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lunes, 21 de noviembre de 2016

VII Trobada d´intercanvi de Punts de Llibre - Montblanc





La messela        

En tiempos del califa Harun-el-Raschid vivía en Bagdad -al decir de los sagrados textos- un joven llamado Muhammed ibni Idris, bin Abbas, bin Osmam, bin Schafi, de la estirpe de los Abd-el-Menaf, al que acabaron por llamar simplemente Imam'i Schafi. Era este Imam'i Schafi uno de los discípulos del famoso Muftí Muslim, y de su anciano maestro había aprendido a preferir el saber a cualquier otro bien terreno.
Un día fue Imam'i Schafi a bañarse, pero se encontró con que el guarda de los baños prohibía la entrada a todo visitante que antes no abonase un larín. Buscó el buen Schafi y rebuscó en todos los pliegues de su pretina; mas como él era un estudiante asiduo y celoso, no sólo no encontró un larín en ella, sino ni siquiera un ochavo de dinar. Sin afligirse por ello, propuso en­tonces al guarda:    
-Mira; yo no traigo dinero alguno para  pagarte la entrada, y esto es una coincidencia muy feliz para ti, porque voy a el darte, en cambio, una messela -como entre rabinos la masora, glosa o comentario de los sagrados textos- que vale más que un camello cargado de piedras preciosas.
Y diciendo esto, sacó una tablilla con la messela.
El guarda se quedó mirándole asombrado al principio y luego se puso a bailar sobre un pie, a reírse y escandalizar, de suerte que cuantos se encontraban en los baños acudieron al punto y le pedían que les explicase el motivo de la risa para poder ellos reír también. Imam'i Schafi contóles con la mayor seriedad la propuesta que al guarda le había hecho... y al punto empezaron todos a bailar en un pie a la rueda en torno de él y a reír como condenados, y sujetándose el vientre para no estallar.
-¡Anda! ¿Pues no quiere bañarse por una messela? ¡Por una exégesis de la doctrina pretende purgar la piel! ¡Ja, ja, ja!
Imam'i Schafi, que no acababa de comprender el porqué de aquella hilaridad, regresó a su casa disgustado y, buscando a su maestro, díjole:
-Tú me has dicho siempre, Muftí, que una messela vale más que todos los tesoros de Persia y, sin embargo, hoy mismo le ofrecía una al guarda de los baños para que me dejase entrar y se echó a reír como un loco y tuve que regresar corrido.
Sacóse entonces de su dedo el sabio Muftí Muslim ibni Halida una sortija que el mismo califa le había regalado, y entregándosela al discípulo, díjole:     
-Vete al departamento del bazar en donde los zapateros trabajan y ofréceles esta sortija en venta.
Imam'i Schafi no comprendía a santo de qué aquello de ir a ofrecerles la sortija a los zapateros; mas, como discípulo obediente, sin poner reparo alguno, a ellos se fue y les ofreció la joya.
Los zapateros, apenas levantaron los ojos de su labor para mirar la sortija, y movieron dubitativamente la cabeza.
-¿Que cuánto te daría por la sortija, dices? -preguntó uno de ellos-. Pues... tres ochavos de dinar sería lo más que te ofreciese. Y aun me temo que habría de arrepentirme luego.
-Pero, hombre, ¡no seas loco! -recon­vino otro-. ¿No ves que la sortija es de latón y vidrio? Por dos ochavos de dinar la pagas hasta las setenas.
-¿Cómo dos ochavos? -terció otro de los presentes-. Por dos ochavos te dan todo un cristal de ventana y una barra de latón más gruesa que un brazo; conque ya ves  el negocio que harías gastándolos en la sortija. No seáis cándidos: no le deis un céntimo y mandadlo a paseo con su sortija.
Pasmado de la incomprensible obceca­ción de los zapateros, volvió Imam'i Schafi a referirle a su maestro el resultado de su oferta y contándoselo estaba, cuando, antes de que terminase, asomó por la puerta un mercader gesticulando como un desesperado.
-¡Grave es el trance, oh piadoso y emi­nente Muftí, que a ti me trae! Hace un año que hice voto de sacrificar un carnero con cuernos de nueve palmos si Alah me concedía la gracia de un hijo. Pues bien; hace unas horas he recibido la noticia de que mi mujer acaba de dar a luz un niño, y por más que corrí a la feria y me harté de buscar en ella, no he logrado dar con un carnero como el que necesito, pues los cuernos del mayor apenas exceden de un palmo. ¡Dame, te suplico, señor, una messe­la, a ver si tu sabiduría me salva de la servidumbre de la letra y me libro y libro a  mi hijo de la venganza de Alah!
Pensativo, acarició el Muftí su blanca le barba y dijo:
-Grave es, por cierto, el apuro en que te ves, mercader, no obstante,- si le entre­gas mil larines a mi discípulo. Imam'i Schafi,  que aquí ves, él te sacará del trance con una messela.
El mercader, que vio que la situación no era enteramente desesperada, respiró satisfecho, sacó su bolsa y la vació a los pies de Schafi.
Y el joven perito en la Ley entrególe en cambio la messela, que rezaba: «los cuernos del carnero han de ser medidos por el palmo del recién nacido».
El Muftí asintió con una muda inclina­ción de cabeza. Y cuando el mercader se hubo marchado, preguntó a Imam'i Schafi:
-¿Has caído ya en la cuenta de en qué consiste el valor de las cosas? Nada valen para quien no las necesita. Por eso la sor­tija preciosa carece de mérito entre los zapateros y a los guardas de los baños toda la sabiduría les importa un comino. Pero nada hay que no tenga comprador; el caso es saber buscárselo.

Anónimo