Blogs que sigo

viernes, 16 de septiembre de 2016

Museu Nogueira da Silva - Jorge Barradas


El pájaro de fuego y la zarevna Vasilisa

En cierto reino, allá en los confines de la tierra, en el más remoto de los países, vivía un zar muy poderoso. Este zar tenía un valiente arquero, y este arquero tenía un corcel maravilloso.
Un día fue el arquero de caza al bosque, montado en su maravilloso corcel. Cabalgando por un ancho camino, encontró una pluma de oro del pájaro de fuego, que resplandecía como el sol.
-No cojas esa pluma -le advirtió el corcel-, porque si la coges, lo lamentarás.
El arquero se quedó pensativo, sin saber si recoger o no la pluma. Si la cogía y se la llevaba al zar, quizá obtuviera una buena recompensa. ¿Y a quién no le halaga la benevolencia real?
El arquero no siguió el consejo de su corcel. Cogió la pluma del pájaro de fuego y se la ofreció al zar.
-¡Gracias! -dijo el zar-. Pero ya que has conseguido una pluma, consígueme el pájaro entero. Y si no lo haces, se encargará mi espada de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar me ha ordenado que le traiga el pájaro de fuego.
-Ya te dije yo que no cogieras la pluma, porque te arrepentirías. Pero bueno, no temas ni te aflijas. Esto no es lo peor. Lo peor está por delante. Anda y pídele al zar que, para mañana, mande esparcir por todo el campo cien sacos de granos de trigo.
El zar ordenó que fueran esparcidos por el campo cien sacos de granos de trigo.
Al día siguiente, el valiente arquero fue a aquel campo antes del amanecer, dejó suelto su caballo y él se escondió detrás de un árbol. De pronto, empezó a rumorear el bosque, y se agitaron las olas del mar: era el pájaro de fuego, que llegaba volando. Luego se posó en tierra y empezó a picotear los granos de trigo. El corcel maravilloso fue entonces aproximándose a él, hasta que le pisó un ala y luego la mantuvo con fuerza con un casco. El valiente arquero salió corriendo de detrás de su árbol, ató al pájaro con unas cuerdas, montó a caballo y galopó hacia palacio, donde le ofreció al zar el pájaro de fuego.
El zar se puso muy contento al verlo, le dio las gracias al arquero, le ascendió, pero a renglón seguido le encomendó una empresa más difícil todavía:
-Puesto que has sido capaz de traerme el pájaro de fuego, tráeme ahora una novia. Allá en los lugares más remotos, en el extremo del mundo donde nace el sol resplandeciente, vive la zarevna Vasilisa: con ella quiero casarme. Si logras traérmela, la recompensa será cuantiosa; si no, se encargará mi espada de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar me ha ordenado que le traiga a la zarevna Vasilisa.
-No llores ni te aflijas, porque esto no es lo peor. Lo peor está por delante. Anda y pídele al zar una tienda con la cúpula de oro y toda clase de provisiones y bebidas para el camino.
El zar le dio al arquero las provisiones, las bebidas y la tienda con la cúpula de oro.
El arquero montó en su maravilloso corcel y partió hacia los confines de la tierra. Cabalgando -no sé si mucho o poco tiempo-, llegó hasta el extremo de la tierra, donde el sol resplandeciente emerge del mar azul, y vio a la zarevna Vasilisa bogando sobre el mar azul en lancha de plata con remo de oro.
Soltó el arquero a su corcel, para que pastara y retozara en los prados verdes, y él se puso a montar la tienda con cúpula de oro. Luego distribuyó los manjares y las bebidas, y se sentó a comer mientras esperaba a la zarevna Vasilisa.
La zarevna Vasilisa, que vio desde lejos la cúpula de oro, guió su lancha hasta la orilla, saltó a tierra y se quedó admirando la tienda.
-Salud te deseo, zarevna Vasilisa -dijo el arquero-. Bienvenida seas: acepta el pan y la sal, y prueba si quieres vinos de otras tierras.
La zarevna Vasilisa entró en la tienda. El arquero y ella estuvieron bebiendo, comiendo y charlando. Pero una copa de vino extranjero se le subió a la cabeza a la zarevna, que se quedó profundamente dormida.
El arquero llamó con un grito a su corcel maravilloso, que acudió al instante, luego desmontó la tienda de cúpula de oro, montó en su corcel maravilloso llevando a la zarevna Vasilisa dormida, y se lanzó al camino, tan raudo como una flecha disparada por un arco.
Compareció ante el zar, que cuando vio a la zarevna Vasilisa, se llevó una gran alegría, agradeció al arquero sus buenos servicios, le recompensó espléndidamente y le dio un alto cargo.
La zarevna Vasilisa se despertó, comprendió que se encontraba muy lejos del mar azul, se puso a llorar y, de tanta aflicción, hasta se le marchitó el color de la cara. Por muchos esfuerzos que hacía el zar para consolada, todo era inútil. Y cuando el zar quiso casarse con ella, la zarevna contestó:
-Manda al que me trajo aquí que vaya hasta el mar azul. En medio del mar hay una roca, y debajo de esa roca está guardado mi vestido de desposada. ¡Sin ese vestido, no me caso!
El zar llamó inmediatamente al arquero.
-Tienes que ir en seguida hasta el extremo de la tierra, donde sale el sol resplandeciente. En el mar hay una roca, y debajo de esa roca está guardado el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa. Sácalo de allí y tráelo: ya es tiempo de celebrar la boda. Si lo consigues, la recompensa será aún mayor que las otras veces. Si no, se encargará mi espada de dejarte la cabeza arrancada.
Llorando amargamente, el arquero fue a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso. «Ahora no me salvo de la muerte», pensaba.
-¿Por qué lloras, mi amo? -preguntó el corcel.
-Porque el zar me ha mandado traer del fondo del mar el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa.
-¿No te advertí yo que no cogieras la pluma de oro, porque te arrepentirías? Pero bueno, no temas: esto no es lo peor. Lo peor está por delante. Anda, monta y vamos hacia el mar azul.
Cabalgando -no sé si poco o mucho-, llegó el valiente arquero al extremo de la tierra y se detuvo al borde mismo del mar. El corcel maravilloso vio un enorme cangrejo de mar deslizándose por la arena, y le puso uno de sus pesados cascos sobre una pinza.
-No me quites la vida -dijo entonces el cangrejo-, y haré que se cumplan tus deseos.
Contestó el corcel:
-En medio del mar hay una roca, y bajo esa roca está guardado el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa. Necesito ese vestido.
El cangrejo lanzó entonces un grito que se escuchó sobre el mar entero. Inmediatamente, se agitaron las aguas azules y desde todas partes acudieron hacia la orilla multitudes de cangrejos, grandes y pequeños. El jefe que los había llamado les dio una orden, y todos volvieron al agua. Una hora después, sacaron del fondo del mar, de debajo de la roca, el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa.
El valiente arquero compareció ante el zar con el vestido de desposada de la zarevna Vasilisa, pero también esta vez puso ella una objeción.
-No me casaré contigo -le dijo al zar- mientras no ordenes a este arquero que se bañe en agua hirviendo.
El zar ordenó llenar un gran caldero de agua, calentada todo lo posible y arrojar al arquero al agua hirviendo. Cuando todo estuvo dispuesto y el agua hervía a borbotones, trajeron al desdichado arquero. «¡Esto sí que no tiene remedio! -se decía-. ¿Por qué recogería yo la pluma de oro del pájaro de fuego? ¿Por qué no le haría caso a mi caballo?» y precisamente al acordarse de su corcel maravilloso, le dijo al zar:
-Señor y soberano: permite que me despida de mi caballo antes de morir.
-Bueno. Puedes ir.
Llorando amargamente, llegó el valiente arquero a la cuadra donde estaba su corcel maravilloso.
-¿Por qué lloras, mi amo?
-Porque el zar ha ordenado que me bañe en agua hirviendo.
-No llores ni te aflijas, porque saldrás con vida -le dijo el corcel.
Y pronunció un conjuro para que el agua hirviendo no dañara su blanca piel.
Volvió el arquero de la cuadra, y unos hombres le agarraron al instante y le arrojaron al caldero. Se zambulló una vez, luego otra y salió tan campante, pero, además, estaba mucho más guapo y mejor plantado que antes. Tanto, que no se podría pintar ni describir.
Viendo el zar lo mucho que había ganado, quiso también probar y, como un estúpido, se zambulló en el caldero, donde se coció en un instante.
El zar fue enterrado y la gente eligió en su lugar al valiente arquero, que se casó con la zarevna Vasilisa, y vivió con ella largos años en amor y armonía.

A. N. Afanasiev