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miércoles, 11 de octubre de 2017

Editorial Cerbero


No hay más infierno que nuestras ansias

Y por supuesto, cada una de las cosas que proclaman que hay en el Aqueronte insondable, las tenemos todas en la vida: el pobre Tántalo col­gado no teme la roca enorme en los aires, según el cuento, embotado de absurdos terrores, sino que más bien en esta vida el vano temor a los dioses agobia a los mortales que recelan de los percances que a cada cual le pueda traer su suerte; tampoco a Ticio tumbado se le arriman pájaros en el Aqueronte ni, busquen lo que busquen hurgando en su pecho inmenso, no hay cosa que hallarse pueda durante tiempo inacabable por cierto; aunque esté ahí en el suelo con su cuerpo descomunal y ocupen sus miem­bros explayados no ya nueve yugadas sino la bola de la tierra entera, no podrá sin embargo sufrir dolor eterno ni del propio cuerpo suministrar por siempre alimento: un Ticio es para nosotros más bien ese al que en la postración de sus amores desgarran pajarracos, lo recome el temor ansioso o lo quebrantan los afanes de cualquier otra pasión. Un Sísifo viviente y puesto también ante nuestros ojos es aquel que se empeña en solicitar de los lictores haces y hachas crueles, y una y otra vez se retira fracasado y deprimido: y es que solicitar un mando que es inútil y nunca se otorga, y por ello una vez y otra soportar duras fatigas, es lo mismo que con gran esfuerzo empujar monte arriba la peña que ya arriba en la cumbre sin embargo mira cómo de nuevo se derrumba y precipita hacia las llanuras de la campiña. De otra parte, alentar continuamente en nuestro corazón un ca­rácter descontento y no llenarse de cosas buenas ni hartarse jamás de lo que nos ofrecen las estaciones del año cuando en su rueda vuelven y traen sus cosechas y variados deleites, sin que a pesar de todo nos llenemos nunca de los frutos de la vi­da, esto en mi opinión es lo mismo que lo que cuentan de las muchachas que en la flor de la edad acarrean agua en cánta­ro cascado que no hay manera de llenar aunque se quiera.  
Cerbero y las Furias y la privación de luz, el Tártaro que por sus gargantas vomita calores espantosos, no, ni están en parte alguna ni pueden estar, es muy seguro; más bien es que en esta vida el miedo al castigo por las maldades claras es cla­ro, y también la expiación del crimen: la cárcel y el espantoso despeñamiento de los condenados, azotes, verdugos, el po­tro, la pez, la plancha, teas; y aunque falte todo eso, la pro­pia conciencia, atemorizada por sus acciones, se arrima clavos y se escuece con latigazos, sin ver entretanto qué término puede haber de sus males ni cuál sea el final definitivo de su castigo, y esas mismas cosas más todavía teme que en la muerte se le agraven; por donde el vivir de los necios viene a ser a la postre su Aqueronte.   

Lucrecio