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sábado, 6 de abril de 2019

Heráldica de Domínio



Disputaciones tusculanas (4)

¿El escita Anacarsis ha sido capaz de tener en nada el dinero y nuestros filósofos no van a ser capaces? De él se nos ha transmitido una carta que dice lo siguiente: «Anacarsis saluda a Hannón. Yo tengo por vestido el manto de los escitas, por calzado el callo de las plantas de mis pies, por lecho la tierra, por condimento el hambre, yo me alimento de leche, queso y carne. Por ello, si quieres venir a mi casa, vas a encontrar a un hombre tranquilo. En cuanto a los regalos con que te complaces, dáselos o a tus conciudadanos o a los dioses inmortales». 

Cuando el tirano Dionisio cenó una vez allí, dijo que no le había gustado nada aquel famoso caldo negro que era el plato fuerte de la comida. Entonces el cocinero que lo había preparado le dijo: «No tiene nada de extraño, le han faltado los condimentos». «¿Qué condimentos?», le preguntó. «La fatiga de la caza, el sudor, la carrera hasta el Eurotas. Ésos son los condimentos que emplean los Lacedemonios en sus comidas». Y esta es una enseñanza que puede extraerse no sólo del comportamiento de los hombres, sino también del de las bestias, las cuales se contentan con cualquier cosa que se les echa, con tal de que no sea ajena a su naturaleza, y no piden más. Existen comunidades enteras que, instruidas por la costumbre, se deleitan con una vida frugal, como acabo de decir de los lacedemonios. Jenofonte nos describe la alimentación de los persas, sobre los que dice que no añaden nada al pan salvo el berro. Aún así, si la naturaleza sintiera también la necesidad de alimentos más agradables, ¡cuántos son los productos que nos procuran la tierra y los árboles, no sólo con abundancia fácil de conseguir, sino también de un sabor excelente! Añade la constitución enjuta, que es el resultado de esta moderación en el comer, añade la buena salud. Compáralo con las personas que sudan, eructan, que se atiborran de comida como bueyes cebados: comprenderás entonces que quienes con más empeño buscan el placer son los que menos lo consiguen y que el agrado de la comida está en el apetito, no en la saciedad. Se cuenta que Timoteo, hombre ilustre de Atenas y personalidad relevante de la ciudad, después de haber cenado en casa de Platón y haberse deleitado mucho con la comida, al verlo al día siguiente, le dijo: «No cabe duda de que vuestras cenas son agradables no sólo en el momento, sino también al día siguiente». ¿Qué decir del hecho de que si nos hemos atiborrado de comida y bebida no podemos hacer un buen uso de nuestra mente? Hay una famosa carta de Platón a los familiares de Dión, escrita casi al pie de la letra en los términos siguientes: «Cuando he llegado aquí no me ha agradado en absoluto esa famosa vida feliz de la que se hablaba tanto, llena de festines itálicos y siracusanos, en la que te hartas de comida dos veces al día, nunca pasas la noche solo y todo lo demás que acompaña a una vida de este tipo, en la cual nadie se hará nunca sabio y mucho menos moderado. ¿Qué naturaleza en realidad puede mantener un equilibrio tan asombroso?» ¿Cómo puede ser, pues, agradable una vida que se halla privada de prudencia y de moderación? Esto pone en evidencia el error de Sardanápalo, el riquísimo rey de Siria, que mandó grabar en su tumba:

Yo poseo todo lo que he comido y lo que mi deseo ha apurado
hasta la saturación, pero yacen abandonados otros muchos bienes magníficos.

¿«Qué otra cosa», dice Aristóteles, «se podría inscribir sobre la tumba de un buey, no sobre la de un rey? Él dice que el rey posee muerto las cosas que cuando estaba vivo ni siquiera poseía más tiempo del que las disfrutaba». ¿Por qué desear, pues, la riqueza o en qué circunstancia la pobreza nos impide ser felices? Admito que tú tengas pasión por las estatuas y los cuadros. Si hay alguien que goza con ellos, ¿no gozan quizá más los hombres de escasos medios que aquellos que tienen en abundancia estos objetos? En nuestra ciudad es evidente que hay gran cantidad de todos estos objetos en los lugares públicos, mientras que quienes los poseen como propiedad privada no ven tantos y sólo raras veces cuando van a sus casas de campo; a ellos, además, les remuerde algo la conciencia cuando recuerdan de dónde los han obtenido. No tendría suficiente con un día, si quisiera defender la causa de la pobreza. En realidad la cosa está clara y a diario la naturaleza misma nos recuerda cuán pocas, cuán pequeñas y cuán insignificantes son las cosas que ella necesita.

En realidad, quien es capaz de hablar consigo mismo no necesitará la conversación con otro.

Cicerón