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viernes, 11 de marzo de 2016

Scienza dell´acqua - Musei senesi





Desde allí recorrieron veinte parasangas en cuatro jornadas y llegaron a una ciudad grande, rica y pobla­da, que se llamaba Ginmias. El jefe de esta comarca envió a los griegos un guía para que los condujese por el territorio de sus enemigos. Vino, pues, el guía, y le dijo que en cinco días les conduciría a un sitio desde donde verían el mar, y que si no cumplía su promesa podían matarle. Y guiándoles, cuando los entró por la tierra de los enemigos, les invitó a que lo incendiasen y arrasasen todo, señal clara de que éste había sido el motivo de su venida, no la benevolencia hacia los grie­gos. Al quinto día llegaron a la cima de la montaña llamada Teques. Cuando los primeros alcanzaron la cumbre y vieron el mar prodújose un gran vocerío. Al oírlo Jenofonte y los que iban en la retaguardia creye­ron que se habían encontrado con nuevos enemigos, pues les iban siguiendo los de la comarca quemada, y los de la retaguardia habían matado algunos y cogido otros vivos en una emboscada, tomándoles veinte escu­dos hechos con mimbre y pieles crudas de buey de mu­cho pelo. Pero como el vocerío se hacía mayor y más cercano y los que se aproximaban corrían hacia los vo­ceadores, como el escándalo se hacía más estruendoso a medida que se iba juntando mayor número, parecióle a Jenofonte que debía de tratarse de algo más impor­tante, y, montando a caballo, se adelantó con Licio y la caballería a ver si ocurría algo grave. Y, en seguida, oyeron que los soldados gritaban: «¡el mar!, ¡el mar!», y que se transmitían el grito de boca en boca. Entonces todos subieron corriendo: retaguardia, acémilas y ca­ballos vivamente. Cuando llegaron todos a la cima se abrazaban con lágrimas los unos a los otros, generales y capitanes. Y en seguida, sin que se sepa de quién par­tió la orden, los soldados se pusieron a traer piedras y a levantar un gran túmulo, que cubrieron con pieles cru­das de buey, con bastones y con los escudos de mimbre que habían cogido, y el guía mismo se puso a destrozar los escudos, exhortando a los griegos a que lo hiciesen ellos también. Después de esto despidieron al guía, dándole entre todos como presente un caballo, una copa de plata, un traje persa y diez daricos. Él les pi­dió, sobre todo, anillos y los soldados le dieron mu­chos. Y después de mostrarles una aldea donde podían acampar y el camino para llegar al país de los macro­nes, se marchó cuando ya caía la tarde.

Lo mucho o lo poco no se mide por una cifra, sino por la capacidad del que da y del que recibe.

Jenofonte - Anábasis


Para Conxi, de Javier.