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jueves, 24 de mayo de 2018

Almacén de Fábulas



La edad de un chino     

Lu Dse Yan enamoraba a la hija de un funcionario de estado; pero la muchacha tenía quince años menos que él. Lu Dse Yan no era viejo precisamente: contaba 30 años, y era un joven erudito autor de un tratado sobre cómo evitar las inundaciones en los campos.
—Lo que pretendes es imposible —le dijo un día Lin Po, la hija del funcionario—; yo tengo 15 años y tú, 30. Demasiadas primaveras nos separan.
—Realmente no es mucha la diferencia —contestó Lu Dse Yan—; cuando tú tengas veinticinco años, yo tendré cuarenta, y la gente no podrá menos que alabar la buena pareja que formaremos.
—Cuando tú tengas 45 —respondió la muchacha—, yo tendré apenas 30, y la gente no podrá menos que decir: "Mirad qué pareja: ella joven, el viejo."
—Cuando tú tengas 45 —afirmó el joven erudito—, yo 60, y para entonces no habrá quién sospeche de la diferencia entre nuestras edades.
—Cuando tengas tú 65 —dijo de nuevo ella—, yo tendré 50, y deberé de ayudarte a caminar.
—Cuando seas tú la que tenga 60, celebraré yo mis tres cuartos de siglo llevándote al Templo de Confucio en Ch'u-fu.
—Si llego yo a esa avanzada edad —contestó ella— tú tendrás ya 90 años y deberé alimentarte como a un niño.
—De cumplir tú los 85, seré yo quien te ilumine con Tao.
—Para entonces —replicó la dama— estarás en los cien años, y pasarás el tiempo tendido al sol, sin ánimos para nada.
—Entonces —terminó Lu Dse Yan— la gente habrá dejado de pensar en la diferencia de edades, y sólo exclamará: "Mirad a ese viejo erudito y a su vieja mujer: ambos se cuidan y se aman como si fueran novios." Y entonces el Nieto del Cielo y la Doncella Tejedora, al juntarse el séptimo día de la séptima luna en la Vía Láctea, harán que podamos quedar como marido y mujer de encarnación en encarnación.

 Alvaro Menén Desleal