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lunes, 23 de julio de 2018

Fundación Juan March - William Morris



El arpa sin cuerdas 

Un ermitaño de gran reputación e incomparables poderes vivía retirado en el desierto. Un día, mientras permanecía inmóvil como siempre en el mismo sitio, vio aparecer en el horizonte una especie de bola de polvo. Aquella bola se hizo más y más grande y el ermitaño pronto reconoció a un hombre que se le acercaba corriendo y levantando aquella polvareda. 
El hombre, que era joven, llegó hasta el ermitaño y se postró ante él. Jadeaba. El ermitaño lo dejó que se recuperara y luego le preguntó: 
-¿Qué quieres? 
-Maestro -le contestó el joven-, he venido a oírte tocar el arpa sin cuerdas. 
-Como quieras -le dijo el ermitaño. 
El santo hombre no varió su postura lo más mínimo. No cogió ningún instrumento, no hizo nada. El ermitaño y el ferviente discípulo permanecieron inmóviles el uno frente al otro durante «un cierto tiempo» y, ese cierto tiempo, dependiendo del humor o de la formación de los narradores, duró algunas horas, algunos días o algunos años. De hecho, tiene poca importancia. 
Tras ese «cierto tiempo», el joven dejó percibir, quizá por un gesto, una inclinación, por un carraspeo, un incipiente cansancio. 
-¿Qué te pasa? -le preguntó el ermitaño. 
El joven dudó un poco. Farfulló. No se entendía demasiado bien lo que quería decir. Para ayudarlo el ermitaño le preguntó, inclinándose hacia él: 
-¿No has oído nada? 
-No -contestó el joven con voz culpable. 
-Entonces -le preguntó el ermitaño-, ¿por qué no me has pedido que tocase más fuerte? 

Jean-Claude Carriere