo odre. Con tal exceso de bebida los guardianes se embriagaron como cepas, y vencidos por el vino se quedaron dormidos en el mismo lugar donde habían bebido. El hermano, entrada la noche, desató el cuerpo de su hermano, y para burlarse de tales vigías les rasuró a todos las mejillas derechas. Cargó el cadáver sobre los asnos y se fue a su casa a toda prisa: había hecho todo esto para complacer a su madre.
Dicen que cuando informaron al rey de que el cadáver del ladrón había sido robado, él se llevó un gran disgusto y quiso descubrir a todo trance la identidad del ladrón; cuentan que hizo algo que yo no puedo llegar a creer: que mandó a su propia hija establecerse en una mancebía con el encargo de acoger por igual a todos los clientes, pero que antes de llegar al comercio carnal les forzara a explicarle qué era lo más astuto y lo más impío que habían realizado en su vida. Y si alguien eventualmente le explicaba lo del ladrón, que a éste le retuviera y que no le dejara irse. Dicen que cuando la hija cumplía las órdenes de su padre, el ladrón llegó a averiguar la trastienda de aquella actuación. Quiso superar al rey en astucia y he aquí lo que urdió: cortó por el hombro el brazo de un hombre que acababa de morir y ocultándolo debajo de su vestido entró en la celda de la hija del rey. Esta le preguntó lo mismo que a los demás, y él le contestó que lo más impío que había hecho fue cortar la cabeza de su hermano cuando éste se había introducido en la cámara del tesoro del rey y le había atrapado el cepo; lo más astuto era que había emborrachado a los guardianes y que había liberado el cadáver de su hermano. Al oír esto, la hija del rey le sujetó, pero, amparado por la oscuridad, el ladrón le había alargado a ella la mano del cadáver, de modo que se deshizo de la muchacha y huyó por la puerta.
De lo cual el rey fue avisado, y quedó pasmado de la audacia y de la perspicacia de aquel individuo. Y acabó mandando emisarios a todas las ciudades, para que proclamaran que le ofrecía impunidad y que le prometía grandes dones si comparecía ante él. Y el ladrón le dio crédito y acudió a verle. Rampsinito le admiró extraordinariamente y le concedió la mano de su hija porque, decía, él era el más taimado de todos los hombres. Porque los egipcios eran superiores a los demás, pero él era el más sagaz de los egipcios.

122. A continuación los egipcios me contaron que este rey bajó en vida al lugar que los griegos creen que es el Hades. Y allí habría jugado a los dados con Deméter, unas veces ganando y otras perdiendo. Pero cuando regresó se llevó un regalo de ella, un pañuelo bordado en oro. Y aseguraban los sacerdotes que desde el tiempo de tal bajada de Rampsinito, luego que regresó, los egipcios instituyeron una fiesta de la que en mis tiempos se celebraba todavía. Pero no puedo decir si la celebran por la razón apuntada. En el día de la festividad los sacerdotes tejen un velo, cubren con una venda los ojos de uno de ellos y le guían, portando él el velo, hasta un camino que conduce al santuario de Deméter, que dista de la ciudad veinte estadios. Y luego los chacales lo guían hasta el lugar de partida.

123. Aquel a quien resulten fiables estas cosas de los egipcios, ¡buen provecho!. 

Heródoto