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viernes, 3 de agosto de 2018

Música y Tradición (2)





India, India (3)

Despierto durante la noche estuvo pensando en cuanto le había dicho la maharaní. La cama era un elevado tálamo rodeado de columnas y delgadas gasas protectoras. Por eso era agradable meditar. Sobre todo en lo referente a la atmósfera vital del país, cargada de moscas, de polvo, de cuanto fuera contrario a la más elemental higiene. ¿Era aquello en realidad una parte del mundo como otras de lejanas latitudes? En Londres, por ejemplo, él tenía su propio mundo, sus propios amigos, estaba rodeado de personas igual que él, respetables, que a su vez le ayudaban a tomar contacto con otras personas diferentes. Por supuesto que sabía de millones de hombres y mujeres que no tenían con él más punto de unión que el clima en que se veían obligados a convivir. No estaba seguro de que fueran seres humanos en el mismo sentido en que lo era él. Aquí, por ejemplo, mientras permaneciera en su papel de inglés estaría seguro de ser aceptado, sin que nadie le preguntara sus gustos, tolerado en un grupo humano que le era por completo ajeno, con el que no tenía nada en común, del que no le gustaban las comidas ni entendía la lengua. Aceptaba que todos se limitaran a tenerlo entre ellos como era y sin propósito de modificarlo. Se esforzaban, eso sí, en tenerlo contento. Si, por ejemplo, no salía agua caliente del baño, ellos le traían el agua caliente en jarras adecuadas y se disculpaban diciendo que la caldera se había estropeado. Adivinaban sus deseos y necesidades antes que él hubiera sido capaz de expresarlas. Se esforzaban en probarle que no les importaba que fuese como era. Cuando se enfadaba, y esto le había ocurrido un par de veces, le escuchaban en silencio y decían a todo que sí, sin llevarle jamás la contraria.
En algún momento debió quedarse dormido. Cuando despertó a la mañana siguiente se encontró con el ánimo alegre y cuya desconocida causa vino a revelársele cuando recordó la conversación tenida la noche anterior con la maharaní.
Estaban desayunando los dos esposos en la pequeña terraza privada de blanco mármol, cuando de pronto lo recordó.
-Querida, tengo algo que confesarte.
-Pues confiésamelo.
-Déjame decirte a modo de preámbulo que estás muy guapa con ese vestido azul.
 -Leonard, nunca me habías dicho cosas semejantes.
-Lo daba por dicho, querida, desde el momento que acepté como verdad absoluta que me casé contigo porque estoy enamorado de ti.
Ella se ruborizó.
-Me confundes, Leonard. Nunca sé cómo comportarme contigo.
-Querida -dijo él con tacto-, ¿por qué no me dijiste que Lawrence era cruel contigo?
Ahora palideció ella.
-¿Quién te lo ha dicho?
Él replicó tranquilizándola:
-Quiero que sepas que ya no estoy celoso de él. Porque ahora lo conozco tal como era. Y sé también que no es por él por lo que tú has querido regresar a la India.
-Por supuesto que no -confirmó ella.
-Entonces, ¿por qué has querido venir?
Movió la cabeza dubitativa:
-No lo sé.
-Ha de haber alguna razón.
-Quizá que aquí me siento confortada.
-Y necesitabas sentirte confortada por causa mía.
Bajó tanto la cabeza que los cabellos cayeron sobre su pecho.
-Tal vez.
-Porque me estaba volviendo cruel, como Lawrence.
-No.
-Sin embargo, yo creo que sí.
Por encima de la mesa le alcanzó las manos y las acarició entre las suyas con ternura.
-Querida, la India ha estado aquí mucho tiempo. Yo diría que ha estado siempre, y que seguir  estando. Tú podrás volver a ella cada vez que quieras.
Un pajarillo voló desde el jardín hasta la terraza. En seguida, asustado por un extraño movimiento, emprendió otra vez el vuelo. Ella casi gritó:
-No lo asustes, por favor. Está acostumbrado a comer cerca de las personas.
El pajarillo, un vencejo o golondrina quizá, de plumaje oscuro y pecho de plumas blancas, se acercó hasta el plato y hasta picoteó en la tostada. Ellos esperaron en silencio y quietud a que el pájaro terminara de comer y echara a volar de nuevo. De verdad que se trataba de una tierra extraña. Los árboles de la ciudad llenos de monos saltadores y chillones, las vacas paseando tranquilamente por las calles apretadas de gente, y todos los animales aceptando aquí o allá un poco de pan, una fruta o un puñado de vegetales. Había visto a una vaca comiendo sin ninguna prisa, de una bolsa de papel, algo que alguien le había preparado. Los perros dormían en mitad de la calle, mientras los hombres y las máquinas daban la vuelta para no despertarles. Ayer, que había acompañado a Laura a comprar algunos regalos para sus hijos, una especie de ardilla se había comido sin ningún temor un girasol que el florista le ofreció.
-¿Su mascota? -preguntó él.
-No; soy yo su mascota -dijo el florista riendo. 
Siguieron la conversación.
-Ahora que nuestro amigo el pájaro se ha ido, ¿puedo continuar? Siempre que estés interesada en el tema. 
-Jamás he estado más interesada que ahora.
-En ese caso, continúo. Ya veo que mi rival en tu amor no es un hombre, sino un país. ¡La India! Es la India lo que amas, querida. A un hombre podría yo arrebatarle tu amor, pero ¿cómo podré pelear con todo esto? -Hizo un gesto con sus manos como si abarcara en un abrazo la ciudad entera con sus palacios, su lago, las montañas que se recortaban sobre el cielo azul-. ¿No podría yo procurarte un paisaje así en Inglaterra?
-Podrías intentarlo -dijo ella tras unos momentos de duda.
Le tendió las manos abiertas para que ella pusiera encima las suyas.
Luego lo miró largamente a los ojos; escrutadoramente, y movió la cabeza de derecha a izquierda, que es el gesto afirmativo en la India, gesto que él había considerado extraño hasta comprobar ahora su presente maravilla.
-Sí, sí... Entre los dos lo intentaremos, querido.

Pearl S. Buck