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domingo, 28 de enero de 2018

Barcelona y Gaudí




Lo que sucedió a un rey con un hombre que le dijo que sabía hacer oro 
  
Había un pícaro que era muy pobre y tenía muchas ganas de llegar a rico para salir de las estrecheces en que vivía. Aquel hombre se enteró de que un rey, que no era muy inteligente, se aplicaba a la alquimia con la esperanza de poder hacer oro. En vista de ello tomó cien doblas, las  redujo a polvo, y, juntando con el polvo otras varias cosas, hizo cien bolitas, cada una de las cuales tenía el oro de una de las doblas. Llevándolas consigo se fue a la ciudad donde vivía el rey y, vestido con ropas de persona grave, las llevó a un especiero y se las vendió todas por dos o tres doblas. El especiero le preguntó para qué servían; el pícaro le respondió que para muchas cosas, pero, sobre  todo, para hacer oro. También le preguntó como se llamaban; el pícaro le dijo que tabardíe.  
El pícaro pasó algún tiempo en aquella ciudad, haciendo vida de hombre recogido. De cuando en cuando decía en secreto a alguna persona que sabía hacer oro. Cuando estas noticias llegaron al rey le mandó llamar y le preguntó si era ello verdad. El pícaro hizo al principio como si quisiera negarlo, pero al final le dio a entender que sí lo sabía. También le dijo que en este asunto no debía fiarse de ninguna persona ni aventurar mucho dinero, pero que, si quería, probaría ante él y le enseñaría lo que había aprendido. El rey se lo agradeció mucho, convencido, por lo que le oía, de que no había engaño. Entonces el pícaro mandó traer las cosas que dijo se necesitaban, que eran muy corrientes, fuera de una bola de tabardíe. Todo costó muy poco dinero. Cuando las trajeron y las fundieron delante del ley salió oro por valor de una dobla. Al ver el rey que de lo que costaba tan poco dinero salía una dobla, se puso muy contento y se consideró el hombre más dichoso del mundo. Díjole al pícaro, que le parecía persona muy honrada, que hiciese más oro, a lo que el otro replicó con naturalidad:  
-Señor, ya os he mostrado lo que yo sabía. De aquí en adelante vos podréis hacerlo tan bien como yo; solo os advierto que si os falta una de estas cosas no lograréis nada.  
Dicho esto, se despidió del rey y se marchó a su casa. El rey probó por sí mismo a hacer oro y, habiendo doblado los ingredientes, le salió por valor de dos doblas. Volviéndolos a doblar, obtuvo oro por valor de cuatro. De esta manera, conforme aumentaban los ingredientes aumentaba el oro. Cuando el rey vio que podía hacer cuanto oro quería, mandó traer lo necesario para hacer oro por valor de mil doblas. Pero, aunque encontraron las demás cosas, no encontraron el tabardíe. Viendo que, por faltar el tabardíe, no podía hacerse oro, envió por aquel que le había enseñado a fabricarlo y le dijo lo que le pasaba. El pícaro le preguntó si tenía todos los ingredientes que se enumeraban en la receta. El rey respondió que solo le faltaba el tabardíe. Dijo entonces el pícaro que recordara cómo desde el principio le había advertido que si faltaba algún ingrediente no podría hacerse oro. Preguntóle el rey si sabía en qué país se hallaba el tabardíe y él dijo que sí. Oído esto, el rey le mandó que fuese por él y trajera lo necesario para hacer todo el oro que él quisiera. Respondióle el pícaro que, aunque cualquier otro podría hacer esto tan bien como él, si no mejor, si era servicio suyo estaba dispuesto a ir a buscarlo, ya que en su país era muy abundante. Entonces le hizo un cálculo al rey de lo que podían montar los gastos del viaje y el tabardíe y resultó una suma muy crecida. Cuando el pícaro cogió el dinero se fue de allí y nunca volvió al rey, que fue engañado por su poca prudencia. Al ver el rey que tardaba mucho envió a preguntar a su casa si habían recibido noticias suyas. Pero solo hallaron en ella un arca cerrada, en la que, al ser abierta, vieron un papel, dirigido al rey, que decía de este modo:  
-Podéis estar seguro de que no existe el tabardíe. Os he engañado. Cuando yo os decía que os haríais rico debierais haberme respondido que me hiciese a mí y entonces me creeríais.  
A los pocos días de esto estaban unos hombres riéndose y de broma ocurrióseles escribir los nombres de todos los que conocían, a un lado los valientes, a otro los ricos, a otro los sabios y así de todas las demás cualidades. Al hacer la lista de los tontos pusieron el primero al rey. Cuando éste lo supo los mandó llamar y, asegurándoles que no les haría daño alguno por ello, les preguntó por qué le habían puesto entre los tontos. Ellos contestaron que por haber dado tanto dinero a quien no conocía. El rey les dijo que se equivocaban y que si viniera el que se había llevado el dinero no quedaría él con fama de tonto. Respondiéronle entonces que en ese caso el número de los de la lista no disminuiría, pues si el otro volvía quitarían al rey y le pondrían a él. 

Conde Lucanor