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martes, 16 de abril de 2019

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Historia de los Animales (5)

Un domador indio halló un elefante pequeño, blanco, lo adoptó y crió durante algunos años; con paciencia logró domesticarlo: montaba sobre el elefante y se encariñó con aquel animal, que también lo quería y le devolvía sus atenciones y afanes. Al saber estas cosas, el rey indio pidió al domador que le entregara su elefante; el hombre sintió el pinchazo de los celos, como cualquier enamorado, y sintió una pena profunda al pensar que otro hombre sería el amo de aquella criatura. Respondió que no lo entregaría y se marchó, camino de un sitio desierto, montado en su elefante. Airado, el soberano envió a sus hombres en busca del animal y para que, a la vez, llevaran a aquel domador ante la justicia. Al llegar, los enviados intentaron emplear la fuerza. El domador los atacó desde su montura y el elefante ayudó a su amo a defenderse, porque consideraba que la agresión era injusta. En un primer momento no sucedió nada más. Pero cuando el domador, herido, cayó del lomo del elefante, el animal daba vueltas alrededor de su amo, tal como los soldados protegen el cuerpo de un compañero caído, y mató a varios atacantes antes que los otros se dieran a la huida. Luego tomó con la trompa el cuerpo de su señor y lo llevó hasta su cobertizo: allí permaneció como un amigo fiel, para mostrarle su cariño. ¡Ah, hombres malignos, siempre entregados a los placeres de la comida, al estrépito de las cacerolas y a los bailes de los banquetes, traidores ante el peligro, que sólo en la boca y nada más que en la boca pueden llevar la palabra amistad!

Sin embargo, el camellero de un rebaño cubrió por entero a una hembra, de la que sólo quedaban a la vista los órganos genitales. Después acercó el hijo a la madre. El animal, ignorante y urgido por su deseo de contacto sexual, cumplió con su instinto, pero al comprender lo que había hecho, se volvió al que motivara su unión incestuosa, lo mordió, lo pateó y lo golpeó con las rodillas, con lo que le propinó una muerte horrible, antes de tirarse él mismo al abismo. En una ocasión semejante, Edipo hizo mal al no entregarse al suicidio, al cegar tan sólo sus ojos, y no fue capaz de huir de tantos males, aunque podía haberse arrancado la vida, en lugar de echar una maldición sobre su casa y su estirpe; por último, no fue justo cuando intentó poner remedio a desdichas ya acontecidas apelando a una desdicha sin remedio.

Pero nadie repara en que las vacas, cuando está a punto de llover, se echen sobre su lado derecho, mientras que lo hacen sobre el izquierdo cuando el tiempo va a ser bueno.

Sin duda, la cabra tiene gran pericia para poner remedio a esa película blancuzca de los ojos; a la que los asclepíadas denominan cataratas, y, según se afirma, los seres humanos han aprendido de ella el modo de curar tal enfermedad. El método es el siguiente: cuando la cabra advierte que su vista se entorpece, se acerca a un zarzal y se hurga los ojos con una espina; dicha espina pincha la superficie del ojo, del que se desprende el humor, la pupila no queda sentida ni dañada y el animal recobra la vista, sin apelar a los conocimientos ni a las curas de los hombres.

Claudio Eliano