Blogs que sigo

sábado, 21 de julio de 2018

Drugstore - Magazine cultural



Donde Solano Reyes era un vencido y sufría derrotas cada día

Capítulo I. El Rinoceronte de Solano Reyes

Para Solano Reyes hubo siempre interpuesto entre él y su pan del día: un Rinoceronte. Es clarísimo y me costará mucho explicarlo. Tan cierto fue todo que hay media docena de testigos de esto que digo ahora: que estaba muriendo un día en su edad de 65 años y dejó de hacerlo cuando su sobrina, a la que quería mucho, tuvo la inventiva inspiración de decirle fuerte y al oído: «Tío Solanito, no quedó pan de ayer porque el resto me lo pidió la vecina Francisca y se lo comió delante de mí: no desperdició ni una miga. Aquí está el de hoy, oloroso y caliente todavía». Se lo puso en la mano y llevóle ésta a la cara para que lo oliera. Se despejó Solano; mordió con ansia el pan.
Se puede, sin ser avaro, no encontrar el modo de resolverse a comer del pan del día habiendo quedado del de ayer. Puede crearse en el hábito mental una inhibición tan fuerte como un candado, una parálisis o un rinoceronte interpuesto entre nuestro pan del día y nuestro acto de asirlo y llevarlo a la boca.
Y por otra parte el vivo placer del aroma de un pan nuevo caliente y el sabor de su mordedura tienen el mayor poder que existe de vitalizar, la mayor simpatía, intimidad entre Cosa y Vida.

Capítulo II. (Retrospectivo.) El modo de las dificultades.
21 años sin comer pan del día teniéndolo y apeteciéndolo.
Se explica, sin que queden motivos para asombrarse

Hacía más de 21 años que no saboreaba pan fresco. Que alguno comiera el resto de ayer lo conformaba; nunca que se «tirara». Pero vivía solo; su sobrina lo visitaba a hora del día en que no apetecía pan y tampoco hubiera aprobado que comiera el resto sin deseo, porque él podía aún tomarlo antes de acostarse. En la rectitud en que gustaba vivir le sonaba mal el recurso de hacer aprovechar por otro el sobrante para poder él gozar del pan del día siguiente; a menos, que fuera su sobrina que se lo comiera y había de ser con ganas. Las cosas se tejen así; sencillo hubiera sido que cerca de Solano Reyes algún chico pudiera comer con placer el pan sobrante; o que la sobrina no debiera trabajar a la hora en que tenía apetito y lo satisfacía lejos de su tío, o que cuando a la tarde lo visitaba deseara pan y no golosinas o un té bebido.
«Además, tío, ahora a mí todos los días me vienen ganas de comer pan a la tarde.» Así que el agonizante contó con quien se comiera los restos de pan de cada día, con lo que se aniquilaba el Rinoceronte; se le quitaba, con la espontaneidad así expresada por la sobrina, la preocupación de aceptar una solución artificialísima; él no aprobaba una imposibilidad de quedar resto de pan que significara un problema evadido y no resuelto.
Una vez que contó con que la sobrina tendría siempre ganas de pan a la hora en que lo visitaba, se dio a sí mismo por eterno. Su eternidad asegurada sólo flaqueaba bajo el aspecto de que podía morir la sobrina. Él daría su vida por su sobrina y le interesaba más asegurar la eternidad de ella que la propia. La condición de eternidad en sí mismo la había descubierto, ¿cuál era la condición de eternidad de su sobrina? Esto le quedaba por resolver. No le interesaba su vida por depender de la existencia de su sobrina la eternidad propia. Lo que quiere por ahora únicamente es saber cómo están hechos el alma y el cuerpo de su sobrina, de qué depende su eternidad o su morir. Y cuál es, en caso eventual, el modo resucitante que habría que descubrirle en la triste hipótesis de caer en estado agónico y muerte comenzada. ¿Padece ella algún tema paralizante como él con el pan de ayer?
Ahora que gusta todos los días alimento oloroso y tibio, quizá tendrá problemas sin respuesta pronta pero nada que lo mate si no se lo estorba el terrible evento de morir su sobrina.
Cualquiera dirá que soy un autor que resuelve muy fácilmente las más inextricables cuestiones y sigue escribiendo como si el lector debiera y pudiera acomodarse a ver inmediatamente claras las menudeadas soluciones a asuntos tremendos de la misteriosa vida.
No soy tan despreocupado. Sólo que omití anticipar al lector que daría entera explicación de toda idea y aserto en cuestiones que reconozco profundas. Déjeme pacientemente, pues, proseguir con la narrativa. Pero antes, quizá retrocediendo, el

Capítulo III. De las hipótesis

Acaso la tristeza de que si come el pan del día alguien quede sin aprovechar el de ayer; o acaso el apagamiento de la edad que hace el temor de quedar sin pan que impulsa a guardar el fresco de hoy hasta no hallarse agotado el anterior. Acaso la abulia de la vejez, para la que a veces pedir un pan es esfuerzo demasiado grande.

Capítulo IV. Paréntesis para el Rinoceronte

He aquí que la vida de la sobrina depende de dos cosas: 1) que ningún cuentista la nombre. (el lector, creo, se conformará fácilmente con esta fácil omisión del nombre de la sobrina en esta novela de un tío en obsequio de su eternidad en ella) y 2) -lo que ya se comprende que descubrió muy fatigosamente y después de mucho tiempo don Solano-: que las pinchaduras de aguja tenían que hacer con la no eternidad de la sobrina, en tanto que el dedicarse todas las mañanas a coser era esencial a su eternidad. Moriría si dejaba de coser, pero también moriría si cosiendo padecía más de un pinchazo de aguja por semana.
Cuando estas dos hondas percepciones se posesionaron de su mente en la fatigosa meditación, tras indagaciones y experimentos del nombrado tío de la sobrina sin nombrar, he aquí que don Solano vivía temblando hora por hora de todas las mañanas cosidas por la sobrina. ¿Cómo asegurar que cosería todas las mañanas y que no sufriría más de una pinchadura por semana?
Un lector que espera entre las páginas últimas de mi cuento leer las dos grandiosas explicaciones que ha prometido el autor para el poder letal de la pinchadura de aguja y la ingestión de pan viejo (y el poder resucital del aroma del pan del día y de su ingestión), no tiene por qué temblar, aunque pueda impacientarse e, irreverente, se diga a sí mismo a cada momento: ¿cuándo este buen hombre entrará a explicar sus teorías para la eternidad de una persona humana y deja de hablarnos de un tío y una sobrina? Pero esta impaciencia del lector no puede compararse al incurable temblor constante de un tío que acaba de descubrir definitivamente los dos difíciles pero seguros requisitos de la eternidad de su sobrina, a cuyas ganas de comer pan por la tarde debe él su propia eternidad y a cuya genial invención de aproximarse con un pan oloroso, tibio, al cuerpo de un recién muerto le procuró una resurrección suficiente, aunque una sola, para eterno vivir bajo ciertas condiciones. Y digo suficiente aunque una sola porque he olvidado especificar que la magia del pan fragante del día es para una sola resurrección.

Capítulo V. En que la muerte puede no existir, o capítulo que puede verificar un Congreso Científico ad-hoc

La muerte no es fatal; y, como el mundo no se extingue aunque se ejercite y luche por ser cada día, así la vida puede gastarse y crearse, sin minusvalía, dentro de la misma figura individual. El doctor Carrell, sabio Nobel, admite que la plegaria pro-salud de alguien, aun sin participación activa ni pasiva del beneficiario, puede restituir la salud de un enfermo grave; ¿por qué no admitir un efecto semejante para la presencia de un pan en manos de una solícita sobrina?
Se le puede llamar milagro o se le puede llamar naturaleza; el doctor Carrell no necesita refutar el capítulo de Hume contra las excepciones a la vigencia de leyes inmutables, ni invocar a un escamoteador pasajero de estas leyes o un desgano del Orden del Mundo: el sabio comprueba y, aunque no lo ha hecho, puede reconstruir la serie secuencial que partiendo del pensamiento o fe de una persona epiloga en la restauración de procesos viscerales en otra, ausente física o psíquicamente. El doctor Carrell debe saber que una sensación o sensación-emoción (la del pan fresco) sumada a otra emoción (la noticia, para Reyes, de que su sobrina tiene ahora todos los días apetito de pan a la hora de sus visitas; emoción derogatoria de una inhibición candado o rinoceronte), puede producir efectos orgánicos, como produce toda emoción y sabe cualquier manual de psicología; cuyos trastornos, a su vez, en el caso de estas emociones muy serias, pueden modificar totalmente procesos anatómicos o fisiológicos, restaurar tejidos, desvanecer efectos traumáticos... (Una orden incondicional de un médico cura a una histérica que jura que no ve y en efecto no ve, a pesar de la sanidad de sus ojos, nervios y centros corticales.) A veces un levísimo accidente, un aneurisma, vuelca para siempre a un hombre, que no registra traza visible de mal orgánico alguno; a veces una pequeña infección puede lo mismo. Pero a veces -y tantas veces como infartos y ostiomielitis- ocurren accidentes positivos y la sensación de un vino o la presencia de un pariente, o una noticia, rejuvenecen en 40 años a un alma y un cuerpo, lo que equivale a un re-nacimiento absoluto aunque por economía u otras causas se aproveche para esta natalidad la forma viviente que ya existía. Todo esto puede ser corroborado por cualquier congreso científico que se convoque para estudiar el caso de Solano Reyes.
O sea: la vida no va hacia la muerte; la vida está en un equilibrio y a veces va hacia la vejez y a veces hacia la niñez (a veces, en un baobab, alcanza duraciones que cuarenta generaciones de hombres no alcanzan a medir). Así se observa en un examen imparcial sin sugestionarse por la aparencialidad. Se me ocurre aún recordar que una emoción puede madurar instantáneamente si no el embrión sí su momento de cambiar de cosmos (matriz a mundo exterior): un susto en la madre puede significar la muerte, o el nacimiento «prematuro», pero también la revitalidad de un embrión que estaba por perderse.
No necesito como autor, pues, darle vivos de posibilidad a la resurrección de don Solano y a la eternidad de su sobrina: los tienen. Sólo quiero resumir estos hechos:
a) La posibilidad de resurrección, ya autorizada por muchas reacciones de la vida -todos los despertares de cada día, la vuelta del desmayo, la recuperación de la catalepsia- se afirma. La reacción del olor sabroso despertando la actividad apetitiva y luego, con su sabor, la digestión, bastaría si no para eternizar al menos para detener el proceso de la muerte, alargar la vida por mucho tiempo. Una taza de té caliente y perfumado, una taza de caldo, pueden hacer vivir y reanimar; toda apetencia anuncia una reanimación de la fisiología general y todo lo que sea apetito puede reanimar de la muerte. Quizás ésta pueda definirse en términos del «no desear». (La muerte empieza siempre, es decir está siempre empezada, pero pudiera decirse correspondientemente, sin audacia biológica: la renatalidad comienza siempre, es decir, está siempre empezada en cualquier ser viviente.)
b) Una pinchadura de aguja, en persona cuyo oficio es coser, tan ingrata cuando el dedo está dolorido por otras, es tan irritante que bien puede tener el significado de, al no ocurrir, dar la eternidad, dejar a la vida vivir; y, por mucho ocurrir, dar la muerte. La sensación acumulativa puede orgánicamente generar un cáncer y biopsíquicamente la muerte.

Capítulo VI De tranquilidad para el lector

Para dejar concluido y tranquilizado el relato, conste que se convino y se cumplió entre tío y sobrina: 1) que la sobrina tendría siempre ganas de comer pan al final de la tarde, es decir, al momento en que ya no come don Solano y se desliza entre sábanas, estipulación que en su integridad era necesaria porque recuérdese que no bastaba para los santos escrúpulos de don Solano que la sobrina comiera y con ganas el resto del pan sino que lo hiciera también cuando él ya no habría de tomar alimento hasta el siguiente día; 2) que la sobrina trabajaría con agujas embotadas; romas, y que el coser no lo dejaría ninguna mañana.
Pero faltaba una cláusula, y en ésta había que contar con la honradez y el inconmovible espíritu de solidaridad de un autor de cuentos con la eternización de las vidas.
Por tanto, yo, autor, debí suscribir, y lo hice con mucho gusto, el compromiso de no-nombrada en este cuento jamás, como recordará el lector que era condición de su eternidad.
Lo que les quedará de difícil a los dos parientes envidiablemente eternos, ahora, es atajar que ningún otro cuentista, encantado con este cuento (he aquí lo malo que pueden tener los cuentos que encantan) quisiera tratar en otro algún nuevo aspecto, todos tan interesantes, de la vida de aquella sobrina, y descubriera su nombre y lo estampara gozoso.
Nosotros, autores efímeros, colaboramos gratuitamente en la eternidad de ajenas personas, sin que nos asalte la mala gana de deseternizar, siquiera por un impulso de resquemor, de inferioridad, a otras personas cuya eternidad depende de nosotros y las que probablemente no han pensado, ni les pesará nunca, dejar atrás por siglos al cuentista muerto.
Y bien, queridos lectores, no nos asombremos. En todos los oficios hay en el mundo gente buena. Y da la sorprendente casualidad que yo soy uno de los buenos.

Macedonio Fernández