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viernes, 13 de octubre de 2017

SARC



Vértigos  

Dos monjes -Jerónimo y Teodoro- estaban conversando, sentados a la mesa del refectorio del convento, cuando por la ventana vieron pasar un pájaro maravilloso. Se levantaron de un salto (con el empujón a la mesa hicieron caer una jarra de agua) y corrieron hacia el patio, en cuya fuente el pájaro empezó a cantar.  
Mientras cantaba el pájaro, Jerónimo, embelesado, vio trescientos años de historia, desde la coronación de Carlomagno hasta la caída de Jerusalén bajo los cruzados de Godofredo de Bouillon. Y no sólo la historia real, sino todas las historias paralelas que posiblemente hubieran ocurrido en caso de negarse el Papa a coronar a Carlomagno. Cuando el pájaro calló, Jerónimo se encontró solo -ni una seña de su compañero Teodoro-, volvió al refectorio del convento y alcanzó a levantar la jarra -que todavía se estaba cayendo- antes de que se derramara una gota. Después, sobre esa misma mesa, describió su experiencia en una crónica.  
El otro monje, Teodoro, al oír el primer gorjeo del pájaro maravilloso, pestañeó como si en su éxtasis un relámpago lo encandilara. Un único pestañeo, y ya el pájaro había callado. Teodoro estaba solo. De Jerónimo, ni una seña. El convento, en ruinas. El pintor Jacquemart de Hesdin encontró a Teodoro vagando por una galería derruida, mudo, enajenado. Lo recogió y lo usó como modelo para el cuadro que había prometido a Charles VI: cuadro sobre un monje que, según una multisecular leyenda, legada por un cronista llamado Jerónimo, había desaparecido del Convento, volando por los aires, trescientos años atrás.  

Anderson Imbert