Blogs que sigo

jueves, 31 de marzo de 2016

Museu d´Història de Catalunya


Ajedrez

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías? 

Jorge Luis Borges


Javier le dedica este tema a Maite Nadal.

martes, 29 de marzo de 2016

A flor da figueira


El perro y el hueso

Un perro hambriento se encontró un hueso descomunal en una calle.
Lo puso entre sus mandíbulas y fue con él a un rincón, en donde se puso a roerlo.
Viendo que no iba a serle tarea fácil roerlo, se sentó sobre sus patas traseras, dispuesto a no dejarse vencer, y en ese instante le dijo el hueso:
-Soy duro de roer, ¿verdad?
Y el perro le respondió:
-¿No ves que me he sentado cómodamente para vencerte? Tengo paciencia.
Rodolfo Gil Grimau


Para Ester Vilas, de Javier.

domingo, 27 de marzo de 2016

Julio Verne


Relatos fantásticos

Por lo que también yo, empeñándome por vanagloria en dejar algo a los venideros, para no ser el único desheredado en la libertad de contar mentiras, puesto que nada verdadero tenía que referir -porque nada digno de mención me había ocurrido-, me he dedicado a la ficción de modo mucho más descarado que los demás. Aunque en una sola cosa seré veraz: en decir que miento.

Me parece que así escaparé a la acusación de los otros, al reconocer yo mismo que no cuento nada verdadero. Escribo, por tanto, de lo que ni vi ni comprobé ni supe por otros, y es más, acerca de lo que no existe en absoluto ni tiene fundamento para existir. Conque los que me lean no deben creerme de ningún modo.

»Además, ¿cómo no va a ser indicio de ignorancia y completo engreimiento el que, tratando de cuestiones tan poco claras, no manifiesten nada como suposición? Antes bien, porfían mucho y no dejan lugar a que los demás puedan superarles, y poco les falta para jurar que el Sol es una masa de metal incandescente, que la Luna está habi­tada y que las estrellas beben agua, como si el Sol con una cuerda de pozo sacara la humedad del mar y la repartiera entre ellas.

Hay una especie de hombres entre ellos, los llamados dendritas, que nacen como si­gue: cortan el testículo derecho de un hombre y lo plantan en la tierra, y de él crece un árbol enorme de carne, como un falo, con sus ramas y hojas; y el fruto son glandes de un codo de tamaño, y luego cuando maduran los vendimian y hacen salir a los hombres.
En cuanto a los ojos, recelo decir cómo los tienen, no sea que alguien crea que miento por lo increíble de mi relato. Con todo, voy a decirlo: tie­nen los ojos extraíbles, y quien quiere se los quita y queda ciego hasta que necesite ver; entonces se los pone y ve, y muchos que han perdido los suyos toman los de otros y pueden ver. 

MENIPO: -Pues, amigo, así son todos los coristas que hay sobre la tierra y de semejante desconcierto está hecha la vida de los hombres, que no sólo cantan piezas diferentes, sino que tienen diverso aspecto, bailan en sentido contra­rio y no coinciden en nada, hasta que finalmente el direc­tor los expulsa uno por uno de la escena diciéndoles que ya no le hacen falta. Y al final son iguales todos en su si­lencio y no entonan ya aquel confuso y caótico canto. Ahora, todo lo que ocurría en aquel colorido y multifor­me teatro era divertidísimo.
»Los que más me hacían reír eran los que discutían por los lindes de su territorio y presumían de labrar la llanura de Sición, de tener en Maratón las tierras cercanas a Énoe o de poseer mil pletros en Acarnas. Siendo el tamaño de Grecia, vista desde arriba, de cuatro dedos, el Ática, en proporción, era una parte insignificante. Eso me hacía pensar qué poco bastaba a los ricos esos para presumir: el que más pletros tenía me parecía cultivar un átomo de Epicuro. Dirigí luego la mirada al Peloponeso y al mirar a Cinuria recordé cuántos argivos y lacedemonios habían caído en un solo día por tan poca tierra, no mayor que una lenteja egipcia. Cuando veía a alguien presumiendo de su oro, de tener ocho anillos y cuatro copas, me entraba la risa: el Pangeo entero con todas sus minas no era mayor que un grano de mijo.
Luciano de Samosata


Javier le dedica esta canción a Goretti.

viernes, 25 de marzo de 2016

Museo Diocesano de Zamora



El zapatero y su competidor

Va de cuento:
Había en una calle un zapatero que vendía en su tienda tanto, que era gusto ver cómo la gente hasta se tropezaba para ir a comprarle.
Aquel zapatero vivía allí muy con­tento y feliz, cuando de la noche a la mañana, ¡zás! otra zapatería en frente.
¡Aquí fue Troya! El zapatero pri­mitivo daba las botas a cinco pe­sos, el advenedizo a cuatro y medio.
-No, pues no, dijo el antiguo; ese recién venido no me desbanca; yo lo arruinaré.
Y al otro día puso: "Botas a cuatro pesos."
El otro quién sabe qué diría; pero fijó en su rótulo: "Botas a tres pesos y medio."
-A tres pesos, anunció el antiguo.
-A dos con cuatro, el antagonista.
-A dos, el uno.
-A doce reales, el otro.
-A peso, el primero.
-A cuatro reales, el segundo.
Aquello era para volverse loco; el primer zapatero estaba por darse un tiro, se arruinaba, y sin embargo, el otro tenía en su casa a todos los marchantes.
El hombre se puso triste, pálido, sombrío, hasta que una noche dijo:
-Ea, pelillos a la mar; es preciso tomar una resolución extrema.
Y tomó su sombrero (que sin duda llamaría al sombrero resolu­ción extrema) y se dirigió a la casa de su adversario.
-Buenas noches, vecino, dijo.
-Dios se las dé mejores, contestó el otro. ¿Qué milagro es verle por esta suya?
-Extrañará usted mi visita; pero vengo a que nos arreglemos.
-Como usted quiera, vecinito; tome asiento.
-Gracias; pues es el caso que vengo para hablarle con toda claridad.
-¿Vamos a formar compañía para no perjudicarnos?
-Muy bien; estoy conforme.
-Bueno; pero antes explíqueme, por vida de su madre, cómo le pue­de tener cuenta vender botas a cua­tro reales; yo tengo máquinas, no pago operarios, sé trabajar, y en confianza se lo digo, me robo los cueros y las suelas, y así pierdo: ¿pues usted?
-Vaya, vecino, ¡qué tonto es usted! pues si yo me robo las botas.
¡Ah! con razón.
Vicente Riva Palacio


Para Maite López, de Javier.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Zodíaco - Asturias







La lección del pájaro

Un maestro espiritual tenía varios discípulos y, todas las mañanas, les hablaba de la naturaleza de la bondad, de la belleza y del amor. Una mañana, cuando estaba a punto de empezar a hablar, un pájaro se posó en  el alféizar de la ventana y se puso a cantar. El pájaro cantó un instante y luego desapareció. El maestro se levantó y dijo:
-La charla de esta mañana ha terminado. 
Jean-Claude Carriere


Esta canción la pongo yo porque le va muy bien a las imágenes ¿non sí?

domingo, 20 de marzo de 2016

sábado, 19 de marzo de 2016

Pozos mineros - Asturias



Los buscadores de entierros

III

Ogorpú, en la provincia de Huamachuco, era en 1817 un pequeño pago o chacra de un mestizo llamado Juan Príncipe. Hacia el lado fronterizo del bosque de Collay, había otra chacrita perteneciente al indígena Juan Sosa Vergaray.
Acontecióle al último tener que abandonar a media noche la cama y salir al campo, urgido por cierta exigencia del organismo animal, y mientras satisfacía ésta fijó la vista en un cerrillo o huaca de Ogorpú y violo iluminado por vivísima llama que de la superficie brotaba.
No sólo la preocupación popular, sino hasta la ciencia, dicen que donde hay depósito de metales o de osamentas nada tienen de maravilloso los fuegos fatuos. A Sosa Vergaray se le ocurrió que Dios lo había venido a ver, deparándole la posesión de un tesoro, y sin más pensarlo corrió a la huaca, y no teniendo otra señal que poner en el sitio donde percibiera el fuego fatuo, dejó los calzones, regresando a su casa en el traje de Adán.
Despertó a su mujer y a sus hijos y les dio la buena nueva. Según él, apenas amaneciera iban a salir de pobreza, pues bastaría un pico, barreta, pala o azadón para desenterrar caudales.
En la madrugada, al abrir la puerta de su casa acertó a pasar su vecino y compadre Antonio Urdanivia, y después de cambiar los buenos días, hízole Vergaray la confidencia. ¡Nunca tal hiciera!
-¡Está usted loco, compadre -le dijo Urdanivia-, proponiéndose ir de día a sacar el entierro! ¿No sabe usted que la huaca huye con el sol? Espere usted siquiera a las siete de la noche, y cuenta conmigo para acompañarlo. -Tiene usted razón, compadre  -contestó Sosa Vergaray-, y que Dios le pague su buen consejo. Lo dejaremos para esta noche.
Urdanivia era un grandísimo zamarro con más codicia que un usurero, y se encaminó a casa de Príncipe. Como él sabía lo de los calzones marcadores del sitio donde se escondía el presunto tesoro, estaba seguro de obtener ventajas antes de hacer la revelación. Príncipe convino en cederle la mitad del entierro; pero Urdanivia no fiaba en palabras, que arrastra el viento, y le exigió formalizar la promesa delante del gobernador. Príncipe no tuvo inconveniente para acceder.
Pero fue el caso que también al gobernador se le despertó la gazuza, y dijo que a la autoridad tocaba hacer antes una inspección ocular y percibir los quintos que según la ley tantos, artículo cuantos, de la Recopilación de Indias, correspondían al rey. Urdanivia y Príncipe, que no esperaban tal antífona, se quedaron tamañitos; pero ¿qué hacer?
El gobernador, con sus alguaciles y toda la gente ociosa del pueblo, se encaminó a la huaca. Súpolo Sosa Vergaray y les salió al encuentro. Sostuvo que el tapado era suyo, y muy suyo, por ser él quien tuvo la suerte de descubrirlo, como lo probaban sus calzones, y que en cuanto a los quintos del rey, no era ningún cicatero tramposo para no pagarlos, y con largueza. Arguyó Príncipe que el terreno era suyo, y muy suyo, y que no consentía merodeos en su propiedad.
El gobernador, echándola de autoridad, dijo que siendo el punto contencioso, ahí estaba él para tomar posesión del tesoro en nombre del rey.
Los interesados lo amenazaron entonces con papel sellado y con ocurrir hasta la Real Audiencia si la cosa apuraba. El gobernador les contestó: -Protesten ustedes hasta la pared del frente; pero yo saco el tesoro-. Y lo habría hecho como lo decía si los vecinos todos, armados de garrote, no se opusieran, amenazándolo con paliza viva y efectiva, amenaza más poderosa y convincente que mil resmas de papel sellado.
Entonces resolvió el gobernador que los calzones quedasen en el sitio hasta que la justicia fallara, y que nadie fuera osado, bajo pena de carcelería y multa, a remover el terreno.
Y hubo pleito que duró tres años, y Vergaray y Príncipe, para dar de comer al abogado, al procurador, al escribano y demás jauría tribunalicia, se deshicieron de sus chacras con pacto de retroventa; esto es, para rescatarlas con el tesoro que cada cual creía pertenecerle.
El fallo de la justicia fue a la postre que Sosa Vergaray era dueño de sus calzones y que podía llevárselos; pero que Príncipe era dueño de la huaca o cerrillo, y árbitro de dejarlo en pie o convertirlo en adobes.
Por supuesto, que celebró la victoria con una pachamanca, en la cual gastó sus últimos reales, y aún quedó debiendo.
¿Y sacó el tesoro? ¡Clarinete! ¡Vaya si lo sacó!
En la huaca no halló ni siquiera objetos curiosos de cerámica incásica, sino varias momias de gentiles.

Ricardo Palma


Para Remei, de Pato.