Blogs que sigo

sábado, 11 de julio de 2015

Bestiari Aragón


 
El elefante

El director del parque zoológico resultó ser un trepa. Tra­taba a los animales como simples peldaños de su carrera. Tampoco le preocupaba el papel que la institución que re­gentaba debía desempeñar en la formación de la juventud. En su zoológico, la jirafa tenía el cuello corto, no había ni una triste madriguera para el tejón y las marmotas, indife­rentes a todo, silbaban sólo muy de vez en cuando y de mala gana. Estas irregularidades resultaban tanto más inexcusa­bles cuanto que su parque zoológico era el destino habitual de las excursiones escolares.
Era un zoológico de provincias donde faltaban algunos de los animales básicos, por ejemplo el elefante. Temporal­mente, se intentó suplir esta carencia con la cría de tres mil conejos. Sin embargo, a medida que el país se desarrollaba, se fue poniendo remedio a las deficiencias de forma plani­ficada. Y, finalmente, le llegó el turno al elefante. Con mo­tivo de la fiesta del 22 de Julio, se notificó al parque zooló­gico que su solicitud de adjudicación de un elefante había sido resuelta favorablemente. Los empleados, entregados sin condiciones a la causa, se alegraron sobremanera. ¡Cuál fue su asombro cuando se enteraron de que en un memo­rial enviado a Varsovia el director renunciaba a la asigna­ción y presentaba un proyecto para adquirir el elefante con recursos propios!
«Yo y toda la plantilla -escribía- somos conscientes de que el elefante constituiría una enorme carga para los mi­neros y los metalúrgicos de Polonia. Para minimizar los costes, sugiero la posibilidad de sustituir el elefante solicitado por un elefante casero. Fabricaremos un elefante de goma de tamaño real, lo hincharemos y lo colocaremos de­trás de los barrotes. Debidamente pintado, nadie podrá distinguirlo de un animal auténtico, ni siquiera mirándo­lo de cerca. No hay que olvidar que el elefante es un ani­mal pesado. No salta, no corre, ni se revuelca en el barro. Un letrero colgado en la cerca explicará que se trata de un ejemplar particularmente macizo. Así ahorraremos un di­nero que podrá ser destinado a la construcción de un nue­vo avión de caza o a la restauración de la arquitectura re­ligiosa. Les ruego adviertan que tanto la idea como la eje­cución del proyecto constituyen mi modesta contribución a los esfuerzos y a la lucha de nuestra sociedad. Su seguro servidor». Y una firma.
Por lo visto, el memorial había llegado a las manos de un oficinista rutinero que trataba sus deberes con una falta de sensibilidad típicamente burocrática. Sin entrar en el quid de la cuestión y guiándose sólo por la directriz de reducir costes, aprobó el proyecto. Al recibir el visto bueno, el di­rector del parque zoológico ordenó confeccionar una gran bolsa de goma que luego tenía que ser hinchada.
Dos conserjes se encargarían de la tarea soplando por los dos extremos. Para mantener el asunto en secreto, dispo­nían sólo de una noche. Los habitantes de la ciudad ya se habían enterado de que un elefante de verdad iba a llegar al zoo y querían verlo. Además, el director los apremiaba, porque esperaba cobrar una prima cuando la idea se hicie­ra realidad.
Los conserjes se encerraron en un cobertizo habilitado como taller y procedieron a la insuflación. Sin embargo, después de dos horas de duro trabajo, constataron que la bolsa gris apenas se había levantado del suelo, formando un bulto deforme que no se parecía en nada a un elefante. La noche avanzaba, las voces humanas habían enmudecido y del parque zoológico sólo llegaban los aullidos del cha­cal. Fatigados, interrumpieron su labor, cuidando de que no se escapara el aire que habían insuflado. Eran hombres de avanzada edad, poco avezados a esta clase de trabajos.
-A este paso, no acabaremos hasta mañana -dijo uno de ellos-. ¿Qué le diré a mi mujer cuando vuelva a casa? No me va a creer si le cuento que me he pasado toda la no­che hinchando un elefante.
-Cierto -afirmó el otro-. No se hincha un elefante todos los días. ¡Esto nos pasa por tener un director de iz­quierdas!
Al cabo de media hora estaban agotados. El torso del elefante había aumentado de volumen, pero aún le faltaba mucho para alcanzar la forma definitiva.
-Se me hace cada vez más cuesta arriba -declaró el primero.
-Totalmente de acuerdo -asintió el otro-. Esto es un trabajo de negros. Descansemos un rato.
Mientras descansaban, uno de ellos advirtió una espita de gas que sobresalía de la pared. Se le ocurrió que, en lu­gar de hacerlo con aire, tal vez fuera posible hinchar el ele­fante con gas. Le comentó la idea a su compañero.
Decidieron hacer una prueba. Conectaron la espita al elefante y con gran alegría constataron que, al poco, en me­dio del cobertizo se erigía un espécimen de estatura nor­mal. Parecía vivo. Un corpachón imponente, patas como columnas, enormes orejas y la imprescindible trompa. El director, que tenía vía libre y quería exhibir un elefante es­pectacular en su zoológico, había hecho todo lo posible para que el prototipo fuese grande.
-¡De perlas! -declaró el que había tenido la idea del gas-. Podemos irnos a casa.
Por la mañana, transportaron el elefante a un recinto construido especialmente para la ocasión en el centro mis­mo del zoológico, junto a la jaula de los monos. Coloca­do en primer plano y con una roca natural al fondo, el ele­fante ofrecía un aspecto amenazador. Delante, instalaron un letrero que rezaba: «¡Ejemplar particularmente pesa­do: no corre!».
Los primeros visitantes del día fueron los alumnos de la escuela local acompañados de un maestro. El maestro se disponía a dar una clase práctica sobre el elefante. Detuvo al grupo frente al animal y empezó la lección:
-…El elefante es herbívoro. Arranca con la trompa árboles pequeños y devora el follaje.
Los colegiales agolpados delante del elefante lo contem­plaban con admiración. Tenían la esperanza de que arran­cara algún árbol, pero el bicho permanecía inmóvil detrás de la cerca.
-…El elefante es un descendiente directo de los mamuts, hoy ya extinguidos. No es extraño, pues, que sea el animal terrestre más grande.
Los alumnos más aplicados tomaban apuntes.
-…Sólo la ballena pesa más que el elefante, pero vive en el mar. Por lo tanto, podemos decir que el elefante es el rey de la selva.
Un leve soplo de viento recorrió el parque zoológico.
-…El peso de un elefante adulto oscila entre los cuatro y los seis mil kilos.
De pronto, el elefante se estremeció y alzó el vuelo. Se meció por un instante a ras del suelo, pero, sustentado por la brisa, ganó altura y su recia silueta se recortó contra el cielo azul. Tras unos segundos el elefante se elevó aún más y exhibió ante los espectadores las cuatro pezuñas circula­res, el vientre abombado y la punta de la trompa. Luego, arrastrado por el viento en sentido horizontal, sobrevoló la cerca y desapareció por encima de las copas de los ár­boles. Los monos miraban al cielo, estupefactos. El elefan­te fue encontrado en el cercano jardín botánico, donde se había pinchado al caer sobre un cactus y había reventado.
Los chavales que habían visitado el parque zoológico aquel día empezaron a tomarse a pitorreo los estudios y se volvieron unos gamberros. Por lo visto, beben vodka y rom­pen cristales. Y no creen en elefantes.

Slawomir Mrozek

Marcapaginasporuntubo busca los que le faltan de esta serie