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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Bagà


Si no te gusta, no escuches (2)

Un campesino había sembrado muchos guisantes, pero unas grullas tomaron la querencia de venir a comérselos.
-Ya veréis cómo os quito yo esa costumbre -se dijo el campesino.
Compró un cubo de vino, lo echó en una artesa, lo mezcló con miel, luego montó la artesa en el carro y se marchó al campo.
Cuando llegó a su parcela, descargó la artesa, la dejó allí y él se tendió a descansar, escondido.
Llegaron las grullas y se pusieron a comer los guisantes. Luego vieron la artesa y bebieron de ella hasta que todas se derrumbaron borrachas perdidas.
El hombre acudió corriendo, las ató a todas por las patas, las echó en el carro y emprendió la vuelta a su casa.
Por el camino, con el traqueteo, las grullas se despabilaron, volvieron en sí, empezaron a agitar las alas y remontaron el vuelo, levantando con ellas al campesino, el carro y el caballo. Subieron muy alto, muy alto. El campesino agarró entonces un cuchillo, cortó la cuerda y fue a caer en medio de un pantano. Un día y una noche estuvo forcejeando a más y mejor hasta que pudo salir de allí.
De vuelta a su casa se encontró con que su mujer había dado a luz y tenía que ir a buscar al pope para bautizar a la criatura.
-No -dijo-. Yo no voy a buscar al pope.
-¿Por qué?
-Porque tengo miedo a las grullas. Son capaces de remontarse otra vez conmigo, y si me caigo del carro, me puedo matar.
-No te preocupes, hombre: te ataremos al carro con una cuerda.
Bueno, pues lo montaron en el carro, lo ataron con una cuerda, y condujeron el caballo hasta el camino. En cuanto le pegaron un par de fustazos, el caballo emprendió el trote.
A la salida de la aldea había un pozo. El caballo, al que no habían dado de beber todavía, quiso saciar su sed. Se apartó del camino y fue derechito al pozo. Era un pozo que no tenía brocal. Además, dio la casualidad de que el arnés no tenía retranca ni el cabezal tenía brida y la collera era demasiado grande. El caballo se inclinó hacia el agua, saliéndose de la collera. Cuando acabó de beber volvió hacia el camino, y allí se quedaron el carro y el campesino.
Precisamente por entonces, unos cazadores habían hecho salir a un oso del bosque. Huyendo de ellos a todo correr se encontró con el carro, quiso saltar por encima y fue a meterse en la collera. Como los cazadores venían detrás, el oso reanudó su carrera tirando del carro.
-¡Socorro! ¡Socorro! -gritaba el campesino.
Más asustado todavía al oírle, el oso se lanzó a ciegas por campos, barrancos y pantanos. Así llegó hasta un colmenar y, quizá porque quisiera comer miel, trepó a un árbol, siempre tirando del carro. Subió hasta lo más alto, pero el peso del carro tiraba de él hacia abajo. El pobre oso no sabía qué hacer.
Al poco rato se presentó el amo del colmenar y vio al oso en lo alto del árbol.
-¡Ya caíste, amigo! -dijo-. ¿Habrase visto holgazán igual? Viene a robarme miel y, además, viene en carro...
El hombre agarró un hacha y se puso a talar el árbol a ras de tierra. El árbol, al desplomarse, destrozó el carro y aplastó al campesino.
En cuanto al oso, se desprendió de la collera y ¡piernas, para que os quiero....
Para que veáis cómo son las grullas.

Afanasiev